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La ruta de las 7 fronteras

La ruta de las 7 fronteras

En la cena de fin de año de nuestro grupo de motociclistas, nuestro querido amigo y aventurero, Ricardo, me propuso acompañarlo a un viaje rumbo al fin del mundo, al lugar que sueñan todos los grandes ruteros en motocicleta: Ushuaia, Argentina. Sonreí. No cualquiera deja durante tres meses sus actividades.  Pero en el fondo me emocionaba la idea de emprender ese viaje con alguien de confianza, por seguridad. Hacía dos años que planeaba esta travesía, y no había encontrado a nadie que me acompañara en la aventura: rodar por carreteras montañosas de terracería, llenas de curvas, voladeros, paisajes tropicales. Pensé que era el momento, así que acepté el reto y le dije que sí.

Nos reunimos un par de ocasiones a detallar los pormenores del viaje y una ruta tentativa, ya que el plan era no tener plan: nos quedaríamos uno o dos días si nos gustaba un paraje. Me presentó a Enrico, un amigo italiano que había estudiado en detalle la ruta desde México hasta el fin del mundo.

Tendríamos que considerar los tiempos perdidos en cada cruce fronterizo, con un calor asfixiante. Acordamos no rodar después de las cinco de la tarde, por razones de visibilidad y de seguridad, lo que limitaría nuestro avance diario.

La logística del viaje se dividiría en tres etapas:

Primera etapa:

Ricardo y Enrico saldrían el día 3 de enero rumbo a Catemaco, Veracruz, Palenque, Chiapas y San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Segunda etapa:

Yo saldría solo el 6 de enero para alcanzarlos en San Cristóbal de las Casas. Ya juntos, seguiríamos la ruta México-Guatemala-Salvador-Honduras-Nicaragua-Costa Rica-Panamá, por las carreteras más exigentes de montaña y de litoral, las más recomendadas por sus curvas, a través de las aldeas y playas, sin entrar a las ciudades.

Tercera etapa:

Colombia-Ecuador-Perú-Bolivia-Argentina-Chile-Argentina hasta Ushuaia, por el desierto de Atacama y los Andes, por un tramo de la ruta Dakar; ascender cuatro mil metros sobre el nivel del océano, encontrar a Fernando en Villazón, continuar ambos por Chile y Argentina. Finalmente, a fines de marzo llegar a Ushuaia y embarcar las motos. Preparamos el equipaje y nos vacunamos contra la fiebre amarilla. Lleno de sentimientos encontrados entre la emoción de un viaje como este y la preocupación por la familia, empezaba la travesía que cambió mi perspectiva sobre muchas cosas.

06 de enero 2015

A las 6:38, con 34,000 km en el tablero de la “Libertad 3”, una motocicleta BMW GS 1200 c.c. Adventure doble propósito, apreté el embrague, accioné la palanca de velocidades, suspiré, recé y lentamente comencé a rodar.

Había tres grados en Río Frío. La carretera estaba resbalosa. Me concentré en  llegar con luz de día. Ya en ruta hacia Oaxaca, empezó a llover. Había neblina espesa. Toda la bajada de Cumbres de Maltrata hasta Cosamaloapan, llovía. Pasé Minatitlán y tomé la sierra de Chiapas, con lluvias intermitentes y bancos de niebla. Vi dos accidentes. Al llegar a Tuxtla Gutiérrez el cielo se abrió y el sol entibió mi húmedo impermeable. A las 6:30 pm llegué a San Cristóbal de las Casas, ahí me encontré con Enrico y Ricardo. Nos embargó un sentimiento de liberación, del gusto por rodar. Las miradas y sonrisas retorcidas, cómplices, obviaban las palabras; el pueblo más mágico de todos culminaba nuestra sensación de libertad. Por fin salimos hacia Comitán de Domínguez, tras despedirnos del personal del hotel. Así comenzó nuestra travesía.

