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MOTOTOUR EUROPA 2013: ALPES-MEDITERRÁNEO-TOSCANA-DOLOMITAS

MOTOTOUR EUROPA 2013. ALPES-MEDITERRÁNEO-TOSCANA-DOLOMITAS

Nuestra aventura comienza en Múnich, capital de Baviera, en el sur de Alemania, desde donde salimos el primero de septiembre, en un recorrido por siete países, 3,500 Km e incontables pasos cordilleranos. Antes de partir, disfrutamos de esta bella ciudad, de sus magníficos restaurantes y su deliciosa cerveza; también visitamos el Mundo BMW y su museo. Por fin viajamos al sur, con un tiempo frío y lluvioso. Pasamos por Garmisch Partenkirchen, hermosa ciudad en Los Alpes, sede de los Juegos Olímpicos de Invierno 1936, de dos mundiales de esquí alpino y de la reunión de la última BMW Motorrad Days 2013, con asistencia de más de 35 mil motociclistas. Ahí mejoró el tiempo y salió el sol.

Solo circulaban automóviles nuevos, ya que la renovación continua del parque vehicular es una política común en los países europeos, por motivos de ecología, seguridad y velocidad en el tránsito. Ni remotamente se parece a lo que vivimos diariamente en México, invadido de chatarra. Los paisajes del Rin cruzamos hacia Austria sin darnos cuenta. No hay fronteras, ni pasaportes, ni policías o soldados.

El camino es hermoso y con abundantes curvas, muy limpio todo, nunca hay basura. Subimos montañas arboladas con preciosos prados verdes, en los que no están divididas las propiedades, por lo que se asemeja a un enorme jardín. Vacas, caballos y ovejas de gran tamaño pastan en los campos. Muchos centros de esquí y muchas flores en las ventanas. En poco tiempo estábamos en Italia por el Passo di Resia. Vimos un hermoso lago artificial del que emerge una torre, único y mudo testigo del conflicto de 30 años, provocado por el proyecto de unión de tres lagos naturales mediante unas compuertas, que en 1950 inundó los poblados de Graun y Reschen; solo quedó la torre en medio del agua. 

Hermosos bosques lo circundan y muchos kiteros disfrutaban el fuerte viento. Al fondo, imponentes montañas nevadas. 

Dormimos en Sulden, o Solda, en el Tirol del Sur italiano. Al día siguiente salimos al Passo dello Stelvio o Stilfser Joch, que permanece abierto de junio a septiembre, y está enclavado entre algunas de las cimas más bellas de los Alpes. El Passo dello Stelvio se merece de los italianos aficionados al Giro Ciclístico d´Italia el título de ¨Su majestad el rey¨. La subida tiene 48 curvas cerradas llamadas “Tornantes”, las cuales se asemejan a una herradura, pero con mucha pendiente, y el ángulo de algunas es de 180 grados. 

Un sueño para cualquier motociclista es esta increíble cuesta. Hay que abrirse para tomar las cerradas curvas y tratar de no invadir el carril contrario al “tornar”; mientras se asciende, se espera que no vengan vehículos en contra. Solo sufrimos una caída, sin consecuencias, entre las 16 motos que componían el grupo, integrado por siete GS 1200 LC, tres GS 1200, tres GS Adventure, dos RT 1200 y una GTL 1600. Como barredora actuaron Nacho y Rocío, en un potente BMW Gran Coupé 640 D AWD; ambos disfrutaban al parejo con nosotros. Al llegar a la cumbre encontramos unas 100 motocicletas de todos tipos, marcas y tamaños: un grupo de Dubái en Gold Wings y otros en cuatrimotos, muchos coupés y convertibles. Hallamos también a muchas mujeres que piloteaban sus motos, algo que seguiríamos viendo en el resto de Europa.

También había ciclistas de ambos sexos, que día a día suben y bajan por las pendientes más pronunciadas, ya que en estos países sienten adoración por el ciclismo. Después de las fotos y los souvenirs, ya en Suiza bajamos por más de 21 km, con todo tipo de curvas y paisajes espectaculares. Túneles y cascadas, heladas vertientes de agua y manchones de nieve. En Suiza todo es más serio, más seguro, más limpio y perfecto y mucho más caro. Con ocho millones de habitantes, es una de las economías más sólidas del mundo, algo que se percibe en el ambiente. 

