BOXER MOTORS
Search
Close this search box.

Los pirineos una cordillera de contrastes y desafíos

Los pirineos una cordillera de contrastes y desafíos

Anthony Chinery, José Espinosa, Andrés Martínez C.

Los Pirineos no marcan solamente la frontera natural entre Francia, España y Andorra; a través de sus estrechas y serpenteantes carreteras que pueden dejar exhausto al motociclista más curtido, se enlazan los siglos y las tecnologías. Los castillos medievales se alternan con los desarrollos turísticos de vanguardia y las granjas tradicionales con la tecnología de punta. Dos mexicanos y un sudafricano nos habíamos propuesto recorrer esa cordillera en su totalidad. Un edén para el motociclista. Pero también un paraíso que exige toda la concentración del viajero durante cada instante de su trayecto.

Estábamos a principios de octubre, con pronósticos de clima frío y húmedo, sin embargo, el país catalán nos recibió con un tiempo favorable, que disipó nuestras reservas. La cosmopolita Barcelona, con las atestadas ramblas en pleno bullicio, nos prodigó su gastronomía rica en mariscos, y nos obsequió el Albarino, un vino de las Rías Altas.

Más los deseos de llegar a los Pirineos nos despertaron muy temprano al siguiente día. Así que partimos y pronto dejamos atrás a la gran urbe y las tierras bajas, comenzó así nuestro ascenso en dirección NE, hasta que divisamos las cordilleras, incluso para quien conociera las serranías americanas, resultaban imponentes. Fue el principio de nuestro curso intensivo de “curvatología”, en las sinuosas aunque irreprochables carreteras, un terreno ideal para nuestras máquinas GS 1200. Entre aquellos valles fronterizos se esconden unos villorrios que en las escalas colosales de la cadena montañosa parecen diminutos, casi imperceptibles.

Cuando se llega hasta esas aldeas, se aprecia cómo su arquitectura se integra con el entorno. Sus edificios comparten con el paisaje la piedra pizarra, tan dúctil que puede dársele la forma de lajas ahí donde haga falta para armar las techumbres. De esta manera, la obra humana mantiene una armonía de colores y texturas con la belleza natural de aquellos parajes, lo que aunado a la pulcritud de las aldeas y a la disponibilidad de la tecnología más moderna, conjuga las ventajas de dos mundos.

Aquel panorama nos invitaba a detener las motos, darnos una tregua y disfrutar de un buen café. 

Montañas de contrastes

Entramos en Francia por la región de Bagneres de Luchon. Lejos de toda muestra de vida urbana, las carreteras con curvas de ciento ochenta grados demandaban cada una de nuestras habilidades. Un obstáculo natural que requería atención absoluta, eran los restos que dejaban a su paso vacas, cabras y ovejas, animales que, en varios kilómetros a la redonda, eran la única forma de vida. El regreso a España a través del túnel de Bielsa es una experiencia que templa el ánimo: la cordillera se cierra a grado tal, que su angosto paso intimida a cualquier motorista.

Perdernos en estos estrechos senderos, era exactamente lo que buscábamos; gozamos verdaderamente el recorrido por estas desoladas rutas, que nos mostraban cómo la existencia rural es perfectamente compatible con un elevado nivel de vida y con las comodidades que ofrece la técnica actual. Los lugareños, sencillos y hospitalarios con los visitantes, saben coexistir respetuosamente con su entorno, al tiempo que mantienen sus casas impecables y llenas de colorido. La gran mayoría vive del pastoreo y de la labranza; sus productos son muy apreciados por los conocedores de quesos y embutidos artesanales. Nosotros tuvimos la oportunidad de comprarlos en unas granjas diminutas. Sumados a un buen pan de campiña, nos proporcionaban unos almuerzos espléndidos que disfrutamos en silencio, ante los paisajes de la cordillera.

La Mongie du Tourmalet, es una región considerada de excelencia mundial para el entrenamiento de los ciclistas. Ahí se llevan a cabo varias de las etapas más difíciles de la máxima carrera de este deporte: el “Tour de France”. No dejamos de recordar al famoso ciclista texano Lance Armstrong, quien tras vencer al cáncer, ganó en siete ediciones consecutivas la titánica prueba. El atleta residió en esta zona durante varios años, aprovechando así la topografía ideal para este tipo de competencia.

