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GONZALO MEDINA PIÑA: EXPEDICION A BAJA CALIFORNIA, GRAN DESIERTO DE MÉXICO

GONZALO MEDINA PIÑA: EXPEDICION A BAJA CALIFORNIA, GRAN DESIERTO DE MÉXICO

Hablar de la Baja California y sus paisajes desérticos tiene su encanto, con esa belleza exótica de las dunas de arena, rocas, cactus; el contraste con el maravilloso Mar de Cortés y el gran Océano Pacífico, te da una sensación de reencuentro con uno mismo. Por eso pienso que, para las personas valientes y de alma libre, es el paraíso perfecto para descubrir y vivir lo que Dios nos regala a través de su creación particular.

Después de haber realizado dos rallyes a Loreto y el viaje a las tres Californias, en febrero del 2018, con un par de amigos, Alberto Santibáñez y Gerardo Vega, emprendimos un nuevo recorrido por la península y por la vecina California, ya dentro de los Estados Unidos. Pasamos por varios sitios con vistas maravillosas. Deseaba volver a ellos y compartirlos.

Es por eso que, en esta oportunidad, decidí realizar una expedición con el grupo de Inmortales MC y el BMW Motorrad Club CDMX en nuestras motocicletas GS1200. Los invité mediante nuestro canal de comunicación: les mostré fotografías, compartí breves explicaciones de los recorridos, mencioné los lugares obligados a visitar y describí la deliciosa gastronomía que probaríamos a lo largo de la ruta. Así logré convencerlos de lanzarnos al camino.

Desde meses antes, cuando decidimos emprender este proyecto, me di a la tarea de recopilar toda la información necesaria para realizar las reservaciones y planificar la ruta con todo detalle. En nuestra cena de fin de año confirmamos los que asistiríamos a este viaje, y comenzamos los preparativos indispensables, como la revisión a profundidad del estado de las motocicletas, el cambio de neumáticos, la preparación de la maleta personal y las de nuestros acompañantes; la herramienta básica necesaria para poder solucionar de la mejor manera posible cualquier contingencia en el camino. Cuando menos lo esperábamos, llegó el día de nuestras respectivas salidas.

El miércoles 12 de febrero de 2020 salió José Ramón, a quien llamaremos JR a partir de ahora, quien partió antes por el compromiso de una boda. Él se adelantó con Betty, su esposa. Nosotros los encontraríamos en Los Mochis el 18 de febrero, en el Farallón.

El sábado 15 salieron Enrique “El Capufe” y Alberto Aguilar “El Babe” con sus señoras, Zayra y Cinthya, respectivamente. Mientras, nosotros llegamos a Tequila, Jalisco; nos encontramos con ellos el lunes 17 en Mazatlán.

El domingo 16 iniciaron su rodada Alain, Belén, “La Belu”, Poncho y Pepe. Llegaron igualmente a Tequila, Jalisco. También a ellos los veríamos el 17 de febrero, en Mazatlán, por la tarde. Y por último, Alberto Santibáñez, “El Halcón” y un servidor, partimos el lunes 17 de febrero a las 5:30 am, rumbo al municipio de Atlacomulco. Pasamos por el Río Lerma, entre un paisaje brumoso y frío. Esperamos los primeros rayos del sol, para así tomar la autopista a Maravatio donde detuvimos nuestra marcha para desayunar. Aguardamos a que abriera el restaurante carretero “La Troje de Marisol”. Ahí calentamos un poco nuestro frío cuerpo con una taza de chocolate caliente y un pan relleno de queso crema.

Así, continuamos la rodada. Pasamos Morelia, Guadalajara, Tepic y, antes de Acaponeta, en la sierra de los coras, paré a un costado de la carretera, a dedicarle un pequeño video de la rodada de las dos Baja Californias y los desiertos de México a Flor Illiana Egea, por su valiente batalla contra el cáncer de mama.

Antes de seguir, les debo contar que lleana es una motociclista con muchos kilómetros de historia. En su expedición rumbo a Alaska, su motocicleta derrapó en este sitio, en las cunetas de este tramo, 200 kilómetros antes de Mazatlán. Aun así, se levantó, se sacudió el polvo y continuó hacia la Baja California. Cruzó E. U. A., atravesó todo Canadá, Yukon, y, a través de la mitica Alaska Highway, llegó a la gran península, donde la recibió un mapache sobre el camino. Ahí sufrió su segunda caída. Hizo una introspección y volvió a casa como otra persona, que encontró en su interior. Hoy sigue luchando para ganar su batalla. 

Ahora sí, volvemos a nuestro viaje: libramos todas las casetas de cobro y llegamos a Mazatlán, directamente a comer en el restaurante “Los Toritos”, lugar de mariscos en el centro de la ciudad. Allí fueron llegando nuestros compañeros para comer y agrupamos para seguir nuestro recorrido.

Durante el intercambio de anécdotas de la rodada, Pepe nos contó que su motocicleta había sufrido una falta de tracción a la altura de Acaponeta, antes de Mazatlán. Por fortuna, lograron parar a un cazador que pasaba con su camioneta pick-up; subieron la motocicleta y el cazador llevó a Pepe al hotel en Mazatlán, donde nos reuniríamos una parte del grupo.