La policía es de cuidado y las multas por exceso de velocidad pueden ser de miles de euros. Viajamos hacia Bornio siguiendo la garganta del famoso río Rin, que serpenteaba allá, muy abajo, y que casi no se veía por la enorme cantidad de pinos. El Rin nace en el Lago Tomasee. Es el río más grande de Alemania y recorre también Francia, Suiza y Holanda.

Visitamos Saint Moritz, con su hermoso lago del mismo nombre, en el cual navegaba un airoso velero. Es una ciudad resort, muy chic, que fue sede de los Juegos Olímpicos de invierno de 1928 y 1948. Es muy visitada por el Jet set internacional. Pasamos el Julierpass, conocido en italiano como Passo del Giulia. En sus laderas está la pista de trineo más larga del mundo; más tarde atravesamos el Oberalppass, los dos son magníficos cruces de montaña. Nos detuvimos por un café y platicamos con unos motociclistas suizos, españoles y alemanes, quienes paseaban por los Alpes en motos de diferentes cilindradas. 

Al subir un valle con múltiples curvas, se llega a la cumbre y se divisa como serpentean las curvas del descenso. Si se mira hacia atrás, se aprecian las curvas que el viajero acaba de pasar, así una y otra vez. Un espectáculo inolvidable. Al cambiar de dirección, dejamos la carretera por la que circulábamos y entramos a un estrecho sendero entre los árboles, por el que apenas cabían las motos y el que recorrimos por largo tiempo. Ahí perdimos a Pepe; afortunadamente lo rescataron Paul y Manuel. Los tres llegaron un par de horas después al hotel en Sedrun. Aprendimos que además de alemán, austriaco, francés, italiano e inglés, los lugareños hablan un dialecto muy parecido al español, el Romanche. Por lo mismo, los letreros en las carreteras están escritos en diferentes idiomas. Después, una excelente cena y a dormir.

Del Gran San Bernardo al principado 

El tercer día amaneció hermoso y soleado. Pasamos cerca de San Gotardo en donde se construyen dos túneles abajo del macizo, de más de 57 Km de largo cada uno. Más montañas y los increíbles Furkapass y Grimselpass, por los que circulamos ascendiendo y descendiendo durante varias horas. 

Espectaculares vistas. Luego del alemán pasamos al francés y todo fueron viñedos. Aferradas a las montañas, crecían infinidad de viñas y hermosas casas. El Simplonpass, Sion y luego otra vez para arriba, hacia el famoso Col du Grand Saint Bernard, por un antiguo camino romano que une Martigny en Suiza con Aosta. Napoleón lo cruzó en 1800 para conquistar Italia; años después, el gran pintor neoclásico, David, recreó este episodio en el retrato más célebre del guerrero. Es algo increíble pensar que el general cartaginés, Aníbal, haya atravesado desde España estas enormes montañas con un ejército de 40,000 hombres y 36 elefantes, que subió primero los Pirineos y luego los Alpes para guerrear contra los romanos, en el año 218 antes de Cristo. Curvas amplias y hermosos paisajes, sin anuncios espectaculares, sin publicidad ni propaganda de ningún tipo. Todo limpio y verde. Llegamos al Hospicio para viajeros San Bernardo, que fundó en 1049 el monje San Bernardo de Menthon, patrón de los montañistas y famoso después por el empleo de perros San Bernardo en labores de rescate. Ahí admiramos la enorme estatua del monje y bajamos al Valle de Aosta para dormir en Pila, un pequeño centro de esquí, con una preciosa vista al Monte Bianco. Otro banquete bañado con buenos vinos y un buen descanso. Nos dirigimos a Courmayeur, a los pies del Monte Bianco. Ahí comienza el túnel que une a Italia con Francia y Suiza. Subimos a la cumbre en el teleférico en dos largas etapas y admiramos una vista maravillosa del macizo compuesto por el Mont Blanc, el Cervino, el Monte Rosa y el Gran Paradiso, nombrados por la Unesco patrimonio de la humanidad. Cuenta con 101 glaciares que buscan su camino al mar.

