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MIRIAM LANCEWOOD: EN BUSCA DE UNA VIDA SIMPLE

miriam lancewood

Un encuentro en la India

Miriam Lancewood parece una heroína del cine: joven, bella, infatigable y temeraria. Sólo que la aventurera holandesa es real: nació en 1983, maestra de educación física, nómada, escritora y conferencista, se ha convertido en un símbolo del regreso del hombre a la naturaleza.

Tras obtener su título universitario, Miriam trabajó durante un año en Zimbabue, el país africano sin costas marinas que termina en las cataratas Victoria. Pero Miriam no podía permanecer demasiado tiempo en un solo sitio, así que viajó a la India, una escala en el camino hacia el Himalaya, la Meca de quienes necesitan probarse a sí mismos en la cordillera más elevada del planeta. 

El gran país asiático es tan extenso, abigarrado y complejo que los encuentros entre viajeros parecen improbables. Sin embargo, tras cuatro meses de estancia, fue ahí donde Miriam conoció al filósofo neozelandés Peter Reine, un hombre en verdad fuera de serie, aventurero y pensador. Corría el año 2007 y Reine, nacido en 1953, mantenía la estampa, la agilidad y el vigor de un atleta, gracias a llevar una vida completamente natural.

Raine llevaba ya cuatro años en la India; era un autor reconocido internacionalmente por sus libros acerca de la relación del hombre con el medio ambiente y sobre la convivencia entre las diferentes culturas: The ethics of place and environmental change: some examples from the South Pacific (2001), Au-delà de l’universalisme, le chaman et l’écologiste: un horizon toujours ouvert  (2001), Who guards the guardians?: intercultural, dialogue on environmental guardianship (2003) y Le chaman et l’écologiste (2005).

Para Miriam, conocer a Peter Raine significó hallarse con un idealista que no se quedaba en la mera teoría: Raine creía en la vida en medio de la naturaleza y llevaba sus convicciones a la realidad. Él ya vivía la clase de existencia que ella intuía y buscaba.   

La diferencia generacional tan marcada palideció ante la fuerza con que se complementaron sus personalidades e intereses. Para la joven europea, aquel señor de la selva, era la encarnación de la aventura, de la libertad. Era fuerte, autónomo y sabio, como los exploradores antiguos. Decidió acompañarlo a dondequiera que él fuese. Otro aventurero escritor lo dijo: “Amar no es mirarse uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”.

Ambos resolvieron emprender de inmediato su nueva existencia. Se convirtieron en un equipo y se prepararon a dejar atrás la civilizada seguridad de las urbes, que consideraban como una limitación, una forma de cautiverio y dependencia.

Quemar las naves

Durante sus comienzos en el país asiático, no contaban con una tienda de campaña, tampoco disponían de una estufa ni de muchos otros utensilios. Pero conocieron la generosidad de los hospitalarios montañeses: una aldeana les horneó algunos chapati, pan tradicional de trigo; también les entregó una bolsa de tsampa, otro alimento típico de la región de las montañas.

La pareja de andariegos recorrió el sudeste de Asia; posteriormente se viajaron para, Guinea.  

Cuando por fin lograron llegar a Nueva Zelanda, tierra del escritor y filósofo Peter. Ahí se conservan extensos territorios inhabitados casi intactos:volcanes en actividad, cordilleras, bosques, planicies, lagos de turquesa líquida, islas de flora tropical. 

No en balde Hollywood eligió los paisajes naturales neozelandeses para recrear en la pantalla grande el mundo épico de Tolkien, con la trilogía El señor de los anillos. El equipo de Peter Jackson rodó durante varios años la “Batalla de los campos de Pelennor” en Mackenzie Country.

Miles de turistas constantemente viajan al archipiélago para conocer los escenarios naturales de la fantasía fílmica. 

Los paisajes de Nueva Zelanda cautivaron a Miriam, más ella era una inmigrante y para obtener su residencia tuvo que impartir clases durante un año. 

El trabajo “normal” corroboró la convicción de la joven holandesa: esa no era la clase de vida que deseaba. Tampoco Peter se sentía satisfecho con ello, pese a su respetada posición como académico. La resolución de la pareja era más firme que antes: las montañas les llamaban a adentrarse en las zonas inconquistables. Así que se prepararon para comenzar, de nuevo, “quemar sus naves”.

Peter renunció a la plaza como profesor. Procedió de manera opuesta a como suelen hacerlo otros profesionales, y en lugar optar por una carrera en la comodidad de la urbe y el ambiente académico, Reine eligió la incertidumbre de la vida natural. 

En sus relatos sobre aquellos días, Miriam y Peter refieren cómo regalaron todas sus pertenencias y cerraron su departamento citadino. Era el año 2010.