También aprovechamos nuestro encuentro y celebramos a Poncho por su cumpleaños; nos agrupamos Pepe, Poncho, Alain, Belu, Cinthya, El Babe, Halcón y un servidor. Acordamos salir al otro día, después de que la grúa recogiera la motocicleta de Pepe y la llevara a la agencia Mini BMW en Culiacán, para su revisión.

Después de unos minutos de espera, nos dieron el veredicto: el depósito de la flecha no contenía aceite y los metales estaban fundidos. Para entonces Pepe, previendo lo peor, traía ya la motocicleta de Alain rodando desde Mazatlán. Belu y Alain se fueron en auto; un amigo mazateco de Alain le había prestado su coche para continuar el viaje.

Al salir de Culiacán, tomamos la autopista hasta llegar a los Mochis. Encontramos carga vehicular sobre la carretera. Muchos camiones de manera inusual; nos abrimos paso entre un retén militar y los estrechos huecos que nos dejaban los tráileres, hasta entrar a una de las avenidas principales de los Mochis; seguimos hacia el centro de la ciudad, directamente a nuestro lugar de encuentro, el restaurante “El Farallón”.

Nos reunimos con JR, Betty, Zayra y Capufe para integrarlos al grupo. Disfrutamos la variedad de mariscos y pescados deliciosamente preparados al estilo Sinaloa, con un toque especial de las recetas del “Farallón”. Saludamos a los meseros, quienes con gusto nos reconocieron de inmediato por las visitas anteriores. Nos trasladamos a Topolobampo alrededor de las 9:30 pm y realizamos toda la serie de trámites correspondientes al embarco, pasamos a la báscula, a recoger la nota del peso de cada unidad, y pagamos 80 pesos por el servicio. Posteriormente, canjeamos el número de reservación por los boletos de embarco de la motocicleta y el boleto propio. En el caso de las acompañantes, lo tenían que hacer personalmente. Así estuvimos platicando, atentos al abordaje y asignación del espacio para amarrar las motocicletas. Recogimos las llaves de los camarotes donde pernoctaríamos y, después de una exploración rápida del barco, que zarpaba en ese momento, llegamos a nuestro camarote. Mientras dormíamos, cruzamos el Mar de Cortés y al amanecer atracamos en La Paz.

Al llegar nuestro turno, bajamos entre tráileres y nos formamos para la revisión por parte del ejército. Posteriormente, nos dirigimos hacia La Paz por la carretera que va costeando el Mar de Cortés, que para mí es como el acuario natural más grande del mundo, debido a la variedad de fauna marina que alberga: ballenas, delfines, focas, leones marinos, entre otras muchas especies.

Rodamos por el libramiento de La Paz y llegamos por el costado del Pacífico a Todos Santos. Desayunamos en el tradicional Hotel California y visitamos su tienda de recuerdos. Después de tomarnos la fotografía obligada, salimos rumbo a Cabo San Lucas. Visitamos el “Bar del Gringo Viejo”, a la orilla de la carretera. Lo atiende un matrimonio estadounidense, que ambientó su sitio con estilo muy rústico. De ahí partí yo solo al aeropuerto por mi esposa Betty, que llegaba en el vuelo de la una de la tarde desde México.

Quedamos de vernos en “Las Tres Islas”, un gran restaurante de mariscos ubicado en el centro de Cabo San Lucas, recomendado por “La Profe”, amiga integrante del Moto Club Baja Bikers de Los Cabos.

El mar cortés para mí es como el acuario natural más grande del mundo, ya que posee una variedad enorme de fauna marina

Antes de llegar al restaurante pasamos al hotel a dejar el equipaje de Betty y avisarle al grupo que me adelantaría para no perder la reservación. Al llegar nos encontramos a Belu y Alain, ya con la mesa reservada para los viajeros. Comenzaron a llegar todos, hasta la hora del paseo en catamarán, que nos había organizado Alex, del HOG de Harley de Los Cabos y gerente del bar “Capitán Tony’s”. Nos reunimos en su bar. Desde ahí, amablemente nos llevó hasta el muelle donde zarparía el barco al paseo del Arco de Los Cabos y la puesta de sol, con avistamiento de ballenas y leones marinos. El paseo incluye la fiesta en alta mar con barra libre, música, baile y las mejores vistas del ocaso donde se unen el Pacífico y el Mar de Cortés.

Llegó la noche. Después de la fiesta y las fotografías grupales, atracamos en el muelle de la marina de Cabo San Lucas y caminamos al bar del “Capitán Tony’s” donde Alex ya nos esperaba. Nos encontramos también con Alberto “El Halcón” que se había quedado en La Paz a ver unos asuntos y nos alcanzó ahí, en Los Cabos, con Alex en su restaurante. También nos reunimos con Álvaro, su esposa Corazón, “La Profe”, su esposo César Corrales, “El Viejo”. Nos recibieron con el gusto de saludarnos y convivir.

Nosotros, honrados por su agradable compañía, disfrutamos de una excelente velada. Platicamos del viaje y nuestras visitas anteriores, cuando ellos organizaban el rallye estatal de Loreto en años anteriores. Agradecimos infinitamente sus atenciones y el apoyo por parte de Baja Bikers. Gracias infinitas, Alex Zapata por tu calidez, atenciones y compañía. Al final nos acompañaron al hotel y al día siguiente partimos, todo el grupo completo hacia López Mateos para el avistamiento de la ballena gris. Recorrimos el camino que une cabo San Lucas con San José del Cabo, rumbo a Barriles y antes de llegar al Triunfo, pasamos San Bartolo. Luego paramos en Trasviña y Longoria para desayunar los burritos de machaca con huevo y dulces artesanales, a la orilla de la carretera, una parada obligada por las horas de manejo que nos esperaban.