Dormimos en Turín, en el Piamonte italiano. Admiramos su arquitectura y belleza. Celebramos un cumpleaños con una gran cena al aire libre, a los pies de la catedral y participamos en un baile masivo amenizado por unos músicos que tocan instrumentos antiguos. Todo mundo baila durante toda la noche al ritmo de sus percusiones, lo que se conoce como Flashmob. El quinto día pasamos a Francia por el Col de la Lombarde, precioso y estrecho camino muy curveado y arbolado, en donde encontramos muchas bicicletas y motos. El lado italiano mide 22 Km, solo cabe un automóvil y es uno de los favoritos de los motociclistas europeos. 

El lado francés termina en Isola 2000. Paramos en el santuario de Santa Anna Vinadio y comimos un seco panino de jamón. Llegamos a la Costa Azul, a Eze, entre Niza y Mónaco. Nos alojamos en el hotel Terraces du Eze, con una vista fantástica al Mediterráneo. A la mañana siguiente nos dirigimos a la ciudad y principado de Mónaco, el segundo país más pequeño del mundo, con 35,000 habitantes. Allí la riqueza se respira. Hermosas mujeres, calles arboladas, palacios y las mejores tiendas. Recorrimos en motos el circuito de Fórmula Uno, que se corrió por primera vez en 1929, con el triunfo de un Bugatti; visitamos el Palacio Principesco, también llamado Palacio Grimaldi, el casino y el club de yates. Ahí atracan unos enormes barcos de 100 o más pies de eslora, uno al lado del otro. 

En el estacionamiento del Montecarlo Beach Club admiramos una colección de coches de lujo nunca vista: Ferraris, Maseratis, Rolls, Bentleys etc. Parecía una exhibición y solo era el estacionamiento para socios. Es un paraíso fiscal de gran belleza y posee una policía especializada que vigila que los millonarios cumplan con los acuerdos de residencia; estos a su vez tienen empleados que van a sus propiedades para abrir las llaves, a consumir gas y electricidad para simular que sus propietarios están habitándolas. Montecarlo es su barrio residencial y hotelero. También es uno de los lugares más caros del mundo. Sus playas son privadas y no tienen arena. 

La vista desde el Palacio Grimaldi es impresionante, el Mediterráneo en todo su esplendor. Regresamos al hotel por la Alta Cornisa, con sus espectaculares vistas. Ahí fue en donde perdió la vida la princesa Grace Kelly en 1982. Nosotros nos bañamos en la fría alberca para luego ir a cenar a Niza.

Los paisajes de Austria 

Salimos temprano para seguir rodando por los valles Dolomitas. Era un día hermoso, frío y soleado. Hicimos una parada técnica en Lienz, y empezamos el ascenso a la montaña más alta de Austria, por su carretera más famosa, la Grossglockner Hochalpenstrasse. Está abierta de mayo a octubre y cerrada por las noches. Después de subir por 48 Kms, llegamos al centro de información y refugio Káiser Franz Joseph Höhe, a una altitud de 2,369 metros. Ahí admiramos el glaciar Pasterze, que vierte sus gélidas aguas de color verde intenso en una presa. 

Enfrente se levanta la montaña Grossglockner, con sus 3,798 metros de altura. Lo malo es que no la veíamos porque estaba nevando desde hacía casi diez minutos y estaba todo cubierto de neblina. Los copos caían al piso y se derretían sin compactarse. El termómetro de la moto parpadeaba, se prendía y se apagaba; marcaba dos grados… y bajando. Admiramos el glaciar, compramos unos souvenirs y seguimos el ascenso hasta un punto en el que había un semáforo rojo, que indicaba el cierre de la carretera. Nevaba más fuerte, la neblina era densa y casi no se distinguía el entorno. De la nada apareció una camioneta con un funcionario de carreteras, quien nos informó que podíamos continuar porque acababan de limpiar el camino. 

