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Barrancas del Cobre: Chihuahua México

Barrancas del Cobre Chihuahua México

Después del post que nos envió nuestro compañero Sergio Torres al chat del BMW Motorrad Club Ciudad de México, con el itinerario del viaje interclubs de B´meros, rumbo a las Barrancas del Cobre en el Estado de Chihuahua, me dispuse a reservar los hoteles y preguntar quién del grupo asistiría, ya que la ruta invitaba a la carretera y era prometedora, las curvas interminables y los pueblos que visitaríamos como Creel, Divisadero y Batopilas, además los kilómetros a recorrer ya eran de respeto. No estaba enterado quién asistiría de la CDMX, sólo sabía que convocaban BMW Guadalajara y BMW Durango, y no fue hasta un par de días antes de la salida que me enteré de qué dos de mis compañeros del grupo de Harleros “Los Inmortales”, Pepe con su hijo y Víctor, también irían.

Víctor me comentó que había dos salidas, una el lunes por la mañana y la otra el martes a las 10:00 am, partiendo de Lerma.

De hecho, comentó que Germán H., el único que conocía, estaría en el grupo del martes de las 10 am, pero salí dos horas más tarde, así que no me quedó otra que rodar en solitario a Guadalajara. Este tramo me sirvió de reflexión y relajación mental, disfrutando cada kilómetro con mi compañera de viaje, la famosa “Libertad”, una fabulosa BMW GS 1200 Adventure.

Mi salida fue el 2 de mayo saliendo de un poblado llamado Yautepec en el estado de Morelos, contento y dispuesto para tomar la pista rumbo a Guadalajara. Por la hora que era me detuve en Maravatio en un restaurante llamado La Troje de Marisol, lleno de platillos mexicanos con sabor casero.

La hora era adecuada para iniciar con una humeante taza de chocolate y pan dulce, después unos chilaquiles con carne asada acompañado de frijoles refritos.

Continué por la llamada vía corta disfrutando del buen clima y de buen pavimento. Al llegar al hotel donde estaría todo el contingente, estacioné mi motocicleta al costado de las otras que ya estaban ahí y me registré sin problema. Al bajar más tarde a cenar al restaurante del hotel, miré a Jean Louis que me veía de una manera muy peculiar por traer una camisa BMW, pero sin cruzar palabra continué y me preguntaba donde estarían los demás. Así sin más me dispuse a cenar algo y me subí rápidamente a mi habitación a descansar y preparar mis cosas.

Al día siguiente, desde temprano, ya estaban todos arriba de sus motocicletas equipadas y con los motores encendidos, mientras que yo estaba entregando mi habitación.

Al llegar a mi motocicleta, saludé a Víctor y a Pepe que estaban estacionados a un lado de “La Libertad”, les comenté que se adelantaran.

En menos de 10 segundos dejaron una estela de polvo en la entrada del hotel y un silencio ensordecedor. Todos salieron y los guardias me miraban con una expresión de «¿Qué paso con ese? Ya lo dejaron solo».

Terminé de armar el equipaje, y guardé mi lunch; me subí arrancando el motor y me despedí de los guardias que aún me observaban.

Así inicié mi marcha, todavía a oscuras, dirigiéndome hacia la carretera de Nogales y pensando en llegar a la gasolinera donde se quedarían de ver todos los grupos con los de BMW Guadalajara.

Al llegar al lugar donde se encontraba todo el contingente, noté que todos se conocían y yo sólo veía tres caras conocidas, Pepe, su hijo Joss y Víctor. A los demás los desconocía por completo y me sentía un tanto excluido, eso me causaba una sensación de aislamiento, no sé si fue por el gran número de pilotos y sus motos bien equipadas o la oscuridad que nos rodeaba. Pero ni eso ni nada ese día me impediría que iniciara esta excelente rodada por esta ruta maravillosa.

Acordamos que Víctor se integraría entre ellos, mientras que Pepe y yo nos quedaríamos atrás para conocer cómo sería el manejo del grupo y todas las especificaciones para nosotros, en especial por la seguridad de Joss. Llegada la hora en punto, 7:00 am, arrancamos. Tomamos rápidamente la carretera para dejar atrás la Ciudad de Guadalajara.

Después del arranque inicial, poco a poco fueron todos tomando posiciones y regulaban sus velocidades. Enseguida se formaron los dos grupos, por delante todos los de Guadalajara y justo detrás de ellos el grupo con el que rodaría este viaje, aun sin saber quiénes eran. Así seguimos y al pasar Tequila, nos sorprendió un incendio forestal que ya tenía tres días y por consiguiente llenó de humo aquel amanecer que esperábamos ver. Sólo apreciamos la luz de las llamas sobre nuestro costado izquierdo hasta tomar la carretera libre de Chapalilla – Tepic.