Al llegar a La Paz, encontramos a Pepe y Poncho, que retrasaron su salida de Los Cabos para enviar un documento laboral urgente, y tomamos el libramiento hacia Ciudad Insurgentes y al Valle de Constitución. Nos detuvimos en el monumento de la cola de ballena, que está en las afueras de La Paz, cargamos combustible y continuamos hasta las cercanías de Ciudad Constituyentes. Paramos en la única tienda existente después de un buen rato rodando. Era como un oasis en medio del desierto. Hidratamos el cuerpo y esperamos al “Halcón” y “Capufe”, que llegaron más tarde por haber tenido problemas con la motocicleta del “Halcón”. Al pasar el tope del retén militar, comenzó a escuchar un ruido en la llanta delantera. Al parecer presentaba mucha inestabilidad; me pidió que manejara su moto un tramo para ver por qué se oían ruidos extraños. Le comenté que, efectivamente, se sentía inestable, y que continuáramos más lentos hasta llegar a Ciudad Insurgentes; que fuera sintiendo si empeoraba a lo largo de ese tramo.

Al llegar repostamos combustible. Paramos a comer unos cócteles de mariscos, recomendados por Alberto. Pero el “Halcón” insistía en que los extraños ruidos y el movimiento de la llanta no le daban seguridad para continuar. Poncho revisó con más detenimiento la llanta; descubrió que el balero delantero ya no aguantaba más: le faltaban varios balines y el riesgo de algún percance era alto, así que decidimos que devolviera la moto a Los Cabos. Ahí cambiaron el balero en la tienda Harley. Alberto llamó a su seguro y a la tienda donde había comprado la motocicleta; pidió precios de arrastre con las grúas por parte del seguro; hablé con Álvaro, de Baja Bikers para preguntar si conocía alguien cercano de donde nos encontrábamos. Me dijo que sí; subió en su canal de ayuda y emergencias en la zona de las Baja Californias.

Fue impresionante la cantidad de ayuda que recibimos por parte de todos: llegaron dos camionetas para ofrecer su apoyo; llegó el primo de Álvaro y nos ofreció las llaves de su camioneta. Incluso nos preguntó si necesitábamos dinero. Otros se ofrecieron para subir la moto a la camioneta de Eduardo, quien nos auxilió. Una persona más habló diciendo que tenía un remolque y que iba saliendo de Los Cabos. Mi teléfono se saturó con mensajes por parte de todos los que se hallaban cerca, y la verdad sorprende el apoyo de nuestros hermanos motociclistas de Baja Bikers, del club local Perros del Asfalto y motociclistas independientes. Resulta que tienen un canal de apoyo en toda la península, desde Cabo San Lucas hasta Tijuana. Gracias, porque te hacen sentir apoyado y seguro. Ni como pagarles todas sus atenciones.

Gracias especiales a Álvaro Ranger Ranger, Profe Sara, Pintor, Carlos Zapary, Javo Reyes, Adolfo Ramirez León, Napo, Jimmy Pacheco, Gerardo Mosqueira, de MC Asfaltos del Camino; HOG Baja Chapter, Eduardo, Jacinto, presidente de Perros del Asfalto.

Subimos la moto a la camioneta de “Chimpa” Eduardo Arias, y él apoyó en conseguir el balero o llevar la motocicleta a La Paz o a Cabo San Lucas para comprar la refacción en conjunto con Alberto el “Halcón” y partí dejándolo con Lalo, que se ofreció con gusto.

Más tarde alcance al contingente que ya había llegado a Loreto. Atravesé de noche esa bajada de sierra y desierto. En la cena grupal comentamos lo sucedido y Alberto, nuestro querido “Halcón”, nos estaría informando si nos alcanzaría o nos esperaría al regreso de nuestra vuelta en Mazatlán, para subir a Durango e ir a la Soberana en Aguascalientes.

Por la mañana salimos temprano costeando el desierto y el Mar de Cortés hacia la heroica Mulegé. Nos sorprendió el amanecer con suficiente luz para apreciar los colores firmes del azul del cielo; entre la playa y el cielo se observaba las blancas nubes por el horizonte. Pasamos la playa El Requesón donde se estacionaban los motor home. Entre el sosiego de las pequeñas bahías y la quietud de las olas, amanecimos en aquel paraíso. Kilómetros adelante pasamos la playa El Coyote, donde vimos un sol reluciente, contrastaba con la combinación de la arena, entre blanca y amarillenta; frente a un oleaje suave, vimos más campers que formaban una comunidad de paz y amistad envidiables;  

Daban ganas de quedarse un par de días, pero continuamos hasta la entrada de la heróica Mulegé, lugar fortificado para la defensa durante la Intervención de 1847. Ahí corre el único río de agua dulce en toda Baja California, el río El Oasis, con desembocadura al mar. De ahí su nombre, Mulegé, que significa “cañada ancha de la boca blanca”. Entramos al poblado y llegamos al restaurante bar “Los Equipales” para ser recibidos por la dueña, Doña Carmen Meza: Nos atendió don Jesús Antonio Camacho, quien nos recomendó guisos deliciosos preparados por doña Francisca Murillo. Agradecimos el rico desayuno, después de una rodada de dos horas, recibiendo el amanecer y descubriendo ese mundo maravilloso en las primeras horas del día.

