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Los Dolomitas: La cordillera multicultural

Los Dolomitas: La cordillera multicultural

La Cordillera Multicultural

Para la segunda parte del viaje, el objetivo era recorrer los alrededores de los Dolomitas. Para ello establecimos nuestra base en Ortisei – Saint Ulrich, aproximadamente a 200 km al norte de Venecia.

Los Dolomitas son una impresionante cadena montañosa que forma parte de los Alpes Orientales y cuyos amplios valles se abren hacia el sur, por lo que son más cálidos que los del norte.

En esta región se junta la cultura mediterránea con la tirolesa, con grandes beneficios para las artes y la cocina. Hay poblaciones tan remotas y de tan difícil acceso que han permanecido con sus tradiciones casi intactas desde el siglo XIII, e incluso conservan su idioma retorrománico, el ladino.

Ortisei es conocido, entre otras actividades, por el cultivo de la vid y sobre todo, por una gran tradición en la talla de madera.

Viajamos de Seefeld, en Austria, a Ortisei en Italia, con todo el equipaje; decidimos por primera vez utilizar una autobahn, ya que había mucha niebla, llovía copiosamente y queríamos llegar a comer a nuestro destino. 

Un hotel de gran clase

Llegamos como a las dos de la tarde a registrarnos en el hotel (el Gardena Grodnerhof), que es francamente espectacular: tiene un restaurante gourmet, que cuenta con una estrella Michelin y que atiende el chef Hubert Fischnaller, quien se encargó de consentirnos todos los días con cenas de seis tiempos, en la que se incluía cocina mediterránea, italiana y regional. 

Además, tenían un catálogo de almohadas para el cuarto, alberca cubierta con ventanales al exterior para poder nadar en época de invierno; salón de billar, salón fumador, una amplia cava, en fin todo lo que se puede desear al término de una larga rodada.

Después de desempacar y todavía con lluvia, decidimos ir a conocer el pueblo a pie.

El orden y la limpieza de los alemanes, en combinación con el buen gusto y el depurado diseño de los italianos, lo convierten en un lugar único, además que la geografía de la región le ayuda mucho: está en un valle entre dos cordilleras y a lo lejos se ven los Dolomitas, que son de un color muy raro, un gris casi blanco que al atardecer se torna azul. El pueblo tiene una gran vocación por los deportes de invierno, así que por ser verano y además domingo, todo -salvo las cafeterías- estaba cerrado, después de tomar algunos cafés, regresamos a cenar al hotel.

Durante la cena acordamos que decidiríamos al día siguiente en la mañana, si habíamos de salir en las motos o no, todo dependería del clima.

A las ocho y media, cuando estábamos desayunando, vimos que el pronóstico del tiempo era soleado con algunas nubes altas, por lo que decidimos ir a rodar.

Rodando bajo la lluvia

Arrancamos como a las nueve y cuarto sobre una ruta de unos 250 km por caminos famosos: Passo di Giau, Passo Sella y Passo di Manghen.

Ni bien dejamos el Valle de Ortisei, nos empezó a llover y no paró en prácticamente todo el día, así que a orillarse, para ponerse el impermeable.

El mío es el BMW de una sola pieza, desde el cuello hasta los tobillos. Ponérselo ya medio húmedo, con el traje de moto abajo, casco y botas es una proeza: primero hay que entrar en esa cosa, después hay que cerrar un zíper en cada pierna y luego viene el velcro, que se debe apretar bien en los puños. Después se cierra una cremallera hasta el cuello, que hay que cubrir para que el agua no se filtre y finalmente se le fija con velcro para que no se mueva.

Terminada esa maniobra, me volví a poner los guantes, el casco, me subí a la moto y… ¡Demonios! Dejé la llave de la moto junto con la cámara fotográfica, en la parte interior de la chamarra; así que vuelvo a empezar toda la maniobra, esta vez incluyendo el abrir la chamarra que como ya tiene sus horas de vuelo, falla y tengo que cerrarlo varias veces para que funcione. Lo anterior acompañado de las sonoras burlas de los amigos. La ventaja es que, efectivamente, me mantuvo seco.

Nos arrancamos hacia el Passo del Rombo y al salir de una curva, Tony derrapó y cayó. Afortunadamente, no pasó a mayores, el equipo de protección funcionó de maravilla y solo sufrió una torcedura menor en un tobillo y un raspón leve en una mano. Regresamos finalmente a Ortisei como a las ocho de la noche, aun bajo la lluvia.

El 2 de octubre fuimos a Bolzano, a unos 40 kilómetros de Ortisei. Era día de compras en una ciudad con una gran tradición por el motociclismo, con poco más de 100 mil habitantes, principalmente dedicada al comercio y ubicada en la zona norte de Italia, tan conocida por su desarrollo industrial.

Recorrimos la ciudad en gran parte a pie, visitamos el museo que conserva a Otzi, la momia que vivió hacia el año 3,300 A.C., y que fue descubierta en 1991.

Fuimos también a una tienda de accesorios para motos, más grande y surtida que algunos centros comerciales. Ahí algunos nos dimos vuelo entre guantes, trajes, maletas. ¡Esa era una verdadera juguetería! Más tarde regresamos a Ortisei, y para nuestra sorpresa, el salón que teníamos asignado para cenar estaba completamente vacío. La nuestra era la única mesa

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