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Las cruzadas de Isabel Suppé

Las cruzadas de Isabel Suppé

Por Amael Vizzuett

“Mi único domicilio permanente es mi carpa de acampar”, dice Isabel Suppé, montañista, escritora, conferencista y viajera. Por encima de todo, Isabel es una mujer valerosa, que cada día da un ejemplo de entereza y determinación. A través de sus palabras se descubre además a una ciudadana del mundo, que respeta hondamente a todos los pueblos. Nadie puede leer su historia sin sentir una admiración incondicional.

Cuando los médicos la atendían de sus múltiples heridas, tras su odisea en los Andes (que relatamos en el número 25 de Boxer Motors), la autora germano-argentina no sabía si iba a perder una pierna; sin embargo, tuvo un gesto que fue como un desafío a las probabilidades, un manifiesto respecto a su propio porvenir.

La bota entera

Ella misma relata aquel momento en montañismo.org: “Me había jurado que si lograba salir de ahí con vida era para volver a la montaña, porque mi vida es la montaña. Por eso mismo le dije al primer médico que me atendió que me tenía que sacar la bota entera, sin cortarla, porque la necesitaba para volver a la montaña (…) le pedí que me inyectara un analgésico y llamara a dos personas para sujetarme. El médico quedó perplejo, pero cuando le dije que si quería cortar mi bota (que era la bota de alta montaña más cara que había tenido en mi vida) me tenía que matar primero. Me hizo caso. Así conservé mi bota que más allá del bien material también representa algo simbólico: la convicción que iba a volver a la montaña”.

Isabel tuvo que volver a aprender a caminar, su hermano le construyó unas muletas especiales con las puntas de unos bastones de senderismo; había transcurrido poco más de un mes desde que Suppé dio su “segundo primer paso”, cuando armada con sus muletas volvió a subir una montaña.

Como parte de la terapia, los médicos le recomendaron a Isabel que practicara mucho la bicicleta. A la viajera se le abrió así un nuevo camino; su abuela le prestó su vieja bicicleta de montaña, que Isabel rebautizó como “Rocinante”, en honor al rocín del hidalgo manchego, y en una autoironía acerca de su propia búsqueda de aventuras.

El 19 de noviembre de 2011, Isabel partió desde la frontera entre su natal Alemania y Suiza. Llevaba sus muletas aseguradas en el marco de “Rocinante”. En su computadora llevaba el manuscrito de Noche Estrellada.

Paradójicamente, Isabel no había tenido la oportunidad de conocer cabalmente Europa. En “Rocinante” ella se integró al paisaje de una manera que no era posible a bordo de un autobús o de un tren: “Descubrí la belleza de los Alpes y pasamos a saludar al Mont Blanc en Chamonix. Seguimos por el Rhône y visitamos Arles y Saint-Rémy de-Provence donde Van Gogh había pintado su Noche Estrellada desde el encierro de un manicomio”, relata en una entrevista para Desnivel.com.

La viajera atravesó los Pirineos para ocuparse de la edición de su libro en España. El plan era que luego emprendiera el regreso hacia el norte, pero un anuncio que decía “Barco al África”, trastocó todo: Isabel y su hermano resolvieron embarcarse junto a “Rocinante” y “Sancho Panza II”, la bicicleta de su consanguíneo-camarada.

Partieron de Algeciras hacia el gran subcontinente; en él rodaron entre las rocas del Atlas, las alturas nevadas del Toubkal y las arenas saharianas.

En la entrevista con Desnivel.com, (martes 10 de abril de 2012), Isabel explica que ahí, en los pueblos más inhóspitos del Atlas, los turistas rara vez se detienen. Y, sin embargo, en esa desolación, ella reencontró el contacto humano: “Los bereberes nos paraban con frecuencia en la ruta para invitarnos a tomar un té con ellos. Esa gente se sentaba en el piso a nuestra misma altura, nos miraba a los ojos y cuando nos despedíamos nos estrechaban las manos. En los lugares más turísticos, donde los viajeros (…) suelen parar para sacar fotos y a decantar caramelos por la ventanilla como si estuvieran de visita en un zoológico, los niños han aprendido que los extranjeros son máquinas dispensadoras de caramelos y de bolígrafos; los adultos ven en los turistas monederos. Lo que se ha perdido es el té, el contacto de la piel y la dignidad humana”.