Ya satisfechos, disfrutamos la carretera hasta Santa Rosalía, un pequeño pueblo francés fundado en el año de 1885 por la concesión minera que otorgó Porfirio Díaz a la compañía El Boleo. Una de sus capillas la trajo dicha compañía desde París, y se armó en este poblado. Se le atribuye al arquitecto Gustave Eiffel. En este sitio, nos fotografiamos en una de las locomotoras en la que transportaban el acero. Se conserva en la entrada del pequeño poblado, como recuerdo de los años de la compañía el Boleo.

En este punto seguramente se preguntarán: “¿Qué pasó con Alberto el “Halcón” y su motocicleta, la única Harley que nos acompañó?” Cuando estábamos desayunando en “Los Equipales”, en Mulegé, me habló Alberto y me dijo que, después de haber subido la moto a la camioneta, se trasladaron a Ciudad Constitución y pasaron por Jacinto, “el Jas”, presidente de Perros del Asfalto MC. Él se ofreció a reparar la motocicleta y llevar su herramienta. Fueron a la casa de Lalo para desarmar la moto y la ayuda seguía llegando. La noticia de que había un motociclista con necesidad de auxilio se corrió por toda Baja California; los cercanos llegaron. No faltó quién ofreciera su rampa para bajar la moto. Otro llevó un juego de llaves para desmontar los baleros. Llegaron con botanas y cervezas. Se armó una verbena en el patio de Lalo el “Chimpa”.

Desmontaron los baleros y al siguiente día lograron conseguir solo uno de ellos. Afortunadamente, nada más se había dañado uno. Al otro bastó engrasarlo y volverlo a colocar. Ya armada la motocicleta lo acompañaron rodando unos 50 km rumbo a La Paz. Pararon en una tienda a despedirse y agradecer el favor intercambiando unas playeras, ya que nadie quiso aceptar ni un peso por la bendita ayuda. Lo fueron monitoreando al llegar a La Paz y después a Los Cabos, en donde avisó que estaba bien.

El “Halcón”, se dirigió a la Harley a cambiar el balero faltante. Se necesitó cambio de balatas debido al desgaste. Ya reparada la moto, regresó a La Paz para tomar el ferry y cruzar a Mazatlán, ya que nosotros estábamos llegando a Guerrero Negro y no le daba el tiempo de alcanzarnos. Pensó en esperarnos en Mazatlán y continuar con nosotros a Durango y Aguascalientes, pero al llegar a La Paz, visitó a una prima y a su pareja, quienes le ofrecieron hospedarlo hasta la salida del ferry a Mazatlán. Alberto aceptó la oferta y aprovechó la oportunidad para disfrutar el carnaval, que coincidía con su visita; conoció también a los integrantes del MC Baja Riders, grupo que lo invitó a rodar con ellos hasta Aguascalientes, va que iban al evento de la Soberana.

Al llegar a Mazatlán, a bordo del ferry reconoció a uno de los integrantes de los Corsarios MC. Se fue con ellos de Villa Unión a Tonalá, donde pernoctaron. Ahí decidió regresar a México, y llegó sin contratiempos.

Mientras tanto, nosotros, después de la breve visita a Santa Rosalía, el pueblo francés que les describía anteriormente, proseguimos hacia Guerrero Negro. Salimos de Santa Rosalía. A los pocos metros una abeja atacó a nuestro querido Poncho en el cuello. Él detuvo su marcha al grito de “¡Ayuda!”. Pedía: “¡Quítenmela, por favor!”. Betty descendió de la moto y se acercó para desenterrar parte del aguijón.

Continuamos la marcha para alcanzar a los demás. Nos adentramos entre las curvas y el árido paisaje de la zona. Pasamos por una serie de retenes militares y puestos de revisión fitosanitaria entre arena y desolación: estábamos cruzando la península por el costado del Mar de Cortés hacia el impresionante Pacífico, hasta entrar en las calles de Guerrero Negro. Cargamos combustible, y acudimos a la salinera. Concertamos cita para visitar la planta exportadora más grande del mundo, con una producción de 7,434,700 toneladas anuales de sal.

Ya dentro de la planta, nuestro guía explicaba el proceso mediante el que se forman los bloques, y cómo revienta con rippers y cuchillas la cosecha de sal. Llenan las góndolas con un equipo impresionante, como las motoconformadoras y tolvas de dimensiones gigantescas, de la talla de los camiones Yucles, por su gran tamaño y capacidad de carga. Vimos la gran montaña de sal procesada; también los cálculos y macizos de sal formados por el impresionante Pacífico. Observamos la tonalidad rosada del agua; al fondo se forma un macizo consolidado de sal, una capa o bloque natural de 1.50 a 2.00 metros de espesor. Levantan con tolvas gigantes estas toneladas de sal. Muy cerca tenemos la laguna de mayor avistamiento de ballenas: Ojo de Liebre, donde los cetáceos vienen desde Alaska y Canadá a pasar el invierno. Dan a luz a sus ballenatos en las aguas de la Baja California, para completar su ciclo de vida. Es una visita que vale la pena no perderse.

