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Viaje a Utah: Érase una vez en el oeste

Viaje a Utah: Érase una vez en el oeste

A mediados de Marzo recibí una llamada de Roberto Carvajal, conocido en la comunidad aventurera BMW y diversos grupos de doble propósito como “el Niño Explorador”, sobrenombre que se ha ganado a pulso, no por ser  fiel a los cánones y reglamentos que rigen a las instituciones como los “Boy Scouts”, sino por su interminable sed de descubrir los caminos y las veredas más remotas, con la garantía de saber cuándo y dónde dará inicio la aventura. Porque el final es donde su apodo reluce, sin saber la hora y el lugar donde terminará explorando.

Con esa premisa como antesala, escuchamos su animosa y bien estructurada propuesta. Imposible de declinar: recorrer el Gran Cañón en EUA en varios puntos. El comienzo sería en el estado de Nevada, en Las Vegas; luego Nuevo México, y Utah, para concluir en nuestro punto de arranque. Un trayecto de 1400 millas.

Una rara oportunidad

Nos llevaría siete días recorrer estas diversas y desconocidas tierras del oeste norteamericano, donde el 70 – 80 % son trayectos de terracería y brechas que sólo se pueden recorrer en motocicletas Enduro.

Un viaje que ya estaba completo, sin motos BMW GS 800 disponibles para su renta Pero el destino se encargó de involucrarse: un participante canceló su reservación, y dejó un espacio libre para este apasionado y sediento aventurero “Spinovich”. ¿Cómo dejar ir una oportunidad de éstas, en que la planeación y logística de un viaje de esta naturaleza lleva un tiempo considerable? Sin embargo, al saber de quién venía la invitación, con una risa nerviosa y dubitativa, hice un llamado a la sensatez: bajarle tres rayitas al ego y evaluar mis capacidades aventureras, que distan de manera significativa a las de este Niño Explorador de manejo impecable y técnico quien no conoce el miedo. Así que le solicité tiempo a mi anfitrión con el fin de investigar más a fondo la propuesta.

El organizador de este recorrido es un simpático estadounidense, Kevin Glassete, hombre despreocupado y con una gran pasión de vida; recorrer los Estados Unidos y el Canadá en dos ruedas, la mayor parte del trayecto por caminos secundarios en la modalidad de enduro y doble propósito. De la manera que se presenta e introduce sus viajes, es difícil no poder enamorarse de los lugares y paisajes, lo que invita a cualquiera a despertar su espíritu aventurero, y apasionarse por la naturaleza.

Muestra cada uno de los recorridos y las tres opciones de cada uno, esto depende del grado de complejidad y experiencia de cada participante. Eran dieciséis, en total, que se dividieron en grupos independientes de acuerdo al nivel de manejo y a las capacidades o intereses propios.

La información perfectamente detallada establece su acuerdo sobre la navegación, que será responsabilidad de cada uno y no del grupo. Con esa premisa tan puntual, me dediqué a investigar y aprender esta nueva modalidad de navegación, donde el organizador sugiere utilizar dos GPS.

Inmediatamente, dudo de dicha propuesta, que juzgo excesiva y sin sentido; como se dice en mi tierra, “un choro gringo”, razón suficiente para investigar más sobre estas desconocidas tierras y el porqué de esta modalidad de navegación que desconocía.

Sin embargo, con análisis y estudio, en breve aprendí que su teoría está bien fundamentada, ya que habrá territorios totalmente desolados y carentes de cualquier tipo de comunicación, incluso sin la telefonía satelital, que por esos lares se convierte en un recurso frustrante y por lo general poco eficaz.

Y así me uno a un grupo de dos mexicanos, Roberto Carvajal y Manuel Campuzano, tres con Spinovich, y compartiríamos el viaje con catorce estadounidenses.

“Viva Las Vegas”

BMW Las Vegas fue la casa donde rentamos las GS 800. Por común acuerdo quitamos las maletas laterales y las top case. La decisión en breve probó ser muy inteligente, puesto que aquellas maletas hubieran terminado en categoría de basura o flotando en algún paraje del Gran Cañón del Colorado.

Cada quien contaba con una maleta seca y equipo extra a propia discreción; instalamos con monturas RAM nuestros GPS, y “voici!”, listos para dar comienzo a nuestra aventura.