Contaban ya con una tienda de campaña, pero su equipo era aún muy escueto: un par de sacos de dormir y algunas provisiones. Al inventario se sumaban el arco y las flechas de Miriam, quien practicaba tiro con arco. Ella estaba consciente de la distancia entre la afición y la supervivencia: no es lo mismo apuntar hacia un objetivo fijo que acertar a una presa viva y en movimiento.

El extenuante primer año

Se han escrito varios libros sobre “el primer año de matrimonio”, pero ninguno les hubiera resultado de gran utilidad a los esposos nómadas: su primer año en medio de la naturaleza fue muy difícil, a menudo desalentador. La propia Miriam había entendido la necesidad de adaptarse de manera rápida. Estaba en juego la supervivencia de ambos. Para ellos “Vivir en la naturaleza” no significa habitar en un paraíso que lo proporciona todo. Miriam y Peter no eran Adán y Eva en el Edén: la supervivencia es un trabajo de tiempo completo que exige un esfuerzo extremadamente tenaz y mayor conocimiento sobre los animales, los climas y la flora, así como la valentía para sobrevivir sin los dispositivos que sin duda hoy en día ofrece la tecnología del senderismo y el campismo para evitar siniestros. 

En el bosque la temperatura y la humedad varían constantemente a lo largo de año conforme a las estaciones. La hipotermia es una amenaza sería para todos los que se aventuran en el bosque. La obtención del alimento es un desafío permanente que se convierte en una prioridad. Su pequeño campamento está a casi mil metros sobre el nivel del mar; la densa nieve los acosaba durante temporadas que parecían interminables y los esposos tenían que invertir gran parte de su día en la recolección de leña, pues mantenerse calientes por varios días se volvió básico.

En medio de la nieve no resultaba sencillo encontrar leña seca para la fogata. Miriam debía recorrer distancias largas para encontrar y seleccionar la madera adecuada. La dura jornada concluía con ambos extenuados junto al fuego, conscientes de que aquel magro calor les inyectaba vida.

En Nueva Zelanda, ciertamente, la cacería forma parte de las tareas de protección a la naturaleza, a causa de las especies introducidas en otras épocas, especies sin depredadores naturales. Por ello hay una bien estructurada cacería deportiva, con rutas, safaris y guías profesionales. 

A diferencia de la caza deportiva, la cacería para sobrevivir es muy diferente: no se buscan trofeos ni se cuenta con equipos que faciliten la tarea. Los primeros intentos de la aventurera resultaron infructuosos y la pareja debió recurrir a la caza de zarigüeyas. No parecían una presa muy apetitosa; en Nueva Zelanda son considerados una plaga traída desde la cercana Australia.

Lo cierto de esto es que el ciervo y otras especies propias de la cacería se importaron de otras latitudes. Las zarigüeyas no podían jamás compararse con un ciervo, pero en ese momento la especie era la única alternativa.

Al cazar zarigüeyas, los esposos nómadas estaban contribuyendo a reducir el impacto de una especie demasiado extendida. Incluso así, la primera zarigüeya sacrificada le provocó gran impacto a Miriam. Pero sus fuerzas y las de Peter tocaban a su fin. Reunieron las energías físicas restantes para aquella cacería. La caza pareció ir por mal camino cuando los golpes de Miriam lograron mataron a la presa en cuestión; el animal quedó malherido pero con vida.

Además, la joven debió asimilar la agonía del animal, el cual sin duda fue uno de los momentos más duros e impactantes en su nueva experiencia. Cuando al fin el marsupial quedó listo para la comida, pese a su sensibilidad de antigua vegetariana, Miriam encontró delicioso aquel alimento. Seguramente también lo disfrutó su esposo, el filósofo, quien resultó contar con talento como cocinero. 

Al amanecer no hubo ya dolores de vientre. Miriam experimentó un sentimiento de seguridad y de orgullo por su contribución a la supervivencia de ambos. Ella era un miembro esencial del equipo, y juntos lograban su propósito inicial de integrarse a la naturaleza.

Nada es rutinario

Lancewood aprendió a disimular su propio aroma corporal para evitar que sus presas la descubrieran. Para ello recurre a técnicas como sumergirse en un cauce de agua. Lo cierto es que en el bosque la vida nunca es segura ni rutinaria: jamás se sabe si un río se saldrá de cauce, si arrasará con todo el campamento, si ahuyentará a las posibles presas para comer; si una helada imprevista pondrá a los humanos en peligro de sucumbir. 