Esculturas gigantes dedicadas al deporte ciclista, carreteras pintadas con los nombres de equipos y competidores del pasado Tour. Tal era el terreno que compartíamos con una veintena de ciclistas, quienes a pesar del agudo frío, llegaban hasta la cumbre de la montaña, y regresaban para repetir el ascenso, hasta que se completaba un día más de arduo entrenamiento para estos admirables atletas.

Por nuestra parte, la mera vista de los cortes en las cordilleras por donde habíamos de pasar, nos intimidaba; esbozamos una risa nerviosa y tomamos conciencia de que aquel trayecto nos iba a exigir que aguzáramos todos los sentidos para no cometer ni el más mínimo error, ya que eso hubiera significado terminar en el fondo de una hondonada.

El otoño avivó el colorido de la ya de por sí majestuosa cordillera; las arboledas adquirieron los tonos amarillos y rojizos que preceden al cambio de follaje, en el tránsito hacia el invierno. El camino está bordeado de árboles cuyas ramas se arquean hacia el centro de la vía, se forma así una bóveda viviente que brinda su sombra al viajero. A su paso por la carretera, el último piloto del trío producía el espectáculo de un túnel de hojarasca que revoloteaba tras la máquina.

Saint Jean Pied du Port, un pueblecillo medieval, es famoso desde hace cientos de años por ser el punto de partida para los peregrinos del Camino a Santiago. Se localiza en una de las regiones más hermosas de la nación gala, en el país Vasco Francés, donde cada pueblo compite con sus vecinos por ser el más bello de la comarca. Los franceses, tan ufanos de la modernidad, tan amigos de la innovación, aman lo antiguo. El viajero advierte de inmediato el contraste con las fachadas de piedra de la arquitectura popular española; los galos prefieren aplanar el frente de sus casas. Por común acuerdo solo se utilizan tres colores: fachadas blancas, y carpintería en tonos verdes, rojos, azules. El visitante que recorra.

La ruta medieval

Nos dirigimos luego a Donostia – San Sebastián, una de las ciudades con mejor calidad de vida en la Comunidad Europea. Es también el corazón del País Vasco Español.

Los famosos bares de Pinxos abundan en la zona antigua para regocijo de los turistas, mientras que en la célebre Bahía de la Concha, lugareños y visitantes se dedican a caminar despreocupadamente a todo lo largo de la costa de tan armoniosa y sosegada ciudad porteña.

Salimos de San Sebastián por una carretera secundaria que, a pesar del impacto que nos habían dejado las cordilleras, nos sorprendió con su topografía y su flora endémica, que solamente en estas regiones se puede ver, así como los interminables acantilados de la Costa Vasca, tan famosa por su pesca y por sus granjas piscicultoras.

Tuvimos que encarar la fiera ruta con absoluta concentración: tomar la curva, medir el piso, analizar la pendiente, decidir la velocidad, inclinar la máquina. Todo ello mientras las paredes de roca pasaban a unos centímetros de nosotros, vertiginosas, cuál estrellas de La guerra de las galaxias. Así cruzamos al oeste, hacia Bilbao y Santander, para llegar a la afamada ciudad medieval de Santillana del Mar, que mantiene su fisonomía antigua con tal esmero que uno espera que en cualquier momento, entre las callejas empedradas, aparezcan D’Artagnan y los tres mosqueteros. Ahí nos alojamos en un antiguo castillo y fuimos agasajados con un filete de buey asado a la piedra, a la manera de 1480.

Después de varios cientos de kilómetros, nos encaminamos al sur y recorrimos el parque nacional Picos de Europa. Aquel día coincidimos con cientos de motociclistas de todas las regiones de España y la Comunidad Europea, quienes orgullosamente lucían su equipo. Había un grupo de ingleses ufanos de sus máquinas, que pertenecían a los años cuarenta; sin embargo, expresaron su reconocimiento hacia nuestro esfuerzo, ya que entre todos aquellos pilotos, éramos los únicos con las motos polvorientas, cubiertas de lodo y restos de insectos; al igual que nuestros uniformes, daban testimonio de que no éramos unos simples motociclistas domingueros.

