Tibet: Tocando el cielo

Tibet: Tocando el cielo

La última frontera, la morada de los dioses, el techo del mundo… son muchos los titulares que intentan atrapar la esencia del Tíbet. El corazón de Asia, donde se reúne la mayoría de los picos de más de ocho mil metros que hay en el planeta Tierra, es un lugar fascinante que ahora se puede recorrer en motocicleta BMW.

La región autónoma del Tíbet, un territorio de más de las tres cuartas partes del tamaño de México, alcanza los 122.800 kilómetros cuadrados y esto es sólo una parte del gran Tíbet o Tíbet histórico, que incluía áreas de las actuales provincias limítrofes de Qinghai, Yunnan Sichuan y la región autónoma de Xinkianj. Viajar en moto por estos parajes es chocar con una naturaleza desbordante, por la región más remota y hasta ahora prohibida, para vivir la libertad que se siente sólo cuando se llega tan cerca del cielo.

La altiplanicie tibetana, a más de 4,000 metros de altitud media, es un lugar hostil, duro, de naturaleza inalterada, con picos y valles, grandes ríos y mayores lagos; de monasterios sagrados donde los monjes continúan su ascética vida igual que hace milenios. Un lugar donde montañas, ríos y lagos son la representación terrenal de los espíritus y casi se podría decir que hablan con Dios a diario. El mayor problema para rodar por este territorio es la aclimatación del organismo a las grandes alturas, pues hay puertos que superan los 5,000 metros de altitud, y en el Tíbet no se puede descender rápidamente para evitar el temido mal de altura. Es la dureza del terreno y la limitación al tránsito de occidentales, lo que ha mantenido a esta región completamente aislada de occidente durante prácticamente toda su historia.

China, tierra de aventura, dispone de toda la infraestructura necesaria para conseguir atravesar estos magníficos parajes. Motocicletas nuevas, BMW F-800 GS, vehículos de apoyo para el trasporte de equipajes y avituallamiento, mecánicos; guías intérpretes chinos y tibetanos, permisos de tránsito y hasta el carnet de conducir chino obligatorio, para que uno solo sé dedique a disfrutar de su viaje en moto. Cada jornada depara fantásticos paisajes y encuentros con los pastores nómadas de yaks, o con los monjes budistas que amablemente permiten la visita de sus sagrados monumentos.

El largo viaje hacia occidente

Lhasa huele a incienso, un ligero dolor de cabeza recuerda que los más de 3,700 metros de altitud son muchos para quienes no están aclimatados; los peregrinos dan vueltas al grandioso palacio del Potala, el tránsito es vivaracho pero tratable, vigilado en cada esquina por patrullas militares. El viajero se siente en la capital del budismo, nota la fuerza de una ciudad mítica, disfruta de sus parques, se emociona con la espiritualidad del templo de Jokhan y vagabundea entre el mercantilismo religioso de sus alrededores.

El viajero mira hacia el oeste. Hacia un valle que alarga su arboleda y sus cultivos, más allá de la moderna estación del tren que desde Pekín, con un caudal constante, trae colonos chinos, nuevas ideas e intrigados curiosos internacionales.El viajero no imagina la dureza que le espera unos cientos de kilómetros más allá, y emprende el camino lleno de fantasías, de mitos y prejuicios.

La primera etapa es dulce. El río Yarlumg Xampo, aún niño, está destinado a crear en otra parte de la inmensa China la garganta más profunda del orbe, y a tomar el nombre de Bramaputra en la India; fluye a veces calmado, a veces con furia, mientras marca el camino a seguir entre montañas cada vez más poderosas.

Algunos retazos de seco desierto van preparando el espíritu para las extremas altitudes y las vastas soledades del Tíbet más profundo. El monasterio de Tashilhumpo es una escala imperdonable. Se vuelve necesaria una abstracción para intentar comprender el misticismo de los niños vestidos de rojo, que rezan al unísono entre un enjambre de peregrinos y turistas que curiosean aquí y allá. Huele a manteca de yak, la luz de las velas dibuja ondulantes sombras.

