Por San Arthur
A pesar de sus 55 años, Zenaida, una BMW R26 1958, sigue siendo sexy ¡Y es toda una aventurera! ¿Si tuvieran a su disposición una ‘preciosura’ así, la dejarían encerrada o se la llevarían de viaje?
El primer impulso provocado por la curiosidad de manejar una moto antigua, siempre se coarta por la duda respecto a su confiabilidad. ¿Me dejará tirado?, ¿se calentará en el tráfico?, ¿la podré volver a arrancar?, ¿si se descompone, conseguiré refacciones y un mecánico para repararla?
Todas estas inseguridades nos impiden recordar que las BMW de la postguerra se fabricaron para durar varias generaciones, con una tolerancia que hoy puede superar cualquier rectificadora, que funcionaban con mala gasolina y lubricantes mediocres; tampoco recordamos que se diseñaron para que rodaran en caminos sin pavimentos, bajo unas condiciones mucho más adversas que las de hoy en día.
¿Alguna vez han tenido la inquietud de comprobar si realmente estas motocicletas son suficientemente confiables para emprender un viaje largo? ¡Yo sí! Y con esto en mente decidí probar a Zenaida con un viaje de ida y vuelta, al mismo punto de partida. Iban a ser más de dos mil kilómetros y de un solo jalón.
Yo sé que muchos de ustedes viajan del D.F. a Acapulco en un fin de semana, inclusive en un mismo día, por lo que dos mil kilómetros en una semana no resulta un gran reto. Pero si la BMW que manejan es una mono-cilíndrica de 250cc, 18 caballos, con una velocidad promedio de 70 Km/h y más de 55 años de antigüedad, las cosas se tornan interesantes.
El primer intento
Para cumplir mi prueba, le pedí a mi amigo Allan Johncock que hiciera una excepción, y me dejara participar con Zenaida en un viaje que organiza cada año sólo para motos mono-cilíndricas inglesas. Johncock amablemente aceptó, y así comenzó el reto. El British Singles Ride es un viaje organizando por Allan desde hace veinte años y parte desde su museo de motocicletas clásicas en Vanderpool, un pueblecito que se localiza 135 km al noroeste de San Antonio. Si andan por el Hill Country, tienen que visitar su museo. www.lonestarmotorcyclemuseum.com
En mi primer intento, en 2011 los problemas comenzaron a tan sólo 40 kilómetros de Vanderpool: cuando cruzaba Leakey, Texas, el motor se paró, al parecer por falta de corriente. Sobre la carretera intenté hacerle llegar chispa a la bujía, pero fue inútil, así es que subí la moto al remolque y continué el viaje en el vehículo de servicio. Por la noche, guiado por los manuales, siempre necesarios en un viaje como éste, recorrí cada uno de los cables del sistema eléctrico en busca de alguna fisura que ocasionara un corto o una desconexión, pero sin ningún resultado.
Un día después aprendí una excelente lección: siempre comienza por lo obvio y sencillo. Nunca pensé en revisar la batería nueva, y resultó que uno de sus polos se había dañado, lo que causó la falla eléctrica. A los dos días, uno de los tornillos que sujetan la toma de la bomba de aceite cedió a la vibración, limitando la cantidad de aceite que llegaba a la cabeza. La fricción y el calentamiento rompieron en pedazos los anillos del pistón. Era ya imposible seguir adelante. Subí a Zenaida al remolque y abandoné mi primer intento.
Al año siguiente, Allan me volvió a invitar, y una vez más una falla eléctrica me obligó a retirarme. En aquella nueva oportunidad, una fisura longitudinal en la placa que sujeta el alternador y da la tierra al sistema de ignición, provocó una falla que le cortaba la chispa a la bujía de forma intermitente.
A pesar que invertimos varias horas durante el viaje para encontrar el desperfecto, no dimos con él. Después del viaje, en el taller abrimos el motor y descubrimos la fisura. Si bien para mí fue un viaje frustrante, para mi esposa fue perfecto puesto que su motocicleta no falló una sola vez.
¡La tercera es la vencida!
Allan me volvió a invitar para reivindicarme. Para este año sumé casi 1000 kilómetros de pruebas, revisé todas las conexiones y tierras eléctricas, cambié varias veces el aceite buscando metales, apreté toda la tornillería, en fin, hice lo que debí haber hecho desde mi primer intento, usar y usar a Zenaida. La noche anterior al viaje cambié una vez más el aceite y subí a Zenaida a la camioneta.