En el norte de África, Isabel trabajó en los últimos detalles de su libro, y tal vez ahí se acordó de otro escritor de la acción, el aviador poeta Antoine de Saint-Exupéry, quien también sobrevivió a una odisea, cuando su aeronave se desplomó en esas dunas. Un beduino, que al principio le pareció un espejismo, le salvó la vida. Otra caída, otra historia de lucha por la supervivencia.

El viaje a través de Norteamérica

Isabel Suppé había conseguido el regreso pleno a la acción, al mismo tiempo que traducía sus vivencias en una obra literaria.

Sin embargo, no había recuperado el movimiento de su pierna. Habían sido seis las fracturas, todos los ligamentos estaban rotos; en Europa los cirujanos intentarán ayudarla. En su sitio de Internet, Isabel Suppé refiere que las cirugías practicadas en España no le dieron resultado, así que los especialistas le sugirieron una intervención muy compleja para trasplantarle tejidos óseos; esta cirugía solamente podía practicarse en los Estados Unidos.

El precio de la operación era de 75 mil dólares. Sin la costosa cirugía, Isabel no volvería a caminar sin la ayuda de unas muletas. Y desde luego, ese monto no lo cubría su compañía aseguradora. Con buen humor, la montañista ironizó acerca de las posibles soluciones: “¿Asaltar un banco?… Definitivamente, no era una buena solución para una persona que no puede escapárseles corriendo a los policías”. La incansable Isabel resolvió que la alternativa viable era recaudar fondos.

Su plan consistió en emprender una travesía en bicicleta, de costa a costa por los Estados Unidos; a lo largo de la ruta trataría de recolectar los fondos que necesitaba. Su portal solicitaba a los visitantes un donativo.

Hacia lo imposible

“Me gustó la idea de emprender una cruzada en contra de lo imposible”, declaró Isabel Suppé a la televisión de San Diego, California, poco antes de comenzar su travesía en bicicleta desde Monterey, la antigua capital californiana, hasta Nueva York; tenía planeado detenerse en el Colegio Ramapo, en Nueva Jersey, su Alma Mater. Su meta en la metrópoli de los rascacielos era el Museo de Arte Moderno, y más exactamente el cuadro “Noche estrellada”, de van Gogh, la misma obra que aparece en la portada del libro en que la montañista germano-argentina relata su milagrosa supervivencia en los Andes.

La viajera invitó al público a que asistiera a su arranque hacia el este, y a que le acompañara durante su entrada en Nueva York, a través del Puente George Washington, uno de los símbolos de la metrópoli.

Para realizar su viaje, Isabel utilizó de nueva cuenta a “Rocinante”. La viajera cargó su cabalgadura con el equipo indispensable para acampar, algunas provisiones y agua, además de los instrumentos para comunicarse con el mundo.

Respecto a sus destinos en la costa este, en una entrevista con Christine Perigen (roamlife.com, 20 de marzo de 2013) Isabel Suppé rememora que cuando vivía en Mahwah, Nueva Jersey, cada sábado visitaba los museos de arte. Acerca de su propia naturaleza, comenta que hay personas a quienes les interesa especialmente la vida cultural, y que por ello se sienten muy bien en la ciudad; hay quienes se sienten muy bien en la naturaleza, pero que hay quienes necesitan de ambos mundos, como ella. “La vida se vuelve entonces muy complicada”.

Cuando estudiaba el Doctorado en Filosofía, su asesor le sugirió que se adentrara en los “estudios de género”; Isabel se negó, con el viaje a través de la Unión Americana, era demasiado el tiempo que hubiera necesitado. Además, ella considera que debe pensarse en términos de los derechos humanos, más que en los derechos de la mujer, en forma separada: “Estoy contra el patriarcado, pero no apruebo tampoco el matriarcado”.

Isabel tenía planeado detenerse en varias comunidades para ofrecer sus conferencias motivacionales y recolectar fondos. En términos de los Estados Unidos, sería una gira de conferencias, a speaking tour.

El sitio giveforward.com registró desde el comienzo la actividad de los seguidores de Isabel. La mayoría solamente usó el nombre de pila para identificarse. Hubo donativos modestos con mensajes de aliento, como el de Hugo y Karen, que cooperaron con veinte dólares y las siguientes palabras: “¡Sigue pedaleando! Y escalando montañas. No dejes de informarnos dónde estás y cómo te va en tu viaje”.

Patty aportó cuarenta dólares y escribió: “Isabel, espero que tu viaje marche bien; disfruto tus fotografías en Facebook. ¡Cuídate y mantente en la bicicleta!”