A pesar del cielo nublado, se apreciaba el sol con un tono rojizo que brillaba tenue entre las copas de los árboles. De repente, la geografía cambió un poco al apreciarse a orillas de la carretera las rocas ígneas del volcán del Ceboruco, presentandonos un paisaje increíble.

Al pasar el restaurante La Sierra, observamos al grupo de Guadalajara que estaban desayunando barbacoa, pero nosotros decidimos continuar nuestro camino hasta llegar a una cabaña que se encontraba a un costado de la carretera donde nos esperaba un fogón de leña con diferentes tipos de carne. Rápidamente, llenamos un tablón con bancas de madera rústica y comenzamos a pedir nuestro café de olla.

Fue en ese lugar donde conocí el rostro del grupo con quien conviviría esta semana de aventura. Para nuestra sorpresa nos cautivó un recibimiento muy cálido, integral, cordial y sobre todo el saber que estábamos rodando con BMW Central y con BMW GS. Aquí se acercó Bernardo, el encargado de ser nuestro capitán de carretera y el presidente de la BMW Central, a saludarme como bienvenida. Conocí a “Piraña Joe” nuestro centinela del grupo y al “Profesor”, el arquitecto Eladio Alba, quien sería uno de mis compañeros y capitán de punta de regreso. Proseguimos rumbo a Tepic, Escuinapa, Villa Unión, Concordia y el temido “Espinazo del Diablo”.

Durante el tramo de Tepic a Villa Unión, la autopista estuvo con excelente pavimento y el cielo despejado. Nos detuvimos por combustible y compartimos unas botanas con las esposas de Eladio y Jean Louis, Magos y Paty respectivamente. Después de un descanso nos alistamos e inició la entrada a Concordia y adelante el ascenso a la carretera libre, más sinuosa, temida e interesante, el famoso “Espinazo del Diablo”.

El corazón se aceleró, ya que años atrás tuve un accidente en esa misma carretera y me recordaba que debía tener respeto al camino. Ahora venía a divertirme y disfrutar este hermoso tramo, así que respiré profundamente, hice una oración y comencé con el vaivén de las curvas. Acelerando lentamente en las rectas y desacelerando antes de entrar a las curvas, respiraba profundamente mientras observaba de reojo los paisajes tan coloridos que nos regalaba nuestra ascendente ruta hacia Durango.

Rebasé a todos y me posicioné tras Jean Louis y Paty, disfrutando el manejo delicioso que ofrece el motor boxer mezclado con cada una de las curvas. Así fue hasta llegar al mirador, donde estuvimos un momento para reagruparnos, tomarnos fotografías y estirar los músculos.

Nos alcanzó el resto del grupo unos minutos más tarde, platicamos, reímos y al ver la carretera prácticamente vacía, nos dio tiempo de cruzar las motos para posar sobre el escudo pintado de la Ruta 666.

Continuamos hasta llegar a la población del Salto, donde tomamos la desviación por la pista a Durango, y les puedo decir que rodar con ellos dejó en mí un sentimiento de seguridad, estaba feliz de compartir la carretera y el viaje con este buen ensamble que habíamos formado.

No olvidaré ese sentimiento al rodar, el compartir este viaje con mi amigo inmortal, el “Pepazoo” y su hijo Joss, quien en su gran viaje de cumpleaños rodaría con su padre por la parte norte del país acostumbrándose a otro tipo de manejo, ya que estaban familiarizados al modo de manejo a la usanza Harlera, que para mí tiene doble mérito por seguir el paso y velocidad de BM y llevar a Joss con ese sentido de responsabilidad que tiene un padre extremo responsable.

Después de unos kilómetros y con el sol a cuestas, con poca gasolina, entramos triunfantes a la ciudad de Durango y rumbo al hotel se incorporaron dos miembros del BMW Durango como escoltándonos a nuestro destino de este día, llegando a buena hora y con luz de día. Nos registramos en el hotel, esperamos para tomar nuestras habitaciones, nos pusimos cómodos y tomamos un buen y necesario baño. Al terminar decidimos caminar al restaurante para saludar a todo el contingente de Durango, Guadalajara y pedir de comer un buen banquete para toda la mesa que se hacía cada vez más grande. Las carcajadas no se hicieron esperar, las pláticas sobre los detalles del recorrido y novedades del viaje. En ese momento te das cuenta de que todo este esfuerzo vale la pena y toda la planeación y experiencias para terminar en la mesa comiendo y brindando con el grupo y viendo sonreír a tus compañeros, vale la pena.