El piso se tornaba resbaloso; nos detuvo un retén militar. Revisaron el equipaje y plantearon las preguntas obligadas: “¿De dónde vienen? ¿Para dónde van?”. Nos indicaron que podíamos continuar y nos desearon un buen viaje. Tras dos horas y media de trámites, entramos legalmente en la República de Guatemala, hacia nuestro objetivo del día: Antigua.

Comimos carne asada en un puesto con parrilla al carbón, guisos caseros y tortillas hechas a mano. Proseguimos por unos caminos llenos de baches y “túmulos” (topes) sin señalización. Los lugareños y sus animales de granja cruzaban el camino como el patio de su casa. Por fin tomamos la Autopista Interamericana, de concreto hidráulico, trazo perfecto y curvas pronunciadas. Danzamos durante varios kilómetros con los volcanes de San Pedro, el Tolimán y el Atitlán con sus 3,537 metros de altura. La laguna de Atitlán nos acompañó con sus 18 km de longitud y sus 350 metros de profundidad.

Gracias a las curvas interminables dábamos rienda suelta al acelerador; nos inclinábamos entre curva y curva de un lado al otro. Desde un mirador se apreciaban el lago y los volcanes, como una postal, En eso llegó el Xocomil, el viento del lago; un choque de vientos cálidos del sur y masas de aire frío. Forma remolinos y produce olas muy fuertes que sacuden a las embarcaciones. Los lugareños creen que el viento Xocomil limpia los pecados de quienes viven alrededor del lago.

En Antigua nos detuvimos en el Parque Central, sobre la calle empedrada. Don Carlos Ramiro Dulian, uno de los guías autorizado por INGUAT, nos consiguió el hotel donde pernoctamos dos noches. Don Carlos nos contó que Juan Bautista Antoneli trazó Antigua. El fundador fue Francisco Marroquín. Vi una placa grabada con el nombre colonial de la ciudad: “Santiago de los Caballeros de la Antigua Guatemala”. Los primeros asentamientos datan de 1527. Se trazó con calles rectas, de norte a sur y de este a oeste; partían de una plaza central que albergaba las sedes de la Iglesia y el gobierno. En España, se le consideró la ciudad más bella de las Indias. Desde 1979 es patrimonio de la humanidad.

Puedo agregar que su arquitectura es renacentista española, las fachadas, de estilo barroco. Quedan bastantes iglesias, ya en ruinas; hay otras construcciones antiguas como lavaderos comunitarios y servicios a la vieja usanza española.

Junto a la plaza principal había un mesón con un bohemio tocando su guitarra. Ahí cenamos un asado de carne de res, arroz blanco, ensalada y salsa “chinmol”, con tomate, cilantro y cebolla. Brindamos con ron por la rodada del día

Visitamos un tianguis en Chichicastenango, el más colorido y visitado de las Américas. A dos horas de Antigua, en la región montañosa de Quiché, a 2,070 metros, un lugar mágico de usos y costumbres de los nebaj, chajul, quiché y sololá: máscaras talladas a mano, telas típicas, huipiles bordados, bolsas tejidas, collares de jades, alfarerías, cerámica, joyería, sombreros y bolsas de Nebaj; petates y sopladores. Obra de artesanos indígenas que siguen la tradición de sus ancestros.

Siempre hay que regatear, es parte del ambiente y de la tradición. Incontables vendedoras nos ofrecían sus productos. Jacinta, una de ellas, hablaba inglés, francés, italiano, mandarín y español. Era excelente negociadora, y con tal de que le compráramos más separadores nos acompañó durante el recorrido. A Enrico y Ricardo les vendió un paquete de separadores de libro en 100 quetzales y más tarde me ofrecía el mismo paquete en 10 quetzales. En la iglesia de Santo Tomás, convergen todas las etnias para venerar a su santo, en diversas lenguas, entre bullicio y colorido.

De regreso vimos retenes de policía; los automovilistas tienen la cultura de detenerse y entregar documentos sin reservas.

