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LA CONQUISTA DEL CONTINENTAL DIVIDE

LA CONQUISTA DEL CONTINENTAL DIVIDE

Desde las montañas de Wyoming, mi buen amigo, Bruce Crawford, me llamó por un teléfono satelital. Me advirtió que algún día tendríamos que cubrir juntos el itinerario que en mi honor se había organizado, y al cual por múltiples vicisitudes simplemente no había podido asistir.

Aquella charla me dejó reflexionando durante horas; esa noche me impuse la promesa de algún día trazar una ruta completa que, en torno al Continental Divide, nos llevara desde la frontera con México hasta el límite con Canadá, atravesando en el proceso la totalidad del territorio estadounidense, de sur a norte.

De esto hace ya más de tres años… “Continental Divide” o “Great Divide” es la división geográfica entre la vertiente del Pacífico y la del Atlántico, a lo largo del Continente Americano. En la porción que corresponde a los Estados Unidos, se define por las cúspides de la parte norte de la Sierra Madre Oriental, en Nuevo México; las Rocallosas a lo largo de Colorado y Wyoming, las montañas sagradas de las “Grand Tetons” y por las cumbres del parque “Glacier” al norte de Montana, en la frontera con Canadá.

Tras meses de investigación, un sinfín de llamadas, y la lectura de incontables relatos de los exploradores, contaba al fin con los elementos para conformar la larga ruta hasta Canadá. Un desfile de historias Tenía la certeza de que encontraría a otros pilotos que soñaran con ese viaje. Los hallé. Con su entusiasmo, pronto se formó un grupo excepcional: dos médicos cirujanos, ambos mayores de sesenta años, pero con un espíritu de veinticinco; dos hombres fuertes del circo, un experto navegante –personaje de Los Simpson– dos chamacos imberbes, un heroico GQ de Cancún, un agradable estadounidense, y un chamán vallesano al lado de su servidor en calidad de guías.

Cada uno de esos aventureros ahora figura entre mis mejores amigos. Todos se ganaron mi respeto, pues a lo largo de casi tres semanas, no emitieron sino comentarios positivos y gestos de auténtica camaradería ante las múltiples peripecias que arrostramos. Sin que importara cuán malos fueran los chistes contados al calor de la fogata y el vino, los festejaron. Pero, sobre todo, nunca se dieron por vencidos ni dejaron de ayudarse entre sí.

El primero de septiembre partimos los doce pilotos rumbo a El Paso. Era un desfile de marcas y de historia: una Honda África Twin, una R 100 GS/PD modelo 1993, una HP 2 Enduro modificada, una KTM 950 Adventure; unas 1200 GS, un par de DR 650’s y una KLR 650.

Dejamos el territorio nacional con los tanques llenos, la alforjas repletas de equipo de campismo, herramienta y cuanto trasto de supervivencia se pueda imaginar. También con las palabras de W. Wallace entre los labios: “Todos los hombres mueren, más no todos realmente viven”.

Sobre el cruce de la frontera, cuyo trámite resultó muy ágil, solo tengo un comentario: me resulta sumamente frustrante el tener que pedirles permiso a otros para continuar con nuestro camino… me resulta difícil reconocer que el concepto de las fronteras aporte algo positivo para la humanidad.

Una vez del otro lado, comenzó la fiesta, el peregrinaje con la inevitable introspección.

La cara amable del vecino La emoción de rodar por primera vez sobre terracerías y carreteras que poco antes no sabía siquiera que existieran, con manadas de antílopes al lado, el sol de otoño en la espalda, sucedido por el caudal de estrellas que solo se revela en despoblado, son todas experiencias indescriptibles. 

Viajar en motocicleta a campo traviesa, por lugares tan remotos, permite mirar un mundo casi inalterado, muy cercano a lo que el Creador dispuso en un principio. Dista mucho de lo que se experimenta en las autopistas, ciudades y zonas desarrolladas, donde la tensión por la densidad vehicular y el riesgo que esta implica, no permite realmente contemplar cuanto hay alrededor; además, mucho de lo que se ve en esos sitios resulta artificial y en cierta forma, incluso monótono.

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