Los del grupo de BMW Guadalajara y Durango se encontraban al fondo de la enorme mesa comunal, compartiendo anécdotas, acompañando su plática con risas y carcajadas. Chocaban los vasos y cervezas festejando este encuentro anual.

Mientras nuestro equipo platicaba, me di la oportunidad de mencionarles el libro “Historias en dos ruedas” conformado por una serie de relatos de motocicleta, gracias a que Pepe Nava me dio el preámbulo y les pude compartir dichos relatos escritos por un servidor, donde Eladio, Magos y Paty enseguida se mostraron interesados y se quedaron con un ejemplar comentando que lo leerían a su regreso, sintiéndome muy honrado por dicho gesto.

A la mañana siguiente todos los pilotos preparaban su equipaje en las motocicletas, cargamos combustible en la gasolinera y desayunamos algo rápido para salir en grupo rumbo al estado de Chihuahua. Pepe, Pato y Vero se integraban al equipo, prendimos motores, cerramos las caretas de los cascos y embragamos el clutch para iniciar nuestra marcha por las calles de Durango, librando el tránsito matutino de la ciudad para salir y tomar la carretera.

Iniciamos por carreteras libres, pasamos por tramos en reparación, de repente rectas interminables o curvas cerradas. Estábamos rodeados de un entorno desértico un tanto desolado, pasamos por varias comunidades pequeñas.

Por ejemplo, Villa Ocampo hasta entrar a Hidalgo del Parral, donde nos separamos por un momento debido a que Joe Piraña se quedó esperando al grupo que venía atrás en la última desviación. A partir de este punto, entraríamos a la Sierra de Chihuahua. Al llegar al crucero con Guachochi inició un espectáculo de formaciones de rocas y voladeros que no se alcanzaba a ver el fondo, con un cielo color azul y las mil curvas que nos invitaban a inclinar las motos.

Decidimos parar en un paraje a tomar fotografías de esas barrancas. Después de este momento montamos la hermosa carretera que nos ofrecía grandes paisajes como una presa, el lago Arareko, las vías del famoso tren “El Chepe” en tres de sus cruces con nuestro camino y cada vez me sorprendían los paisajes que se aparecían a nuestro andar.

Llegamos al crucero de Batopilas deteniéndonos un momento para compactar el grupo, aquí parado leyendo el letrero de Batopilas, me imaginaba esa carretera serpenteante acompañada de taludes, desfiladeros y el angosto camino lleno de rocas que se antojaba dar vuelta hacia este poblado, pero debíamos llegar al mirador de Barrancas del Cobre.

Continuamos hasta entroncar con el siguiente crucero hacia Creel, esperando a los que venían detrás de nosotros para después llegar al hotel El Mirador Balderrama, todavía con luz de día y satisfechos por el destino.

La terraza del hotel nos proporcionaba una impresionante vista. Festejamos el estar juntos y disfrutando de ese momento con los amigos, recibiendo el regalo que la naturaleza y Dios nos permitían admirar. Continuaban llegando a la gran terraza, todos los compañeros sin el traje de motociclista, ahora todos con ropa cómoda, bañados y perfumados con el pelo húmedo sonriendo y platicando todos los pormenores del camino, colocamos sillas alrededor y entre palomitas, botana y un par de cervezas pasamos lo que restaba de la tarde en el mirador frente a las barrancas más impresionantes del mundo.

Magos y Paty sugirieron pasar a comer al restaurante del hotel, y Carlos O., con quien resultó que compartiría habitación, llegaba en solitario después de recorrer desde Parral, cansado y preguntando por qué no lo habíamos esperado, pues había parado a comer una botana en el camino y tomar una serie de fotografías. Escuchamos atentos su breve reseña de llegada y tiempo más tarde fui a mi habitación. Espere a Carlos y cuál fue la sorpresa que comenzamos a platicar anécdotas como si nos conociéramos de tiempo atrás, contándole historias de algunos de mis viajes y así hasta quedarnos dormidos.

Al otro día desde temprano bajé a revisar mi moto y prepararme para el desayuno, con un jugo de naranja y huevos al gusto, café, fruta y pan tostado con un poco de miel.

El plan del día era rodar hacia Batopilas y conocer ese serpenteante camino entre desfiladeros y curvas cerradas, esto implicaría no conocer las barrancas y sus atractivos. Teníamos la opción de quedarnos para conocer el Parque Nacional Barrancas del Cobre, visitar Hotel Divisadero, la “Roca Volada”, el cementerio antiguo de los ancestros de los tarahumaras, subirte a la tirolesa más larga del mundo, etc.