Ya en Antigua, hallamos la pizzería de Luciano, un joven de Italia. Su plática con Enrico y Ricardo propició que nos recomendara sus mejores vinos y las pizzas al estilo italiano con la receta napolitana de antaño. Pedimos cerveza Gallo de Guatemala; Luciano nos ofreció un vino Chianti Merlot y pizzas prochoto di Parma con arúgula,  queso parmesano y jamón serrano. La grapa, bebida destilada de uva, nos convirtió en trovadores internacionales esa noche.

Las mesas estaban tan cercanas, que parecían una sola; interactuábamos con todos a nuestro rededor: una familia italiana, un francés y un matrimonio de Guatemala. Resultó así una velada bohemia entre cantos y declamaciones. El matrimonio guatemalteco amablemente nos pagó la cuenta por amenizar la noche con una guitarra.

En Choluteca caí en un bache profundo, el rin delantero de la GS se dobló. Pensé que me quedaría ahí.  Frente al bache, estaba “El pinchazo”, una vulcanizadora. El encargado, con un gato de rosca, en menos de diez minutos enderezó el rin.

Les pregunté a los camioneros por la mejor ruta. La costa, coincidieron, era la mejor opción. “¿Tú eres el de la motota?”. “Te vimos en Colón”. “¿Vienes solo?”. “Yo te vi en Costa Rica”. “Te vamos siguiendo”. Me asombró todo lo que ven y se comunican los traileros en la carretera. Me sentí protegido y me dio gusto saber que no era invisible.

En mi Facebook, los amigos que me animaban; estaban al pendiente de la travesía. Entre tanto, llegué a Ciudad Hidalgo. Estaba en México. Pero las revisiones aduanales y militares se volvieron más severas: “¿Trae droga? ¿Trae armas?”. En Minatitlán, supe que mi hijo estaba estable y había salido del hospital. Mientras tanto, Ricardo y Enrico llegaron al gran lago Titicaca, pero en Bolivia Enrico se fracturó el peroné. Pese a todo llegaron a Santiago de Chile. Fernando se regresó a Rosario, Argentina, Ricardo decidió terminar su viaje ahí. Enrico se quedó a recuperarse, para llegar a su destino, Ushuaia.

Yo, bajo lluvia constante, llegué a las Cumbres de Maltrata. El sol comenzó a calentar mi traje húmedo y recorrí los últimos kilómetros: Puebla, Río Frío, y por fin la congestionada capital. Tomé la avenida Ermita y llegué a casa a ver a mi hijo Daniel. Di gracias a Dios y gracias a las plegarias de todos los que le apoyaron en oración. 

Este viaje me deja muchas experiencias de vida, me dio sensibilidad, me ubicó, me volvió más humilde de actitud, me sacó de mi estado de confort. Aprendí a valorar lo que tengo, aprendí Geografía e Historia, códigos y reglas de seguridad.

Definitivamente, es un viaje obligado para todo aquel que quiera hacer su viaje de graduación como moto viajero. Un viaje que exige una preparación mental, física, una planeación con conocimiento del trayecto y de causa; demanda tolerancia, experiencia.

Finalmente, lo que puedo decir es que aquí no termina este viaje. Comienza una aventura más grande porque superó por mucho las expectativas que teníamos, y el día que decida terminar esta travesía será con la pericia y experiencia requeridas, por el momento seguiré compartiendo el camino y seguiré rodando con libertad hasta el fin del mundo.

¡Muchas gracias!

Epílogo

Luis Daniel, mi hijo, continuó bien y fuera del hospital retomó su vida cotidiana. Enrico permaneció en Santiago de Chile dos meses tras la operación de su pierna. Dudó en continuar el viaje hasta saber si clínicamente era posible. Ricardo halló muchas facetas que no sabía de él mismo, como grandes y arraigados vínculos. Fernando regresó sin novedad a Rosario, Argentina, para recibir la visita de su hijo, que venía de los EUA. De los Peruanos no se supo nada. Y yo quedé satisfecho e impresionado de descubrir otra parte del maravilloso planeta Tierra.

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