Al terminar el tour me acerqué por la pista regional de aviones de Guerrero Negro, donde se encuentran las desoladas dunas del Desierto del Vizcaíno. Ahí mismo, en Guerrero Negro, visitamos a Mario en su restaurante. Ya nos esperaba con un platillo de callo de almeja y mariscos, a los que añadió cola de langosta y pescado. Le agradecemos sus atenciones por tan rica comida preparada para nosotros.

Al salir del restaurante de Mario, recorrimos un tramo de transición entre el Desierto del Vizcaíno y Cataviña. El paisaje cambia: se ve una serie de rocas erosionadas por la intemperie: las biznagas y cactus parecen perfectamente acomodados, como en un parque hecho por el hombre y cuidado por jardineros. Pero era obra de Dios. La naturaleza en todo su esplendor, con una belleza particular. Tal vez sean vestigios de algún momento de la deriva continental; probablemente hubo agua de mar, y ahora solo quedan los restos de la erosión y el deslave del agua que hace millones de años pasó por ahí, donde irónicamente nos tocó lluvia desde Guerrero Negro hasta Cataviña.

Por la noche sufrimos la humedad y las bajas temperaturas del desierto. Manejamos despacio por los valles y crestas, pues no se sabía hacia donde giraban las curvas, derecha o izquierda. A JR en este tramo se le ponchó un neumático con una espina grande. Yo me adelanté sin darme cuenta de que tuvo este contratiempo. Nos comentó que se alarmó al ver la alerta del display del GPS de su motocicleta, cuando intempestivamente un aviso de emergencia en rojo le indicaba que algo estaba mal. Se sintió vulnerable en medio del desierto, de noche, con su esposa, lloviendo. La motocicleta se le cayó de lado al resbalar una de sus botas por la arena húmeda. Además, se encontraba solo. Fue un momento difícil. Al llegar al hotel, nos contó que sintió temor y preocupación. También nos relató una historia de su ángel de la guarda: en uno de sus sueños lo vio. Supo quién era y como se llamaba. Nos contó que uno de sus hermanos, fallecido cuando era muy chico, platicó con él en uno de sus sueños. 

Nos compartió este momento en que sintió su presencia. Le facilitó la ubicación de la espina que ponchó su neumático. Al levantar la motocicleta y prender su lámpara, sin buscar, identificó la espina y procedió a inyectarle el tapón de hule. Ya casi terminaba el arreglo con su kit antiponchaduras cuando aparecieron el “Capufe”, Alberto y sus respectivas esposas, todos acompañados de Alain y Belu, ya que venían retrasados por quedarse un rato más con Mario en el restaurante. Tomaron un poco de café y continuaron juntos hasta llegar al hotel de Cataviña. Llegaron sanos, con un poco de frío por la humedad de la lluvia y la baja temperatura característica del desierto. Nos reagrupamos y organizamos las actividades para el día siguiente. Descansar un poco por tan larga jornada.

Por la mañana quedé con “Capufe” de visitar las pinturas rupestres de Cataviña, que se encuentran muy cerca del hotel, en una montaña, a tres kilómetros del poblado. Sin embargo, “Capufe” decidió rodar solo el tramo de Cataviña hacia Ensenada por la gas y cáctus parecen perfectamente acomodados, como en un parque hecho por el hombre y cuidado por jardineros. Pero era obra de Dios. La naturaleza en todo su esplendor, con una belleza particular. Tal vez sean vestigios de algún momento de la deriva continental; probablemente hubo agua de mar, y ahora solo quedan los restos de la erosión y el deslave del agua que hace millones de años pasó por ahí, donde irónicamente nos tocó lluvia desde Guerrero Negro hasta Cataviña.

Por la noche sufrimos la humedad y las bajas temperaturas del desierto. Manejamos despacio por los valles y crestas, pues no se sabía hacia donde giraban las curvas, derecha o izquierda. A JR en este tramo se le ponchó un neumático con una espina grande. Yo me adelanté sin darme cuenta de que tuvo este contratiempo. Nos comentó que se alarmó al ver la alerta del display del GPS de su motocicleta, cuando intempestivamente un aviso de emergencia en rojo le indicaba que algo estaba mal. Se sintió vulnerable en medio del desierto, de noche, con su esposa, lloviendo. La motocicleta se le cayó de lado al resbalar una de sus botas por la arena húmeda. Además, se encontraba solo. Fue un momento difícil. Al llegar al hotel, nos contó que sintió temor y preocupación.

También nos relató una historia de su ángel de la guarda: en uno de sus sueños lo vio. Supo quién era y como se llamaba. Nos contó que uno de sus hermanos, fallecido cuando era muy chico, platicó con él en uno de sus sueños. Nos compartió este momento en que sintió su presencia. Le facilitó la ubicación de la espina que ponchó su neumático. Al levantar la motocicleta y prender su lámpara, sin buscar, identificó la espina y procedió a inyectarle el tapón de hule. Ya casi terminaba el arreglo con su kit antiponchaduras cuando aparecieron el “Capufe”, Alberto y sus respectivas esposas, todos acompañados de Alain y Belu, ya que venían retrasados por quedarse un rato más con Mario en el restaurante. Tomaron un poco de café y continuaron juntos hasta llegar al hotel de Catavina. Llegaron sanos, con un poco de frío por la humedad de la lluvia y la baja temperatura característica del desierto. Nos reagrupamos y organizamos las actividades para el día siguiente. Descansar un poco por tan larga jornada.