Como en los años previos salimos del museo de Allan con destino al parque nacional Big Bend, siempre circulamos por carreteras secundarias, con el mayor número de curvas o paisajes. Pasamos por Marathon, Alpine, Marfa, Fort Davis, Presidio, Lajitas y Terlingua, además de pueblos fantasmas como son Dryden y Shafter. Los primeros dos días son de rectas con pendientes casi imperceptibles, de no ser por la notoria pérdida de potencia. Es ahí donde los 250 cc de Zenaida no son rival para el 1/2 litro de las motos inglesas, pero como de bajada hasta las calabazas ruedan, la suspensión Earles de Zenaida me ayudaba a pegarme al grupo en las curvas.
Para no echarle la sal, cada noche de las siete que abarcó el viaje, traté de ignorar los halagos de mis compañeros y de no hacer comentarios sobre lo fantásticamente que estaba trabajando Zenaida. En este viaje sólo me dediqué a medir y rellenar el aceite, amén de apretar algunos tornillos que se aflojaron por las vibraciones.
En los caminos que suben a la montaña, donde se levanta el Observatorio McDonald de la Universidad de Texas, las pendientes me obligaban a realizar varios cambios de velocidad y la tercera comenzó a saltarse; pero una vez que descubrí la perfecta combinación de embrague y pie, el problema desapareció.
Todos los años, desde los telescopios del observatorio, se organiza una carrera. Bajamos la montaña con el motor apagado, en neutral y apenas tocando los frenos en las curvas, así aprovechábamos el vuelo al máximo, para ver quién llegaba más lejos en la carretera al pie de la montaña. La tradición es que quien llega más lejos escribe su nombre en una pañoleta y la guarda para el ganador del próximo año.
Llegó el último y más largo de los días: 500 kilómetros desde Alpine hasta Vanderpool. Para llegar con luz de sobra decidí salir al amanecer. Como se pronosticaba lluvia y hacía frío, salí abrigado con mi traje impermeable. A pesar de que el tanque de Zenaida me estaba dando aproximadamente 250 kilómetros, preferí cargar combustible cada 150, así aprovechaba para descansar de las vibraciones y del marco de fierro del asiento –Pagusa- el cual recordaré durante mucho, mucho tiempo.
El combustible que cargué en Marathon debió ser de mala calidad, porqué a partir de ahí Zenaida comenzó a perder potencia y a toser. Paré a comer algo en Del Río y me deshice del impermeable, que para esa hora me estaba sofocando. En cuanto legué a Uvalde volví a cargar gasolina e inmediatamente el motor comenzó a suavizar su marcha. En Knippa me alcanzó la Ley de Murphy, cayó un tremendo chubasco y al no haber un techo o un árbol donde resguardarme, tuve que seguir adelante.
El aguacero me acompañó hasta la entrada a Sabinal. Ahí, mágicamente se abrió el cielo y el motor se compuso. El cambio fue notorio, Zenaida voló esos últimos 60 Km hasta llegar a Vanderpool. Fueron sin duda los mejores kilómetros del recorrido.
Cuando vi a lo lejos el letrero del museo me alegré, atrás quedó la frustración de los viajes anteriores y me sentí satisfecho, porque las horas de trabajo que invertí en mi moto me ayudaron a confirmar su confiabilidad. Al llegar al museo cerré la llave de combustible, apagué el motor y me bajé para admirar a Zenaida. Ahora sí, mi BMW está a punto y lista para 55 años más.
Boxer Motors: ¿Cómo empiezas a formar parte del mundo del motociclismo?
Arturo Ibarra: Yo comencé al revés, primero restauré motocicletas y después aprendí a manejarlas. La primera moto que restauré fue una Harley WL 1948, y después a Zenaida, una BMW R26 1958; conservo ambas. Entré de lleno al mundo del motociclismo cuando saqué mi licencia hace apenas diez años, fue una condición que me puso mi mecánico para poder llevarme la Harley a casa. Le estaré siempre agradecido por haberme cambiado la vida.
BM: Antes de Zenaida, ¿qué motocicletas conducías?
AI: Mi relación con Zenaida lleva más de 25 años, pero la primera moto que compré para conducir fue una Honda Magna V65 1985, un verdadero monstruo, demasiado grande para un novato.
