Mi nombre es Carlos. Hace cinco años decidí pedir una excedencia en mi empresa y quitarme una espina que corría el riesgo de quedarse clavada para siempre. Quería viajar por el mundo en moto sin billete de vuelta, pero nunca encontraba el momento de mandar todo al carajo y lanzarme a la carretera. Unos meses me parecieron suficientes para saciar el ansia y reincorporarme a mi vida urbana. Hace un par de meses que dejé la moto en Johannesburgo y regresé en avión para recoger mi vida urbana.