Por la mañana quedé con “Capufe” de visitar las pinturas rupestres de Cataviña, que se encuentran muy cerca del hotel, en una montaña, a tres kilómetros del poblado. Sin embargo, “Capufe” decidió rodar solo el tramo de Cataviña hacia Ensenada por la costa del Mar de Cortés, hasta Ensenada, que era nuestro siguiente check point. Me dirigí en solitario a conocer las pinturas rupestres de Cataviña. Encontré un paisaje desértico; una variedad de cactus y rocas formaban una caverna. Las imágenes plasmadas en el techo de la cueva representaban figuras como el Sol y diversos animales. Se vive una sensación extraña al entrar en un sitio donde miles de años atrás habían habitado otras personas, en una época prehistórica.

De regreso en el hotel vimos que había un par de gas trucks (camionetas llenas de bidones de gasolina a falta de gasolineras establecidas) y que nuestro hotel se alimentaba con plantas de luz accionadas con motores diésel, y que por estar en medio del desierto no había señal de teléfono celular. Solo con señal satelital podía uno comunicarse. Sin embargo, el hotel contaba con todos los servicios e instalaciones, eso hacía cada vez más interesante este lugar. Después de un rato salieron todos e iniciamos una ruta matutina con unos paisajes hermosos, entre crestas y valles. Pero ahora, con luz de día, podíamos tener un manejo más seguro y apreciar el regalo de ver el entorno tan perfecto: la firmeza de los colores, la simetría del paisaje que disfrutamos mucho. Tuvimos un manejo relajado hasta que Poncho se quedó sin combustible. Lo auxilié con el bidón de gasolina que llevaba por cualquier emergencia de autonomía. Llegamos al Rosario, donde se encuentra uno de los puntos de chequeo de la ruta Baja Mil. Se trata de un hotel restaurante emblemático llamado “Mamá Espinoza”, donde llegan todos los pilotos famosos que hacen la Baja 1000 y otras competencias; además está la estación de gasolina más cercana, a unos treinta kilómetros desde donde estábamos. Repostamos combustible y revisamos presión de neumáticos. Proseguimos hasta llegar a San Quintín. Paramos a desayunar en el hotel la Misión Santa Isabel. Nos atendió amablemente Sofía, nuestra mesera, que recomendó una variedad de platillos tradicionales, fruta, huevos, café, etc. Después continuamos hasta encontrarnos de frente con el Pacífico. Pasamos a la Bufadora a tomar las fotos obligadas, y llegamos por la tarde al hotel Posada el Rey Sol, excelente, muy ubicado, cómodo.

En este tramo, Alberto, nuestro querido “Babe”, y Cinthya visitaron un viñedo pequeño. Nosotros nos seguimos a la Bufadora y “Capufe” rodaba por la carretera número 5, por la costa del Mar de Cortés hasta Ensenada. Pepe y Poncho continuaron directo al Holiday Inn, frente a nuestro hotel. Nos reagrupamos por la noche para cenar en “Bronco’s Steak House”. Intercambiamos las opiniones de cómo nos había ido y las diferentes rutas de cada quién. Al salir de la cena, “Babe” nos pidió que visitáramos la cantina “Hussong’s”. Caminamos entramos y ¡ambientazo! Había mucha gente, pero el cansancio nos obligaba a descansar un poco, ya que nos esperaba la visita a los viñedos.

Alrededor de las 8:00 am desayunamos en el restaurante “El Rey Sol”. Nos aguardaba Luigi, un venezolano historiador que nos llevaría a un recorrido a través del Valle de Guadalupe por varias casas vitivinícolas, a la degustación de los vinos de California. Empezamos en la Casa, Santo Tomás. Probamos cinco vinos de diferentes calidades y probamos aceitunas en aceites preparados; pan con tomate dulce para maridar los vinos y disfrutar tanto de las instalaciones como de la vista del valle y sus viñedos. Continuamos a la “Casa Misiones de California Vitivinícola”. Nos atendieron los dueños y el enólogo Raúl Velazco, ganador de ocho medallas de oro por su pasión hacia los vinos salidos de su viñedo familiar. Nos dio una cátedra del proceso del vino; sus diferentes uvas y calidades, con una dedicación minuciosa, muy convincente. Después nos llevaron al siguiente sitio dentro del gran Valle de Guadalupe, la “Casa Vitivinícola Alxímia”, donde probamos los tintos Alma, Gaia, Aqua, Zinfandel, Cabernet, Libis, Nebbiolo, Pira y Senda.

Proseguimos con una visita a una de las casas de los Rusos Molokanos, que llegaron al valle de Guadalupe en 1765, iniciaron la colonia y el proceso de la elaboración de vinos y una casa vitivinícola “Casta de Vinos” ganadora de la medalla de oro en Bruselas por su creación reciente del “Flor de roca”; ganaron la Champions Wine 2019, el concurso de vinos más importante a nivel mundial. Alrededor de la 5.00 pm nos trasladaron en el autobús a un restaurante para comer dentro del Valle de Guadalupe. Recibimos la noche y un par de grados de temperatura menos. Regresamos a Ensenada por la noche para descansar de otro largo día de actividades. Gracias, Luigi y Eugenia, por su tiempo y paciencia. ¡Excelente recorrido!