Agustín aportó cinco dólares y un “¡Vamos, Isa!”; Cris Morgan donó cien dólares y su mensaje: “Isabel, tuve el gusto de conocerte cuando emprendiste el camino, en Monterey (…) Espero que sigas sobre tu bicicleta en gran forma, donde quiera que estés (…) Buena suerte, con amor Cris”.

Los fantasmas de Coaldale Juction

Durante esa travesía por Norteamérica, Isabel ya no tuvo a su lado a su hermano con “Sancho Panza II”; aquella vez fue una solitaria émula de don Quijote.

La Unión Americana es una tierra de contrastes incontables, donde las ciudades opulentas se alternan con los territorios desolados. Así lo descubrió Isabel Suppé cuando, ya en Nevada, llegó hasta Coaldale Junction.

Para quienes en el mundo relacionan a Nevada con los boscosos paisajes de la serie televisiva Bonanza, o con el glamour de Las Vegas, lo que encontró Isabel Suppé resultará desconcertante.

Nada hay en Coaldale Juction, excepto el espectro de una gasolinera, las ruinas de un restaurante y el esqueleto de su anuncio modernista. “Café. Abierto las 24 horas”, rezaba el rótulo hace décadas, hoy sólo se ve el cielo sin nubes a través del armazón romboide. En medio del desierto, junto a una carretera por la que apenas transitan algunos vehículos, Isabel Suppé se halló con un pueblo fantasma, que de cuando en cuando visitan los fotógrafos en busca de imágenes expresionistas. Los grafitis son la única nota de color en las paredes que se calcinan bajo el sol.

Muy lejos de ahí, algún nostálgico guarda una foto de los buenos tiempos de Coaldale Juction, cuando los viajeros estacionaban sus coches junto al restaurante. Cuentan las crónicas que en 1993, la Environmental Protection Agency de los Estados Unidos decretó que los depósitos subterráneos de combustible representaban un riesgo para el medio ambiente. Aquél fue el fin de Coaldale Juction.

“Bebí unos sorbos de mi cantimplora, comí una barra energética, empujé mis pedales y me alejé de Coaldale Juction, sus bombas inservibles y sus fantasmas” cuenta Isabel Suppé.

A lo largo de su viaje, la escritora ofreció sus conferencias ante públicos tan diversos como los paisajes del país: en Nebraska, los granjeros no disponían de un auditorio para escuchar a su huésped, así que la conferencia se llevó a cabo en un granero. Isabel tuvo que hablar ataviada con su uniforme de ciclista, ya que su ropa de calle, enviada por un servicio de transporte, iba ya muy adelante de ella y de su bicicleta. Los lugareños la bombardearon con tantas preguntas, que Isabel tuvo que permanecer durante más de dos horas respondiéndoles.

A lo largo de la ruta, cuenta la montañista, algunas noches acampó en una cuneta; pernoctó incluso en un cuarto de baño; hubo otras noches en que fue la huésped de una familia millonaria en su mansión. “Todo es relativo”, reflexiona.

Isabel Suppé atravesó Michigan, llegó a Ontario para retornar al territorio estadounidense por el área de las Cataratas del Niágara; siguió por Nueva York, Pennsylvania, y Nueva Jersey. Cumplió su objetivo de llegar hasta el cuadro de Van Gogh “Noche estrellada”, junto al que la retrataron sonriente, en el Museo de Arte Moderno,

A las cuatro de la tarde del 27 de septiembre de 2012, Isabel Suppé llegó a su alma máter. A las siete de la tarde ofreció una conferencia. Había cumplido su travesía, su memoria estaba plena de vivencias, pero no obtuvo los fondos que precisaba para su operación.

Siempre indomable

Quien crea que la montañista se desanimó, no tiene ni idea de quién es Isabel Suppé. Lejos de ello, a comienzos de 2013, la aventurera emprendió una nueva travesía por Europa, esta vez mediante un ciclo impulsado por las manos, una handbike, sobre la cual se adentra en Italia.

En junio de 2013, Isabel emprenderá un nuevo viaje a través de los Estados Unidos, a fin de presentar la edición en inglés de La noche estrellada. Katie Ives, directora de Alpinist Magazine, considera que no se trata de un típico relato sobre un desastre, sino la descripción de un mundo en que el dolor y la belleza inquietante se entrelazan inextricablemente.

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