Después de algunos cientos de kilómetros por autopista, ingresamos a una carretera secundaria de las áridas y lejanas tierras del oeste, donde en breve me convencí de que las sugerencias de nuestro simpático organizador estaban llenas de razón y sentido, en pocos minutos mi atención se volcó al GPS y me cercioré del trayecto.

Nuestro grupo de cuatro, en cuestión de minutos, pasó a la historia: cada uno se convirtió en su propio navegante, disfrutaba y se dejaba sentir por esta inmensidad de territorios, los que fueron parte medular en la historia en las grandes migraciones, en la conquista del oeste.

Mi andar es precavido y un tanto conservador. He intentado descifrar y entender el manejo de la GS 800 en terracería, hasta ese momento desconocido para mí. Su aceleración es briosa y potente, lo que causa un zigzagueo de la llanta trasera, por lo que se requiere cautela y suavidad en las curvas.

Una llanta, 80% pavimento, 20% terracería, distan de ser el equipo idóneo en estos lares. Este equipo nos diferenciaba de los nuevos compañeros, cuya    experiencia, era evidente, sus llantas eran las correctas.

Territorio agreste

Llegamos a un punto de encuentro, en medio de esta tierra distante de la civilización, carente de cualquier señal de vida, más que un simpático edificio que fuera la escuela pública Mount Trumbull, ahora un museo.

El territorio donde a los inmigrantes de principios del siglo XX se les daban 640 acres, 260 hectáreas, una superficie que a pesar de ser muy extensa, se componía de suelos con poca riqueza, difíciles para la siembra y la cría de ganado vacuno u ovino. Terrenos que llegaron a tener un par de centenas de habitantes, muchos de los cuales murieron por las condiciones extremas, mientras otros definitivamente abandonaron sus tierras, para los años 80, el último habitante partió de este inmenso territorio.

Ya entrada la tarde, por fin llegamos a nuestro destino. Hago un pequeño recuento del trayecto. Reconozco que hubo un par de llamados en ese seco, pedregoso e irregular terreno de topografía caprichosa, el cual estuvo a punto de reclamarme al suelo en repetidas ocasiones.

Después de muchas horas de terracería en medio de la nada, apareció la única construcción significativa. Rancho Diez nos dio la bienvenida, un rancho ganadero por varias generaciones. El bajo precio de la carne bovina lo llevó a buscar una fuente secundaria de ingreso. Así surgió la idea de compartir el estilo de vida y las costumbres de los ranchos ganaderos de esa zona.

Una docena de carretas antiguas, restauradas, aguardan al pie de un cerro. Son las mismas que hace más de un siglo recorrieron las diversas rutas durante la conquista del oeste, así como en la fiebre del oro de la vecina California. Sirven como habitaciones dobles a quien desee aventurarse a dormir de alguna manera a la intemperie. Tentadora opción.

Por supuesto me hago inquilino de una de las más lejanas y altas del cerro, lo que brindaba una vista singular de todo el valle y a lo lejos un retazo del Gran Cañón

Mi decisión por la madrugada exigió reinventarme y dormir vestido por las muy bajas temperaturas.

Los que escogieron una estancia más segura y un sueño perpetuo, se hospedaron en la gran cabaña, una enorme construcción de madera de dos niveles, habitaciones que, con el calor de la madera de todo el día y la cocina en el primer piso, distaban de ser frías en algún momento de la noche. La comida fue típica de los vaqueros, pero muy abundante y con buen sazón debido a que se prepara en ollas y sartenes de hierro fundido.

Como paisaje principal, en una comida al estilo del viejo oeste, a lo lejos se divisaba el Gran Cañón. Como postre, por supuesto, llegaron las anécdotas e impresiones de cada unos los participantes.

Escuché a estos amables y experimentados motociclistas, un grupo muy variado en edades, donde los más experimentados y con motos grandes para esos terrenos, las KTM 1190, en breve demostrarían sus grandes habilidades. Había diversas marcas y cilindradas: KTM 1190, Suzuki V-Strom, BMW 650 S, Yamaha Tenere, Triumph Tiger, etc.

Comencé a caer en cuenta que no me había ido tan mal. Ya que varios tuvieron encuentros con ese caprichoso piso y fueron proyectados al suelo por sus caballos de acero. Tristemente, la caída de uno de ellos tuvo consecuencias con un pie en muy mal estado y la moto significativamente dañada, a cinco horas de la civilización. Acordaron que al siguiente día resolverían lo procedente.