Cuando los británicos se despidieron, fue espectacular verlos partir con estos caballos de acero, que si bien lograban desarrollar 90-110 kilómetros por hora, eran por supuesto ajenos a la suspensión electrónica, los frenos ABS y demás cursilerías.

Hacia León y Castilla

Por fin dimos nuestro primer y único recorrido en brecha, suceso que fue muy bienvenido para romper con estas carreteras perfectas; la aventura nos llevó a cruzar por zonas rurales de tránsito inexistente. En estos terrenos se pone en juego toda la capacidad del piloto.

Andar en motocicleta es como bailar, tocar un instrumento, nadar o cortejar a una dama: debe llevarse muy bien el ritmo. Hay que tener sensibilidad ante la cadencia, juzgar con precisión los ángulos, conocer algo de física, entender el clima, saber de viscosidad y dureza de suelos. Esto permite mantener la máxima velocidad y el control perfecto de la máquina.

Desembocamos por fin en el Desfiladero de los Beyos. A lo largo de esta garganta, de aproximadamente 60 kilómetros, dimos rienda suelta de nuevo a nuestro placer por las curvas, acompañados todo el tiempo por un río que simulaba estar en sincronía con nosotros, en una carrera desenfrenada, en la que enfrentamos cada obstáculo a toda velocidad.

Nos dirigimos más delante hacia el sur con el fin de completar un círculo, llegamos a la provincia de León y Castilla, territorios totalmente planos y rápidos de circular, donde el agua es muy escasa; por ende los paisajes se vuelven monótonos y áridos. Sus grandes protagonistas son los majestuosos monasterios y templos; es el escenario ideal para algún capítulo del Quijote con su inseparable Sancho Panza.

Compostela, y que pacientemente aceptaban el tránsito por estas rectas planicies. Añorábamos los días pasados, cuando dábamos rienda suelta al homo ludens –el hombre que goza con el juego, según el estudioso holandés Johan Huizinga– en aquellas curvas, ya lejanas. Así que acordamos regresar a los Pirineos, recorriéndolos en sentido inverso. Más, por increíble que parezca, tras los pocos días que habían transcurrido, los paisajes que hallamos a nuestro regreso eran ya totalmente diferentes a los que habíamos dejado: el otoño, que transformaba el entorno sin cesar, nos recibió de nuevo con un clima que nos hizo titubear al principio. Pese a todo, perseveramos y nuestro tesón recibió su recompensa. Como si nunca hubiéramos pasado por estos lugares, descubrimos unas tierras totalmente nuevas y disfrutamos unas experiencias gastronómicas irrepetibles.

Nos convertimos así en los dueños de estas cada vez más desoladas carreteras. Nuestro guía Tony, quien veía cómo gozábamos al encontrarnos de nuevo en estas latitudes, se esforzaba por encontrar un paraje, cruce o carretera que no hubiéramos transitado anteriormente.

Nos condujo así a Caldes de Bois, un escondido y remoto centro de aguas termales. Para llegar hasta él se atraviesa una cañada tan estrecha que dificulta el tránsito en ambos sentidos, además hay que recorrer unos gélidos túneles impregnados por la humedad de la zona. Alrededor del pueblo, los bosques son como un inmenso bastidor con la gama colorista del otoño.

Este poblado fue nuestra última estación en los ahora ya bien conocidos Pirineos, con sus carreteras de topografía irregular y sus macizos de granito, que a lo lejos aparentan ser tan dóciles e inofensivos. Sus caminos reclaman nuestro regreso.

Después de dos semanas de tiempo inmejorable, con un solo día de lluvia, dedujimos que los climatólogos y sus observatorios están en crisis. Arribamos a Barcelona y ahí nos despedimos de las máquinas, que a lo largo de 3,300 kilómetros fueron nuestras cómplices en una aventura más. En la Ciudad Condal, reconocida en todo el mundo por su vocación vanguardista en el ámbito del diseño, y en tantos otros, una visita obligada a la Catedral de la Sagrada Familia, de Gaudi, marcó el colofón de nuestro viaje.

Scroll to Top