Mi compañero Pepe Nava, Joss y yo, tomamos un autobús por parte del hotel para conocer con guía la explicación y las atracciones obligadas a visitar, así que nuestra primera visita fue la entrada del parque, encontrando que existe una pista para avionetas de terracería a la entrada del estacionamiento del parque. Visitamos una serie de puestos con trabajos artesanales y manualidades de los tarahumaras.

Nos subimos al Zip Rider, la tirolesa que cruza la barranca, y retornamos en el teleférico haciendo un recorrido de 3 km hasta la estación donde nos esperaba nuestro guía para mostrarnos los miradores y el Hotel Divisadero explicando que ahí convergen 20 cañones conformando una superficie de 60 mil km² enclavados en la sierra madre occidental.

Las barrancas tienen su historia, leyendas de apariciones y sombras de antiguos guerreros caídos, los jesuitas martirizados que pasaron evangelizando a los antepasados y las tantas vidas que cobraron estos escarpados valles y crestas al paso de Pancho Villa, con temperaturas extremas y actividades que solo los tarahumaras están impuestos a soportar.

Después de visitar el Hotel Divisadero nos recomendaron el mercado de artesanías y como aún era temprano Pepe y yo decidimos tomar las motos y regresar al parque para visitar la piedra volada y subirnos al conjunto de las siete tirolesas y los dos estrechos y largos puentes colgantes donde cruzas por una serie de tablas y un cable, caminando sobre el gran vacío de las barrancas.

Después de casi tres horas de recorrido en las tirolesas y volando sobre las barrancas, volvimos a subirnos a nuestras motocicletas y nos dirigimos hacia el pueblo mágico de Creel, atravesando una serie de puentes en escarpadas barrancas, desfiladeros y varios túneles cruzando entre las montañas. Llegando a Creel teníamos muchas cosas por ver, tomando magníficas fotografías y lo que más nos sorprendió, es que encontramos un evento de motociclistas de los motoclubs de la zona norte del país, estaba todo preparado para la fiesta y él convivió, esperando a que llegara el contingente de su recorrido local.

Paseamos por la población y estacionamos las motos en batería a las afueras de uno de los restaurantes de la calle principal, como los caballos en el viejo oeste a la puerta de la cantina, caminamos a los alrededores para tomar algunas fotografías y nos sentamos a comer un platillo típico del lugar elaborado con chile y carne. Pepe fue al cajero y mientras yo esperaba en mi moto vi llegar a Eladio, Magos, Jean Louis, Paty y Carlos O´farrill que también llegaban en sus motocicletas a visitar Creel. Esta población, que desde el 2007 se convirtio en Pueblo Mágico, es la puerta de entrada a tradiciones milenarias y rincones naturales de la sorprendente belleza de las Barrancas del Cobre.

Decidimos regresar todos en caravana al hotel, disfrutando de la tarde, un arcoíris apareció frente a nuestro panorama, recordando nuevamente la promesa y el pacto que hizo Dios con la humanidad de no volver a inundar la tierra como en los tiempos de Noe, diciendo «Mi arco he puesto en las nubes, el cual será una señal del pacto entre mí y la tierra».

Muchas veces cuando vas rodando piensas en tu entorno, te imaginas los eventos ocurridos en el pasado, también descubres lugares por los comentarios de tus amigos y tal era el caso con nuestros compañeros. Cuentan que fueron hacia Batopilas, lugar obligado a conocer como motociclista por su escarpado camino y profundos desfiladeros, es una especie de reto o valor curricular.

Es considerado un pueblo mágico en el 2012, ya que fue un pueblo minero y cuenta con una larga historia de exploradores españoles, ingleses y mexicanos que le dieron una gran opulencia. Al llegar al hotel nos encontramos con los dos grupos listos para la cena y organizando el inminente regreso hacia Durango. Este sería nuestro último tramo juntos, debido a que algunos retornarían por Zacatecas y otros por Mazatlán.

Nos retiramos a las habitaciones y ya en el cuarto seguimos contando relatos e historias. Carlos me contó una de sus favoritas, la de “La Chicana”, anécdota que tuvo en uno de sus viajes hacia Acapulco Guerrero, en una de sus motocicletas, con una amiga de juventud que decidió acompañarlo.

