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Ciénegas Coahuila

Ciénegas Coahuila

Imaginemos una llanura desértica, rodeada de montañas, en la que resaltan unos cuerpos de agua de circunferencia casi perfecta, cuyos tonos van del azul turquesa al verde esmeralda.

Ahora imaginemos que dentro de estas pozas habitan unos fósiles vivientes. Si nos afirmaran que tal región existe, ¿no correríamos a visitarla? Y si tuviéramos la autoridad para disponer lo que se quisiera con este valle, ¿Qué haríamos? ¿No lo dejaríamos intacto? ¿No lo protegeríamos?

Pues este sitio prodigioso existe, dentro del estado de Coahuila, y se llama Cuatro Ciénegas. Hay quienes lo han bautizado como “El Galápagos mexicano”, debido a la gran cantidad de especies endémicas allí encontradas.

 El gobierno mexicano lo ampara desde hace tiempo mediante un decreto que lo declaró como Área Natural Protegida. Desde todos los rincones del mundo, los científicos visitan Cuatro Ciénegas para estudiar su singularidad y estudiar el origen de la vida.

Incluso hay investigadores de la NASA que creen que este raro ecosistema permitiría dilucidar cómo sería la vida en otro planeta. Sin embargo, parece que buena parte de la sociedad, y un número desafortunadamente alto de los turistas que visitan Cuatro Ciénegas, aún no se han percatado ni de que está protegido ni del valor biológico de la zona.

La ciudad de Cuatro Ciénegas, a unos cuantos minutos del Área Protegida, es una pintoresca población colonial, con un par de buenos restaurantes, varios hoteles de diversas categorías y calidades, amén de una gran cantina: “La Oficina”. Así que ni quien nos regañe, simplemente, sin mentir, uno aclara “voy a la oficina”.

Quien visite esta cantina, abierta a hombres y mujeres, tendrá la oportunidad de probar buena cerveza y buen tequila mientras admira la decoración de los muros, con flechas prehispánicas halladas en la zona que se alternan con las fotos en sepia, testimonio del valor histórico de Cuatro Ciénegas. Muchos conocerán el nombre de esta ciudad por tratarse de la cuna de uno de nuestros revolucionarios. En efecto, una hacienda de ese mismo valle vio nacer a don Venustiano Carranza.

Para llegar a Cuatro Ciénegas…

Una vez allí, si aún es temprano, se recomienda ir a la Poza Azul, que cierra como a las cinco. Hay un pequeño museo, y en el camino rumbo a la poza en cuestión, se encuentra uno con otro cuerpo de agua, bonito aunque sin superlativos; un poco más adelante, sobre el mismo sendero, se hallará con el azul más intenso y transparente que jamás se haya visto.

Esa es la famosa Poza Azul. Hay una plataforma desde la cual se puede admirar esta alberca natural en toda su belleza. Ofrece un ángulo idóneo para tomar fotos de grupo. En la orilla de la poza, el fotógrafo podrá capturar con el obturador a la mojarra de Minckley. De allí los siguientes puntos obligados son la Poza de la Becerra y las dunas de yeso.

El orden es indistinto y está una junto a las otras. La Poza tiene administración privada, y todavía la última vez que yo fui, dejaban que los turistas se metieran a nadar. Ojo, si nos importa la conservación de la flora y fauna de Cuatro Ciénegas, pero de todas formas queremos disfrutar de las aguas cálidas de la Becerra, además de gozar de la gratuita exfoliación provista por los pececillos que la habitan, no usemos bloqueador solar ni ningún otro producto que pueda contaminar la poza.

Por su parte, las dunas son una antigua mina de yeso, que fue clausurada en cuanto se hizo la declaración de área protegida. Es una memorable experiencia visual y táctil. Recomiendo ampliamente caminar con los pies descalzos sobre la arena yesosa, que sin que importe la temperatura exterior, siempre está fresca.

Verán lo divertido que es ir descubriendo huellas de distintos animalitos. Y cualquier fotógrafo gozará con los diferentes ángulos y contrastes que se pueden lograr. Río Mezquites es otro paraje con su encanto particular. Alquilan kayaks, y es muy agradable recorrer los canales de agua azufrosa.

El lector seguramente compartirá mi sentimiento de tristeza cuando recorra estas vías y descubra que hay basura en las aguas y en las orillas. Desdichadamente, es común encontrarse con esos turistas que, en lugar de disfrutar del paisaje, asan carnes en sus parrillas, escuchan música a todo volumen y toman alcohol en demasía.

A veces pareciera que iban a la Pamplonada, se confundieron de mapa, y terminaron en Cuatro Ciénegas. Afortunadamente, sí hay viajeros que visitan el valle con el objetivo de aprender de la flora, la fauna y la geología de esta región.

Hay una poza gigantesca, conocida como Playitas. Desde que ocurrió un pleito entre la autoridad y los ejidos dentro de los que se encuentra la poza, casi siempre se mantiene cerrada al público.

Sin embargo, vale la pena intentar ir, pues es imponente. Y nadar en ella no afecta al ecosistema, pues no contiene estromatolitos (colonias ancestrales de cianobacterias que ya prácticamente desaparecieron del planeta, pero que aún viven en un gran número de las pozas del valle), ni la diversidad faunística de muchas de las pozas de Cuatro Ciénegas.

Cualquier guía de turistas los puede llevar a conocer más pozas y compartir su conocimiento sobre la singularidad de Cuatro Ciénegas. Sin embargo, pongo mucho énfasis en solicitarle al lector y futuro visitante que no nade en las pozas que no sean turísticas, para evitar cualquier impacto en este tesoro biológico de México y la humanidad. 

Si queda tiempo, antes del regreso, se recomienda que visiten algunos de los ejidos del valle, y no solamente los que se encuentran dentro del área agraciada por la hidrología. En algunos descubrirán la arquitectura local de ocotillo enjarrado con lodo.

En otros encontrarán los dulces típicos, mientras que en otros podrán llevar artesanías, como en el ejido La Vega, donde tendrán la oportunidad de comprar hermosas piezas de mezquite. Y no olviden, en el centro de Cuatro Ciénegas, comprar su licor de granada, y una botella de sotol, las dos especialidades de la región.

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