El viajero abandona Shigatse rumbo a occidente, en busca de un sol que agoniza cada tarde, pintando inolvidables colores entre praderas y cumbres. Imagina cómo será su encuentro con la montaña más alta del mundo y descubre fascinado toda una panorámica del Himalaya desde el puerto de Pang La. Cinco picos de más de 8,000 metros a la vista: Everest, Cho Oyu, Sisha Pagma Makalu y Lothse. Con el alma casi asustada, desciende una serpenteante pista de grava y busca entre pequeñas aldeas el camino por un valle hacia el Campo Base del Everest.

A los pies del Qomolungma, (Everest en tibetano) la mayor montaña del planeta, uno se siente diminuto y piensa que sucederá como en cada lugar de nuestra tierra que tiene el apellido “lo más”. Lugares destinados tarde o temprano, pero casi inevitablemente, a tener un lujoso hotel de fastuosas comodidades en mitad de una naturaleza desbordante.

El viajero sigue en busca del sol poniente, rodea lagos ante la vigilancia permanente de cumbres de más de 7,000 metros y alcanza Saga, plaza militar donde se besan los labios de las placas tectónica de la India y Eurasia. El drástico cambio de color y textura en las tierras es el mejor ejemplo para confirmar que la India y el Asia chocaron entre sí para levantar el Himalaya. Un lugar donde gozan los geógrafos y que mantiene en vilo a sus pobladores, en alerta permanente ante los empujones de estas cordilleras que provocan terremotos. Dongpa, Payang, Nygoze, nombres de poblaciones que se unen mediante un difícil y trabajoso camino de tierra, grava y polvo.

Pueblos donde un puñado de tibetanos se agarran a la vida en un espacio duro, estéril, aplastado por la altitud, congelado casi siempre bajo cielos prodigiosos. El Tíbet empieza a dejar en el viajero las huellas de su indomable fortaleza, su inmensa soledad, su extrema dureza. Casi en la mitad, como un faro, imán de religiones, morada de dioses, cubierto de blancas nieves permanentes, la sagrada montaña del Kailash llama a los peregrinos a dar vueltas en su derredor. Aseguran que una vuelta, La Kora, perdona todos los pecados, que 103 vueltas rompen el ciclo permanente de reencarnaciones y le permiten al sufrido peregrino alcanzar el estado de máxima felicidad.

El viajero sigue su fatigosa marcha y entra en una zona en conflicto. El legendario reino e Guge y la Cachemira china. Una zona sin nada, vacía de toda población, ruda y dura, de camino tormentoso, administrada desde Pekín y reclamada por Nueva Delhi. Más allá donde el Himalaya y Karakorum se unen, aún se está más alto y el cuerpo lo detecta agotándose a la mínima acción. Valles y montañas se construyen y destruyen a diario en un equilibrio inestable.

Derrumbes y desfiladeros, ríos violentos que atraviesan la pista, creciendo a medio día y menguando cada tarde, al ritmo que marcan los deshielos y congelaciones de las cercanas cumbres.

Mazar apenas son cuatro casas, pero es referencia básica en el mapa, lugar de partida de las expediciones hacia la montaña asesina, el K-2. Un cambio de rumbo hacia el norte que obliga a superar largos y revirados puertos de montaña, allí donde las cúspides, más que jóvenes adolescentes, riñen con gritos de derrumbes.

El viajero desciende vertiginosamente hacia el remoto Xinkiang, con la referencia de Kasghar en la mente, y pasa por oasis que rememoran la legendaria ruta de la Seda. Por fin, el viajero descansa entre el bullicio de los viejos barrios donde, entre seculares casas de adobe, huele a cordero y empieza a recordar.

Atravesar el Tíbet es aún, a principios del siglo XXI, una aventura física y espiritual que marca el alma de los que se atreven con la salvaje naturaleza del techo del mundo.