Sus amigos la conocieron y la bautizaron como “La Chicana”, tuvieron algunos días de diversión y al regreso por el Cañón del Zopilote, en el estado de Guerrero, por la carretera libre, en una de las curvas se le derrapó la moto, sin embargo, logró recuperarla aplicando la de meter el tacón de la bota y aceleró, saliendo de la curva evitando el accidente. Cuando llegaron a un paradero, se bajó a comprar algo y vio cómo ella tomaba sus cosas y se subía a un autobús de pasajeros. Alcanzó a subirse y le preguntó «¿A dónde vas?», a lo que ella le respondió «a mi casa, quiero llegar viva, si quieres matarte, hazlo tú solo», todo esto con una serie de palabras altisonantes.

Al llegar a México, después de ver a sus amigos, les preguntaría por qué le habían puesto la Chicana y uno de ellos respondió entre carcajadas: “pues por la chicanalgota que se carga” solo por eso evidentemente soltamos a reír como niños, después de un silencio apagué la luz de la lámpara de mi buró y dormimos cansados pero con una sonrisa en la cara en las cómodas habitaciones del hotel. Al día siguiente desde temprano ya estaban alistando las maletas de las motos, algunos de Guadalajara y Durango ya habían partido, otros de los nuestros estaban desayunando y salimos en caravana, frescos y listos para nuestra rodada de 863 kilómetros hacia la Ciudad de Durango.

Salimos a buen paso disfrutando del camino y nos paramos a la orilla de la carretera en un playón en el lago de Arareko, contemplando una tranquila belleza y un encanto especial que lo hace único, rodeado de bosques de pino y encino.

Continuamos la serpenteante carretera y hasta llegar al cruce donde estaba la gasolinera en la desviación a Guachochi y a Balleza, Nosotros nos dirigimos a Balleza, en una carretera un poco más ancha y a una velocidad más rápida, cruzando esta población y siguiendo las indicaciones. Pasamos por Hidalgo del Parral. Seguimos acelerando, dejando atrás esta ciudad que prometía mucho para visitarla con una noche de pernocta. Continuamos en caravana el resto de la tarde y llegamos a Durango en la tarde-noche para cenar un buen corte en el Bistro Garden y ver la pelea del Canelo y el hijo de Chavez, después a descansar para continuar al otro día y despedirnos del grupo que regresaba vía Zacatecas-México.

Por la mañana, después del desayuno y de haber cargado combustible y equipaje, nos despedimos de nuestros amigos Bernie, “Joe Piraña”, Jean-Louis, Pepe, Pato, Alfredo y Víctor que rodarían de un solo jalón a la Ciudad de México. Paty y Vero se regresaban en avión, agradeciendo por sus atenciones y la excelente dirección y compañía; mientras que Eladio, Magos, Pepe, Joss, Carlos O’farrill y un servidor seguiríamos nuestro viaje, con planes de conocer la autopista a Mazatlán para rodar sobre el puente Baluarte, cruzando el río Baluarte en el lindero de Durango y Sinaloa.

Ya solos, después de la fotografía de salida en el motor-lobbie de nuestro hotel de Durango con sólo los que continuábamos esta aventura, Eladio cargo su GPS con dirección a la pista y salimos.

Con Eladio como nuestro capitán de carretera, rodamos al tan esperado puente llegando a un mirador antes de uno de los túneles que se encuentran entre el baluarte y la cañada enorme que une a los dos estados.

Bajamos por la pista a un paso tranquilo disfrutando del buen trazado de la pista y del paseo hacia Mazatlán. Pasó el medio día, Pepe y Joss prefirieron adelantarse rumbo a Guadalajara para llegar con luz de día y Eladio, Magos, Carlos y yo decidimos trazar nuestra ruta rumbo al malecón.

Al ver el mar de frente tuvimos una sensación de libertad, después de haber rodado varios días en la sierra y cruzar montañas, llegar al impresionante Pacífico era como haber llegado al destino esperado.

Arrancamos por unas calles secundarias y salimos al malecón Paseo Olas Altas y Paseo Claussen, hasta llegar al monumento al pescador, para de ahí salir directo a la perla tapatía y pernoctar en Guadalajara.

Por la mañana nuestro querido Pepe y Joss decidieron adelantarse rumbo a la Ciudad de México para llegar a buena hora, mientras los demás aprovechamos para llevar a lavar las motocicletas y visitar Surtimoto para comprar mi tankbag. Ahí encontramos a Pato, quien nos invitaría amablemente un café y se quedaría platicando con Eladio mientras Carlos y yo realizábamos algunos ajustes a las motos. De esta forma transcurrió la mañana, y después pasar a comer la famosa birria en la plaza de las nueve esquinas, salimos para tomar carretera de regreso a la Ciudad de México, comenzando así el final de nuestro viaje.

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