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México – Alaska: La última frontera

México - Alaska: La última frontera.

Prudhoe Bay

Es el final del camino, esa última frontera, un lugar al norte en el territorio de Alaska, USA a 850 kilómetros de Fairbanks. Es la tierra donde se encuentran todas las compañías petroleras más importantes del mundo, donde la temperatura en invierno supera los 35 centígrados bajo cero, en los meses de total obscuridad y en el verano ocasionalmente sube a 13 o 15 grados sobre el cero, solo en el mes de junio, julio y agosto.

Tiene una población flotante de más de 10,000 trabajadores del petróleo, está ubicado en el borde de nuestro continente americano y solo existe un mar congelado. Este borde del Continente ha convertido en realidad lo que alguna vez soñaron muchos viajeros, el lugar donde se termina el camino.

De esta manera, cuatro amigos pertenecientes a la Moto Club BMW Monterrey nos pusimos de acuerdo para abrirnos paso a ese sueño utilizando dos medios de transporte: dos pilotos en avioneta Carlos Mayer y Luis Cantú, dos motociclistas Edmundo Salinas y Roberto Gutiérrez. 

Los planes incluían diseñar una ruta terrestre y otra ruta aérea de la ciudad de Monterrey hasta Prudhoe Bay a 9000 kilómetros de distancia, donde pudiésemos contactarnos eventualmente a lo largo del viaje según las condiciones atmosféricas, el avance de los dos motociclistas y la avioneta durante las largas jornadas de manejo.

El plan inicial consistía en rodar con las motos alrededor de 20,000 kilómetros en 20 días ida y vuelta de Monterrey a Pruhoe Bay, lo que hacía que necesario obtener un promedio diario de 1000 kilómetros manejando nuestras motocicletas y en la avioneta alrededor de 4 a 8 horas de vuelo entre ciudades para pernoctar durante los 20 días pronosticados.

Al revisar las rutas en varias reuniones para planificar el viaje, dudábamos que los tiempos impuestos se llevaran a cabo por lo extenuante y riesgoso en los dos transportes, tanto el aéreo como en el terrestre, en el primero requerían los pilotos una planificación de vuelo por instrumentos sobre todo para volar en aquellas zonas arriba del Círculo Polar Ártico donde el clima que prevalece es cambiante cada hora a bajísimas temperaturas, lluvias, niebla, altitudes y cuanta cosa deberían ellos prever en su largo viaje.

Así también los dos motociclistas, estar consientes de los riesgos en las autopistas y carreteras secundarias que debíamos utilizar para arribar a nuestra meta por la vía más conveniente y retornar por otra vía alterna de la misma manera rodando nuestras motocicletas hasta el punto de partida cruzando desiertos, valles, montañas, lluvias, fríos y calores extremos.

Logramos el objetivo de llegar a Prudhoe Bay con una enorme gama de anécdotas, de experiencias vividas en tierras lejanas, más allá del límite del Círculo Polar Ártico, donde esa enorme parte territorial del Estado de Alaska no tiene prácticamente vida, no hay absolutamente nada, una civilización a la que estamos acostumbrados como son gasolineras, tiendas de comestibles, algún lugar para descansar y una interminable lista de servicios que solo vemos de esa parte del continente hacia nuestros territorios donde el sol y su calor hacen capaz nuestra existencia humana.

De la ciudad de Fairbanks que es el último lugar vivible, existe un camino de terracería de 850 kilómetros rumbo al norte que comunica a Prudhoe Bay con el mundo, el que fue construido en paralelo con el oleoducto más largo en extensión y en la superficie que existe en el mundo para suministrar el petróleo a una buena parte del territorio estadounidense, ese camino de terracería es utilizado únicamente por transporte de tracto camiones que suministran herramienta, maquinaria y personal en aquel lugar inhóspito y poco atractivo para la vida tal y como la conocemos.