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Llegó el día en que trasladaríamos a las esposas a la ciudad fronteriza de Tijuana, así que, después del desayuno, nos dividimos en varias rutas; Pepe y Poncho, que no traían pareja, se fueron directamente a Tecate. Pasaron por el Valle de Guadalupe, lugar donde los había citado, en el restaurante “El Gallo”, para proseguir juntos y hacer la Rumorosa.

JR salió más temprano al aeropuerto de Tijuana, porque Betty, su esposa, tomaría el vuelo a México a las 10:00 am y, desde Tijuana; él se trasladaría a Tecate, pueblo mágico, para tomarse la fotografía emblemática. Esperamos ahí también, “Capufe”, Alberto el “Babe” y un servidor. Salimos una hora después para dejar a nuestras señoras en la frontera, a fin de que pudieran cruzar a San Ysidro, California, para las compras en el centro comercial “Las Américas”. Ellos llegaron directamente al aeropuerto internacional de Tijuana. Yo dejé a Betty en la Garita del Chaparral para salir directamente a la puerta de “Las Américas”; yo los alcanzaría en “El Gallo de Tecate”, pero recibí un mensaje de JR diciendo que la calle principal de Tecate estaba con mucho tránsito y que no entráramos al poblado, así que cambié el punto de encuentro a la última gasolinera de Tecate. Avisé vía WhatsApp, pero salí por un libramiento de la autopista omitiendo Tecate. No encontré salida, por lo que me pasé hasta “La Casa de Piedra”, antes de iniciar la temida Rumorosa, y les mandé mensaje para que me alcanzaran ahí, en la entrada de “Casa de Piedra”.

Fue hasta entonces cuando nos reagrupamos todos. Después de visitar la formación rocosa de este parque atractivo “Casa de Piedra”, iniciamos nuestro descenso por la famosa y temida carretera Rumorosa, disfrutando cada una de sus curvas y rocas incrustadas en sus taludes, así como la hermosa vista de Jacumba Valley, California, el valle árido color arena, inmenso y desértico, que se observaba desde lo alto. Danzamos en este corto tramo acostando las motos y dejándonos llevar por el vaivén de los motores, disfrutando del entorno, el camino, las curvas, y el agarre de nuestros neumáticos, hasta llegar a Mexicali para tomar la fotografía emblemática de la ciudad, en una ferretera que se llama “Mexicali”. Repostamos gasolina, comimos rico en un anhelado “Subway”.

Llegando a San Luis, Río Colorado, volvimos a cargar gasolina debido a que atravesaríamos el gran Desierto de Altar según el plan original, pero al llegar a la gasolinera, el despachador comentó que había un camino nuevo costeando el Mar de Cortés y que estaba más corto hacía Puerto Peñasco que es el lugar donde pernoctaríamos esa noche. Reanudamos nuestra marcha. Pocos metros adelante, y sin avisar, “Capufe” tomó la desviación a la derecha para recorrer ese tramo nuevo que le había recomendado el despachador de gasolina.

El último compañero del grupo que lo siguió levantó la mano como despidiéndose de nosotros. Entendimos que nos veríamos en Puerto Peñasco. JR y yo continuamos paralelos a la frontera con el estado de California hasta adentrarnos en el Gran Desierto de Altar. Majestuoso, desolado, enorme. Nos favoreció la hora en que nos tocó rodar por ahí, ya que nos recibía una temperatura agradable y aun con luz de día.

El atardecer y la puesta de sol nos sorprendieron; un crepúsculo muy particular sobre un mar de arena, sin montañas, con tonalidades brillantes, amarillas, anaranjadas, azuladas, sin viento, sin calor. Solo el ruido del motor de un par de Tráilers que pasaron al encuentro y con la grandeza natural del desierto frente a frente, fue indescriptible.

Montamos nuestras motocicletas y arrancamos sobre la gran recta hasta toparnos con la famosa hora cero, cuando no es ni de noche ni de día. Perdimos un poco de visibilidad hasta que nos encontró la noche. Continuamos un tramo más, pensativos y haciendo introspección hasta entrar a Sonoyta. Dimos vuelta para llegar triunfantes a Puerto Peñasco. En un crucero alcanzamos a nuestros compañeros. Coincidimos en horario y esmero.

Tras hospedarnos, llegamos al restaurante de un hotel aislado del pueblo, para la cena. Durante ella expresamos todos los pareceres sobre las separaciones y las coincidencias de la ruta de aquel día; sobre tantos encuentros a lo largo de este importante tramo de Ensenada a Puerto Peñasco, el famoso “Rocky Point”, como lo llaman los lugareños. Dicho sea de paso, estábamos en un sitio desolado, donde terminaba el Mar de Cortés, sin nada a nuestro alrededor. Ambiente propicio para dormir y descansar a pierna suelta. Por la mañana, después de un desayuno ligero, salimos rumbo a Caborca, Santa Ana. Cruzamos el Desierto de Sonora por la Explanada de los Órganos, inmensa área cubierta de arena con diferentes formaciones de cactus. Alcanzamos a nuestros compañeros en Santa Ana, donde rodamos a Hermosillo por el libramiento.

Disfrutamos una excelente autopista recién pavimentada; repostamos en las afueras de Guaymas, puerto camaronero. Esta ciudad se nombró Heróica Guaymas de Zaragoza en 1935, por la acción de armas del 13 de julio de 1854: la defensa frente a la Intervención Francesa.