Tíbet, el desierto en altura

Asociamos normalmente los desiertos a lugares cálidos y secos, pero en el Tíbet no se cumplen ninguna de estas condiciones: es frío y con mucha agua, pero no por ello deja de ser un desierto. Un inmenso territorio prácticamente despoblado de personas, y en muchos lugares hasta de animales. En el Tíbet el agua no es problema. Los grandes lagos como el Manasarovar, cerca de donde nacen los grandes ríos de Asia, el Indo y el Ganges, así como las montañas nevadas, permanentemente guardan agua suficiente, pero es la altitud media, de más de 4,000 metros, lo que impide el desarrollo de una vida fácil.

Los puñados de pastores nómadas de yaks son prácticamente los únicos habitantes de la mayor parte de este territorio. Gente dura, muy duras y humilde, muy humilde que sobrevive con lo justo, en un auténtico desierto de altura. La Gran Canal, un amplio valle de tamaños continentales, que atraviesa el Tíbet de este a oeste, y la zona de Cachemira, reclamada por la India, pero bajo administración china, son dos de los gigantescos espacios donde pueden recorrerse centenares de kilómetros durante horas sin tener ningún encuentro con persona alguna.

Gustavo Cuervo

Motociclista universal.

Gustavo nació en Madrid (España) en el otoño de 1958 y desde que tiene uso de razón su vida ha estado rodeada de motocicletas. Su padre y José, su hermano mayor, le contagiaron la pasión por las motos y él asegura que la lectura de libros de autores como Julio Verne, Emilio Salgari, Jack London, Mark Twain y otros muchos, fueron los que le incitaron en su adolescencia a emprender grandes viajes.

Su primer gran viaje en moto fue de veinte días, con otros tres amigos y dos pequeñas máquinas de 250 c.c. a lo largo de siete países europeos. Ya con su esposa Chelo y con motos más grandes, emprendieron unos viajes muy complicados por África, América y Asia, comenzando a publicar sus experiencias en revistas especializadas de motos y viajes.

Después se convirtió en habitual colaborador de radio y televisión, montó diferentes empresas de viajes en moto y EHISA, compañía con la que ha cubierto las retransmisiones de los tres últimos Juegos Olímpicos: Sídney, Atenas y Pekín. Actualmente, trabaja ya para los próximos, en Londres 2012, en su función de coordinador del equipo de motos que realizan la retransmisión de los deportes outdoor (ciclismo, maratón, marcha, y triatlón), y por supuesto pilotando la moto número uno.

Profesionalmente, realiza tours en moto por los lugares más impresionantes del orbe, ha organizado y participado en dos vueltas al mundo por etapas más complejas. Con “China Tierra de Aventura” (www.chinatierradeaventura.com) ha abierto las puertas del gigante asiático, siendo la única empresa que ofrece la posibilidad de viajar por la Ruta de la Seda, El Tíbet, o el desierto de Taklamakan (en lengua uigur “Si entras no saldrás”) con motocicletas BMW. Gustavo Cuervo gran experto en esta región, que ha atravesado en múltiples ocasiones, se encarga de dirigir los grupos para introducirles en lo más profundo de una cultura difícil de comprender para los occidentales.

Entre los lugares más destacados de los viajes por Tíbet, no se puede olvidar la noche que se pasa en el Campo Base del Everest, a 5,220 metros de altitud, en una cálida tienda tibetana; tampoco Lhasa, la ciudad mágica con su maravilloso Potala, y el tempo del Jokang, ambos patrimonio de la humanidad; Sigahtse, con el monasterio principal de la secta de los gorros amarillos y su buda de oro, uno de los más grandes del mundo; hay muchas cosas más, pero sobre todo la sensación indescriptible de sentirse un auténtico aventurero, cruzando uno de los lugares más inhóspitos y bellos del planeta.

Video Trailer Tibet: http://www.youtube.com/watch?v=Q7rYeu-he50

Fotos de Tibet: http://www.gustavocuervo.es/imagenes/

Información: www.chinatierradeaventura.com – www.gustavocuervo.es

Por Gustavo Cuervo

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