Los habitantes de esa región lo llaman “Los Caminos de Hielo”, pues fue en ese camino donde los dos motociclistas después de recorrer poco más de 8000 kilómetros desde Monterrey donde nos vimos inmersos en un reto por conquistar, con 16 horas de recorrido de ida en un camino sin pavimentar, con interminables obstáculos como fueron el extremo frío de 5 grados por encima del cero, con vientos que podían levantar un camión cargado de naranjas, donde hay diesel regado mezclado con agua congelada, donde los grados de arena van del número 3, del 5, piedras bola, arenillas como polvo de talco, ventiscas que aceleran el corazón de cualquier ser humano que se considere muy cuerda para realizar semejante viaje, aunque no necesariamente deba estar cuerdo. 

A todo lo anterior debo agregar que existe una bomba de gasolina a la mitad del camino en un pueblo de 14 habitantes llamado Coldfoot y que en el momento en que arribamos no había gasolina y tuvimos que esperar más de 4 horas a que llegara una pipa y poco más de 15 motociclistas y dos camionetas todoterreno que llevaban más de 24 horas en espera de la gasolina.

Corrimos con suerte. Los camiones y tracto camiones que pasan a más de 60 k.p.h. saludándote con un manjar de piedras y lodo junto con el obligado saludo de parte del chofer hacen olvidar que en cualquier tropiezo estaríamos en sus manos con su invaluable ayuda, donde un elemento que no puede faltar como es la voluntad de seguir contra “viento y marea”, pasar por una zona de lodo, acuoso, semejante a un pantanal casi hasta las rodillas donde el motor de la moto únicamente será posible que salga adelante junto con el tripulante y totalmente solos, él y su máquina,  la sensación de lograr cada metro en esa interminable travesía te inspira que debes seguir adelante con una fuerza que solo la voluntad puede dar.

En aquellas horas del recorrido, recuerdas a la familia y todo lo que significan en tu vida, recuerdas que no hay necesidad de realizar esta extenuante travesía, que al final del día no obtendrás ningún reconocimiento y mucho menos un premio a tanto esfuerzo y solo será frustrante y en vano si abandonas.

De esta manera pudimos lograr nuestro objetivo; llegamos a Prodhoe Bay el 24 de junio a las 2 de la mañana de Monterrey, cansados pero con un gran espíritu de haber conquistado nuestra meta.

Al día siguiente, 25 de junio nos subimos a un autobús especialmente destinado para turistas, nos llevarían a donde termina el camino, al borde de la playa donde podíamos sumergir nuestros pies, si queríamos en un mar con 1 grado de temperatura, este autobús es parte de un tour que se debe tomar, ya que es la única forma autorizada de recorrer los últimos 26 kilómetros a través de las instalaciones petroleras para llegar a la orilla del mar congelado ya que esta zona está bajo un estricto control de seguridad por las instalaciones petroleras.

Después de esa ceremonia y con mucho significado para nosotros, retornamos a Monterrey por el mismo camino de terracería para iniciar el recorrido de regreso por otros 9000 kilómetros.

Nuestros compañeros Luis Cantú y Carlos Mayer hicieron lo propio volando en su avioneta hasta el aeropuerto de Prudhoe Bay en un recorrido sin precedentes para dos pilotos con menos de 500 horas de vuelo sobre uno de los territorios más inhóspitos del mundo.

Para muchos pilotos con muchas horas de vuelo y años de estar en el medio aeronáutico precisan que volar en Alaska es un riesgo extremo y más en avioneta, solo para sus habitantes, trasladarse de un lugar a otro, vuelan en sus avionetas por imperiosa necesidad, pues solo existe en todo su territorio arriba del Círculo Polar Ártico un camino hacia el norte el cual ha sido bautizado con el nombre de: “El Final del Camino, La Última Frontera” y que hoy tuvimos el privilegio de conocer y regresar sanos y salvos a nuestros hogares.

Los cuatro amigos, colocamos una Placa Conmemorativa en un lugar conocido como Watson, Lake en el Yukón en el Canadá, que es un lugar que da testimonio de todos los viajeros que pasan por el lugar desde el año de 1942, cuando un joven trabajador en la construcción del Alaska Highway en aquel entonces colocó la primera placa de 70,000 estimadas que hoy actualmente tiene ese parque.   Tuvimos los 4 personajes, un gran encuentro donde pudimos dejar constancia de este viaje para la posteridad, es un gran logro, es un exquisito mensaje de buena voluntad, donde el mayor de los recuerdos es el haber podido hacer realidad el sueño que alguna vez pasó por nuestras mentes.

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