“¡Buenos días, buenas tardes, buenas noches!”
La gentileza y las sonrisas del pueblo Kiwi, me deleitaron mientras viajaba hacia Christchurch la ciudad principal de la Isla Sur, en la provincia de Canterbury, Nueva Zelandia. Fue como si estuviera en familia.
Todo aquello que había escuchado acerca de la Nueva Zelandia se volvió una realidad para mi hijo Haines y para mí, durante esas dos semanas que fueron como toda una vida.
Por el lado contrario
Poco después de mi excursión en motocicleta por Europa, el año pasado, mi buen amigo Tony Cameron, del Club de Motociclismo de Montgomery Street, tuvo la idea de una expedición Edelweiss por Nueva Zelandia. Ton invitó a varios amigos. Solo Dick Gale y Phil Spaulding respondieron que irían. Mi hijo y yo, al igual que los demás excursionistas, rentamos nuestras motocicletas con un día extra. Eso nos permitió arreglárnoslas para manejar por “el lado contrario” del camino (de acuerdo con el reglamento inglés).
Era vital pensar conforme al manejo por la izquierda, sin olvidarnos de dar un vistazo a la derecha antes de girar hacia la izquierda. ¡Imagínense si un coche o un camión viniera raudo y sin miramientos desde la derecha! Por sugerencia de nuestro guía Edelweiss, Oliver Kraft, marchamos hacia el sur, siguiendo el litoral. Luego de unos 50 kilómetros de carretera recta y aburrida, vi una señal que decía “Paso Arthur”. Con un alarido, nos dirigimos hacia ahí. Hallamos unas maravillosas tierras de labrantío, al pie de las montañas; gritábamos de euforia por la sinuosa carretera hacia los Alpes de la Isla Sur. Llegamos a una planicie entre las altas montañas, con un río de color turquesa.
Alcanzamos la cima del desfiladero y descendimos hacia una angostísima carretera en zigzag, seguida de una profunda quebrada y de otro caudaloso río; al siguiente valle lo rodeaban unas cumbres nevadas. ¡Y aquella había sido una simple desviación del camino! ¡Si el resto de la excursión iba a ser así…!
Hacia la costa
Aquella tarde fue la cena de bienvenida. Por la mañana abandonamos Christchurch, hacia el norte, por un territorio agrícola hasta Kaikoura.
Almorzamos en la playa. ¡Me parecía increíble aquel agasajo bajo el tibio sol del verano tardío! Langosta fresca, frutas exquisitas…
Proseguimos hacia el norte, por una comarca agraria, ahí, la autopista pasa entre los acantilados, hacia el mar.
Unos 290 kilómetros más adelante, llegamos a Blenheim: nuestra primera noche de la excursión. Al día siguiente, la jornada fue de unos 190 kilómetros, hacia Picton; desde ahí, nos enfilamos hacia el este, por el “Queen harlotte Drive”. Nuestro destino, Motueka. Desde Motueka, llegamos a un bosque xuberante, que nos llevó hasta el Mar de Tasmania. Tomamos nuestro almuerzo en el Cabo del Mal Tiempo.
Renate, el magnífico guía Edelweiss, nos ofreció un almuerzo en un parquecito junto al mar. Más… ¡Cuidado! ¡Las arenas que levanta el viento pueden devorarlo a uno vivo!
Pescadores, granjeros y saltos bungee
El padre de un cantinero nos había contado acerca de su padre, un pescador; a través de un camino polvoriento llegamos a la playa. La barca de pesca estaba amarrada a unas rocas que emergían del mar.
El señor dirigió su barca al agua controlándola con el cable hasta que la dejó en el punto deseado. Enseguida botó su embarcación hacia el mar liberando los ganchos y listo: “Vamos a pescar”. A su regreso, enganchó la barca para izarla, arrastrándola de vuelta a la tierra. ¡Bueno, él trabaja para sí mismo! Marchamos hacia el este, los bosques le daban paso a las tierras de labrantío. Recorrimos un pequeño sendero entre los lagos Wanaka y Hawea hasta Wanaka. Nuestro hotel, emplazado en el lago, fue uno de los mejores del viaje. Renate preparó una fiesta sorpresa en el desayuno para su camarada Oliver, quien cumplía años ¡Y de veras lo sorprendió!
Para el quinto día, Dick, otros dos expedicionarios, Haines y yo, escogimos una ruta de la terracería, hermosa y desierta, excepto por unos cuantos motociclistas de montaña. Cubrimos 209 kilómetros, hasta nuestro paradero nocturno: la granja de John y Florence Pine.
Partimos de madrugada. Los manubrios de la R 1100 GS no contaban con calefacción; tras dos horas de trayecto, ya en el barco, sostuve una taza de café caliente durante diez minutos para descongelar mis dedos. En Queenstown, me animé a lanzarme (desde unos 43 metros) del original salto bungee en el Puente de Kawaru. ¡Sí que fue emocionante!
El noveno día viajamos alrededor de unos lagos color turquesa, hacia el Monte Cook, la cumbre más alta del país. Más el cielo se ennegrecía. Nos detuvimos a fin de sacar nuestro equipo para la lluvia, tan rápidamente como pudimos. ¡No solo caía un diluvio, también soplaba un ventarrón! La marcha sobre el Paso Lindis, en un camino sinuoso de ángulos cerrados, fue toda una experiencia. Llegamos al hotel en Omarama empapados y dispuestos a descansar.
Sentimientos encontrados
Hoy fue nuestro postrer día en el camino, fueron cerca de 300 kilómetros hacia Christchurch. El tiempo escampó y nuestro viaje resultó tranquilo y sin novedad. Pasamos el Lago Pukaki y los últimos recodos para volver a la civilización. Devolvimos las máquinas y asistimos a una cena de despedida aquella noche, entre sentimientos encontrados.
Nos entristecía que aquello se acabara y que no volveríamos a ver a nuestros nuevos amigos. Más también era un suspiro de alivio: teníamos que regresar al mundo real, para buscar una nueva aventura.
Quisiera hablar acerca de la gente maravillosa, las ciudades, las aldeas y el paisaje, pero no queda ya espacio para ello.
Edelweiss nos prestó una gran ayuda en lo que decididamente fue la experiencia de una vida entera para ambos: ¡Para mi hijo Haines y para mí!