Eufóricos reanudamos el avance, El termómetro marcaba 0.0 grados y bajando. Estaba todo el piso mojado pero sin hielo. Todo era blanco, limpio y hermoso. El resto del camino llovió intensamente. Llegamos a Salzburgo con un tránsito pesado. Como todas las ciudades importantes que habíamos visitado, también a Salzburgo la baña un río, el Salzach. Ciudad musical, joya barroca, cuna del más grande músico sinfónico, Wolfgang Amadeus Mozart, dominada en lo alto por la fortaleza de Hohensalzburg, Salzburgo es la cuarta ciudad más grande de Austria; alberga las oficinas y la fábrica de la escudería Red Bull. En este lugar se rodó la película La Novicia Rebelde. 

Dormimos aquí dos noches y cenamos en el Agustiner Brau, un antiguo monasterio convertido en cervecería y restaurante. Lo administran unos monjes agustinos. De un estante, el parroquiano toma su tarro de un litro, lo lava en una fuente y se lo llenan en un mostrador, las veces que el cliente quiera, con una excelente cerveza fabricada por los monjes. Hay muchos puestos que venden quesos, embutidos, ensaladas, pollo, cerdo… Uno compra su comida y la comparte con cientos de comensales en enormes mesas de madera. En el día, el Agustiner Brau tiene terrazas con mesas al aire libre. 

El último día 

Salimos el 14 de septiembre con dirección norte, hacia la República Checa. En el camino visitamos la fábrica de KTM y rodamos con algo de lluvia por hermosos bosques. Cruzamos la frontera y bordeando el bello río Vitava, “Río Negro” por el que navegaban muchas balsas llenas de bañistas; llegamos a la hermosa ciudad medieval de Ceský Krumlov, también declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. 

Es bella y pintoresca, parece que aquí se detuvo el tiempo. Visitamos su imponente castillo y admiramos en sus jardines su teatro barroco, en el que se presentan óperas y en el que las butacas giran 360 grados, convirtiéndolo en algo único en el mundo. Nos despedimos con unas lagrimitas de nuestros amigos checos, y rodamos por caminos rurales en dirección a Múnich, a 300 km de distancia. 

Devolvimos las motos, tomamos un tranvía y luego el metro a la Marien Platz, para cenar en el bullicioso Hoffbrau Haus. Disfrutamos unos enormes chamorros bañados con cerveza, acompañados por el calor humano de miles de alegres alemanes, en un ambiente amenizado por una banda compuesta de jóvenes músicos de la zona. Brindamos por el hermoso viaje, por las nuevas amistades fortalecidas después de 17 días de convivencia, por las buenas experiencias y por haber compartido un viaje maravilloso por algunos de los caminos más bellos del planeta. Mención especial merecen las diez mujeres que nos acompañaron aguantando largas jornadas y a veces condiciones climáticas adversas, en especial a mi compañera, mi queridísima Eva. 

También les damos las gracias a los amigos que supieron unir y proteger al grupo y con quienes compartimos esta increíble experiencia. Ya muy alto, se disipó un poco la neblina y tomamos un estrecho camino adoquinado que lleva a Motorcycle Point y está señalizado por un cartel con una moto. Subimos y llegamos a la cúspide, en donde se levanta un refugio, restaurante y taller de motos. Nevaba más duro y hacía mucho frío, dos grados. Nos recibió un enorme muñeco de nieve y entramos por una reconfortante e hirviente Goulash supen. Existía el riesgo de no que no pudiéramos bajar si se convertía la nieve en hielo, por lo que permanecimos ahí poco tiempo. 

Cuando nos pusimos en camino, repentinamente salió el sol, se fue la neblina y solo quedaron algunas nubes a lo lejos y en los picos más altos. Maravilloso espectáculo de indescriptible belleza fue ver las montañas resplandecientes, cubiertas de nieve e iluminadas por el sol. La carretera se veía como una serpiente negra que bajaba a lo lejos, entre la nieve, hasta donde se perdía la vista. 

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