En el espectacular cielo estrellado se alcanzaba a ver la bóveda celeste en sus cuatro puntos cardinales; imposible dejar de admirarlo. En aquella quietud, con airoso y frío viento del desierto, nos despidió la noche. Son manifestaciones de la naturaleza que sólo se consiguen ver en estos climas extremos, llenos de magia.

Por la mañana nos recibieron con un nutrido y abundante desayuno, también típico de los vaqueros. Así quedamos listos para una larga y ardua jornada. Decidí imitar a nuestro guía: ingerí proteína y líquidos suficientes. Aquella pronto probaría ser una decisión acertada. Con pena despedimos al compañero que se accidentó el día anterior, debido a que la lesión del pie sí tenía consecuencias y le impedía continuar el viaje. Después nos enteramos de que había fractura en un dedo.

Partimos los tres mexicanos a conocer el mirador, un trayecto de escasos veinte kilómetros que algunos de los otros grupos decidieron no intentar por el grado de dificultad, pero este dream team de capitalinos atravesados dejaría en alto, por supuesto el motociclismo mexicano.

El Niño Explorador salió en despavorida carrera; poco le duró el júbilo, ya que el terreno comenzó a descender considerablemente, lo que empeoró las condiciones del camino, que demandaba un manejo técnico de total enduro. Los paisajes comenzaron a develar el porqué la gente está dispuesta a pasar las incomodidades del camino, con tal de dar fe de estas catedrales de formas caprichosas y colores propios de un escultor, un artista de mente ágil, alegre y fantástica para crear tanta diversidad en un recorrido tan corto, donde no hay fin a la admiración de todo lo que nos rodea.

Aquel descenso ya había dejado de resultar divertido: las piedras de gran tamaño invadían por completo el camino, así que a sortear el resbaladizo trayecto, que se burlaba de mis conjuros a los cuatro vientos con tal de no ceder a las tentativas del suelo por probar su dura consistencia, el recorrido de apenas veinte kilómetros nos llevó una hora quince minutos. Cuánta razón tenía nuestro organizador: ¡llegar a este punto del cañón te deja sin aliento!

Nuestro regreso probó ser más demandante. Mi par de compañeros aumentó la estadística y fueron seducidos por las piedras. Ver la moto del Niño Explorador caída en aquel terreno, disipó mis dudas en cuanto a la dificultad del camino; entre sonrisas y buen humor levantamos la moto y a continuar nuestro ascenso. Minutos después, cuando iba a la retaguardia, había encontrado mi propio ritmo a un paso cómodo. Cuando resuelvo los obstáculos uno a uno voy cómodo y seguro. Ahora fue el turno de Manuel, en este calor que ya mostraba su aire seco del desierto, así que a tomar la foto obligada y a reanudar nuestro camino. Sin duda este trayecto perdonó a Spinovich y probará las dulces y soleadas tierras de Arizona, pero como bien dice el refrán: “esto no termina hasta que termina”.

Regresamos a nuestro punto de inicio para ir río arriba y conocer el famoso mirador Toroweap, dentro de la reservación India Hualapai. Si me había quedado sorprendido por la mañana, la llegada a este segundo punto del Cañón nos brindó un camino de lo más variado. Mi mente no deja de registrar y sorprenderse ante tantos climas y alturas en un estrecho tan corto. Con paisaje lleno de pinos y clima agradable, un camino de arena fue lo que el destino escogió para que pagara mi cuota, una caída que fue tan repentina que sólo después logré entender qué error había cometido, así que ya estaba igual que mis compañeros, con foto y una caída de humildad.

Estar de frente al cañón, es una muestra de lo pequeños que somos en tamaño ante esta majestuosidad. Este paraje, totalmente silvestre, intimida al acercarse y ver el punto más bajo. Con sus tres mil pies (mil metros), se pierde la noción de distancia entre tanta inmensidad si no hay una referencia. Salir del cañón, de alguna manera, mostró cómo cada quien ya había encontrado su propio manejo.

El resto de la tarde recorrimos un camino largo en condiciones aceptables; de vuelta a la civilización, en el pequeño pueblo de Kanab, Utah, nos recibió una espectacular puesta de sol que bañaba todas las montañas alrededor de este pintoresco y solitario lugar, que sólo existe por la industria turística.

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