Después de hidratarnos, Pepe y “Capufe” se quedaron atendiendo una llamada laboral y el resto continuamos hacia Ciudad Obregón, Sonora. Detuvimos la marcha por la fotografía obligada en el monumento a la danza del venado y al Indio Yaqui, de 30 metros de altura sobre la autopista, en el parador turístico de Loma de Guamúchil, en las afueras de Obregón. De ahí nos dirigimos hacia el pueblo de Cocorit, perteneciente al municipio de Cajeme, en el sur del estado de Sonora. Lo fundaron en 1617 los misioneros jesuitas. Aquí se estableció una de las ocho misiones para agrupar a la etnia de los yaquis y formar el campo de siembra industrial más grande, el Valle del Yaqui.

En la entrada al poblado está un arco, que da la bienvenida con un letrero, en el que indica su nombre y el año de su fundación. Alrededor se ubican unas ceibas (árboles gigantes que los mayas consideraban sagrados) con unas iguanas enormes rayadas o garrobos. Con estos árboles, adornando el entorno, se levantan el museo del Yaqui y varios restaurantes, donde se preparan platillos orgánicos como el wakabaki, caldo tipo mole de olla blanco. Hay venta de artesanías elaboradas por la etnia yaqui. Aprovechamos para fotografiarnos en las ceibas talladas con las imágenes de nuestro señor Jesucristo y la imagen de la virgen María. Observamos que la mayoría de los muros y fachadas de las casas están pintadas con flores, aves y detalles particulares, característicos de este pueblo. No debe omitirse mencionar que aquí se encuentra la fábrica de dulces llamados “Glorias de Sonora”. A media cuadra de las ceibas, se ubica la mansión de la familia más acaudalada de Sonora. Se trata de los Robinson Bours, cuya fortuna que se estima en más de tres mil millones de dólares. Y se preguntarán: “¿A qué se dedican?”. A la industria avícola y telecomunicaciones. La familia Bours

Castelo posee la mayoría de las acciones de las industrias Bachoco, entre otras empresas. Al salir de Cocorit, tomamos por accidente una calle de terracería que nos desembocó a uno de los caminos de operación de los canales de riego del Valle del Yaqui. Aprovechamos para rodar sobre un poco de ripio, a un costado de uno de los canales de agua de riego, dentro del distrito que controla la Comisión Nacional del Agua. Rodamos unos cuatro kilómetros sobre el Valle del Yaqui, hasta encontrar una carretera secundaria que nos llevaría a la carretera Panamericana. Entramos por el costado norte de la laguna Nainari. Recorrimos la mitad de la laguna y partimos al hotel en Ciudad Obregón.

Después de hospedarnos, tomamos una cerveza en los tacos “Los Guachos” de Obregón, famosos por sus tacos de carne asada conocidos como “caramelos”, y posteriormente comimos en el restaurante de cortes añejos “Mochomos”. 

Nuestro querido Pepe, que estaba en Culiacán esperando respuesta por parte de la distribuidora BMW, por agradecimiento al apoyo hacia su motocicleta, nos invitó la comida y un postre de cocina de alta escuela. Pasamos una tarde-noche muy agradable, comentando todo lo sucedido hasta el momento durante aquella expedición, que ya había dejado de ser un simple paseo, por el trayecto, lugares, kilómetros y exigencias de manejo.

Para este momento, Poncho comentó que la rodada había cambiado de tono: ya no eran los trayectos turísticos con paradas a comer en restaurantes escogidos, ni tampoco los paisajes desérticos con mar y todas las bondades que ofrecen la Baja California; ahora estábamos en la etapa de los Desiertos de México, el gran Desierto de Altar y el Desierto de Sonora se percibían diferentes comparados con el Desierto de Baja California, el Desierto del Vizcaíno, Catavina, El Rosario…

Nuestra rodada cambió a partir de la Rumorosa, y esos temas se comentaron en la mesa. Se expresó que la ruta daba para más días y se explicó que esta expedición era una exploración para regresar a los lugares de mayor interés en otro momento. Concluimos con una estrecha relación entre el grupo.

Recorrí 8,100 kilómetros; pasé por 12 estados de nuestra República Mexicana, con la satisfacción de hacer nuevos amigos y recibir el apoyo de toda la comunidad motociclista, en cada estado y lugar en el que estuvimos.

Finalmente, el Espinazo del Diablo nos cobró el cover, escribió Alberto en el chat del grupo, ya que, al llegar a la capital, Poncho nos informó que el golpe de su pie resultó ser fractura de peroné. En las primeras radiografías no se veía la fractura, pero después se efectuó una segunda toma de placas, debido al dolor que no cesaba: presentó fractura de 10 días de peroné. Entró a quirófano enseguida, y después de tres horas de cirugía y dos más de recuperación, se marchaba a su casa para reposar. 

La motocicleta de Pepe, quedó en espera y respuesta de la agencia Cerver. Al parecer, se llegaría a una negociación para después recoger la moto en Culiacán y traerla rodando.

Alberto, nuestro estimado “Halcón”, llegó con su Harley a su casa sin ninguna novedad. Nuestras señoras se quedaron un día de compras en el Mall de San Ysidro, y llegaron al siguiente día, con bien.

Alain y Belu continuaron de Tijuana a Chula Vista y San Diego para atender un negocio que estaban abriendo por allá. También regresaron días después con bien.

Como siempre, agradezco al lector por tomarse el tiempo de leer este relato.

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