El trabajo en equipo, de acuerdo a sus capacidades, es clave para el éxito de estos nómadas del siglo XXI. Pese a su energía, Peter ya resiente en sus articulaciones los efectos de tantos años de esfuerzo. Por ello se limita a cargar 15 kilos de equipo durante los largos recorridos; Miriam, en plenitud, lleva 25 kilos sobre sus hombros. Pocos jóvenes de la ciudad podrían emularla. Cuatro o seis kilos de libros en una mochila agotan a muchos citadinos. Tal vez, como reflexionaba un personaje del cine, “la civilización nos vuelve blandos”.  

Miriam Lancewood comenta que si hubiera conocido a Peter en Ámsterdam, su encuentro jamás se hubiera concretado: en la civilización la diferencia de edad hubiera sido un obstáculo tal vez insalvable. La vida libre posibilitó su vínculo. 

Pero la naturaleza no entiende de razones humanas: la lluvia puede caer durante varios días consecutivos. Entonces todo el entorno se vuelve más peligroso. La prioridad es hallar algún refugio donde sea, incluso en la cabaña abandonada, aunque las ratas y los ratones se hayan adelantado en reclamarla como santuario. En tales casos hay que mantener la serenidad, después de todo no hay alternativa. 

Cada una de las se rige por el espíritu práctico: nada de medias ni calcetas, tampoco de zapatos  cerrados. Eso significaría vivir con los pies húmedos y exponerse a contraer enfermedades. Ahí, lejos de toda ayuda médica. Por eso usan siempre sandalias de senderismo; si el invierno es muy crudo, sumergirse en un arroyo eleva la temperatura corporal los grados suficientes para sobrevivir. 

Y pese a todo ello, cuando Miriam pasa unos días en las confortables habitaciones cerradas de la civilización, se siente cautiva. Añora la algarabía de la fauna.

Entre las travesías de la pareja, una de las más desafiantes fue el sendero de Te Araroa, en Nueva Zelanda, este recorrido fue de más de tres mil kilómetros a través de varios ecosistemas, con climas bastante contrastantes. Bosques, hermosas montañas, costas, sembradíos y volcanes en la Isla Norte. Solamente está en condiciones óptimas para su recorrido durante cuatro meses del año; pero Miriam y Peter no tienen prisas. Se tomaron diez meses para la travesía.

La narradora de la selva

El contacto con la civilización es a veces indispensable. Se aprovecha para enviar un correo electrónico, adquirir víveres o escribir un libro. Miriam ha iniciado su carrera como escritora. En 2017, Miriam debutó con éxito como autora con su primer libro, Woman in the Wilderness (Mujer en el reino salvaje), una autobiografía que se convirtió en todo un éxito internacional, con traducción al alemán, holandés, francés y chino.

La escritora no omite los pasajes difíciles, como sus problemas para aprender a cazar con arco y flecha en unos territorios donde no se pueden conseguir municiones.  Tampoco se guarda ningún secreto, comparte sus conocimientos, tan arduamente adquiridos, con el claro propósito de animar a sus lectores a emprender sus propias aventuras en la naturaleza.

En su libro describe los pasos para cruzar ríos turbulentos de manera segura, así como  orientarse en el bosque y encontrar caminos a través de los matorrales.

En este mundo tan apresurado, de comidas muy rápidas y vidas regidas por agendas llenas de compromisos, Miriam y su esposo Peter representan un contrapunto: su ritmo de vida parece muy lento, pero en realidad deberíamos llamarlo sosegado, sereno. Miriam reflexiona sobre ello en su libro.

Igualmente, comenta la relación con su pareja, de edad mucho mayor que la joven escritora. Sobre todo, medita sobre su integración con la naturaleza mediante instrumentos básicos de campismo, una manera de vivir poco conocida por gran parte del público que escucha las vivencias de la cazadora.

El futuro es de los audaces

Tras el debut de Miriam en el mundo editorial, los esposos acometieron nuevas travesías por territorios silvestres en Bulgaria y Turquía. De vuelta en Nueva Zelanda, Miriam trabaja en un segundo libro sobre sus experiencias en esa Europa ajena a la intervención del turismo moderno. La autora holandesa cuenta con que su nuevo proyecto alcance un público aún mayor.

Miriam se muestra agradecida con las atenciones de la civilización, pero su futuro está en la naturaleza. Los viajes a las ciudades son sus nuevas expediciones, aunque temporales, ya que para ella lo esencial está en el bosque. La pareja, consciente de que su estilo de vida sería muy precario para los niños, ha resuelto omitir la descendencia. “Sería imposible vivir en la naturaleza con niños”. De momento, no se plantean esa posibilidad.

La aventurera y autora piensa que lejos de la naturaleza no se conoce el verdadero contacto con la tierra ni consigo mismo. Según el ideal de Miriam Lancewood, cuando los pies pueden pisar la tierra, se comprende verdaderamente la fortuna que significa estar vivo.

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