BM: ¿Cómo llega la R26 a tu vida?
AI: Un amigo de mi hermano me convenció para quedármela, había nacido su primer hijo y su cambio de prioridades fue mi oportunidad para hacerme de Zenaida.
BM: ¿Podrías describirnos las características técnicas de Zenaida?
AI: La BMW R26 y la R25 siguieron al modelo R24, que fue la primera moto que fabricó BMW después de la II Guerra Mundial. Tiene un motor mono-cilíndrico de 245cc y 15 caballos de fuerza. El motor aspirado es de cuatro tiempos, con válvulas a la cabeza y una caja de cuatro cambios que puedo describir como molido, licuado, frappé y puré: es pesada y torpe. 0 a 100 Kph. Velocidad máxima: 120 Kph (de bajada y con viento a favor). Frenos de tambor que no frenan, suspensión Earles que no amortigua y transmisión por flecha.
BM: ¿Cuántos kilómetros has recorrido con ella?
AI: Con Zenaida he recorrido 36,345 kilómetros a una velocidad promedio de 60 Kph, son muchas horas de asiento.
BM: ¿Podrías contarnos el mejor viaje, para ti, con esta BMW?
AI: El mejor viaje con Zenaida es siempre el que viene.
BM: ¿Por qué eres motociclista BMW?
AI: Como buen ex-alumno del Colegio Alemán soy germanófilo y si algún día iba a manejar una motocicleta tendría que ser una BMW. Desafortunadamente, para mi generación estaba prohibida la importación de motocicletas, las pocas que se importaban eran carísimas y muy raras. Recuerdo que en esos años viajé de intercambio a Alemania. Cuando salía del aeropuerto de Frankfurt vi estacionada una R 100 RS Policía, y me enamoré.
BM: ¿Por qué elegiste un modelo clásico de BMW para tus aventuras?
AI: Elegí las BMW antiguas porque mecánicamente son muy sencillas, pero independientemente de la marca, la satisfacción de terminar una aventura en una máquina que tiene más de 50 años es indescriptible. Viajar en motos antiguas es otro tipo muy distinto de motociclismo, que requiere de preparación, paciencia y estoicismo. La aventura que sigue va a ser mi tercer intento por completar el viaje al Big Bend, y llevo más de dos años preparando a Zenaida para lograrlo.
La primera ocasión volé el motor, la segunda vez las vibraciones rompieron la placa que sostiene el generador y ambos desperfectos se manifestaron en el primero de ocho días de viaje. Me tuve que resignar a subir a Zenaida en el remolque y comenzar a buscar piezas por internet para regresar a hacer las reparaciones. No es lo mismo salir en la moto a dar un paseo, que sacar la moto a dar un paseo.
BM: ¿Qué consejos podrías compartirles a los motociclistas BMW en México, en cuanto a tu experiencia como viajero de motocicleta clásica?
AI: ¡Usen sus motos clásicas, no las guarden! No hay comparación entre el placer que da manejarlas y el daño que sufren cuando permanecen paradas. Si bien es un reto importar refacciones, yo les recomiendo que aprovechen lo accesible y la calidad de los mecánicos, pintores y artesanos que tienen en México para reparar o restaurar sus motocicletas.
BM: En tu opinión, ¿qué es mejor, tener una motocicleta último modelo o una clásica?
AI: No son mejor ni peor la una o la otra, son diferentes estilos. Para ser totalmente franco soy fan de la marcha electrónica y la inyección de combustible, especialmente en las mañanas frías y húmedas.
BM: ¿Cuáles con los pros y los contras de una motocicleta vintage?
AI: Los pros: el placer que da usarlas, que no se deprecian, el ser diferentes, para muchos reviven la juventud, no pagan tenencia, llaman la atención. Los contras: en general la tecnología anticuada puede ser insegura: malos frenos, carencia de direccionales o de luz de frenos y faros que no alumbran mucho.
Viví lo importante de ir ligeros de peso por la vida, porque mientras más lleves más te lastimas y será más difícil el camino; a disfrutar con lo poco que se puede vivir feliz y a no quedarme en el mismo lugar en la vida. Siempre tienes que seguir. Pero lo más importante que aprendí, es que la magia y los milagros de la vida se viven en las cosas ordinarias.