Aventurera, deportista, curiosa, intensa, atrevida, son algunos de los calificativos que he escuchado acerca de mí. Siempre he sido de ese modo. Uno de mis primeros recuerdos, a los cinco años de edad, es mi llegada al gimnasio Ludzkanov, con traje de baño en vez de leotardo, cuando me subieron a la viga de equilibrio. Yo caminaba de una punta a la otra sin querer nunca más bajarme más de ahí.
Desde ese día no dejé de entrenar gimnasia olímpica. Para mí era mucho más importante que la escuela, pero siempre me apliqué en los estudios. Entrenaba de lunes a viernes, y llegó un momento, cuando ya estaba en el equipo representativo del gimnasio, que entrenábamos de lunes a lunes.
Me cuentan que cuando entraba al gimnasio, me transformaba en una niña completamente seria y enfocada. Y no se diga en mi mejor aparato, la viga de equilibrio; el profesor me trataba de sacar una sonrisa y yo le respondía que “estaba concentrada en mi ejercicio”.
Mi sueño de todas las noches era llegar a ser, como Nadia Comăneci, la mejor del mundo en los Juegos Olímpicos. Siempre la admiré a ella y a todos los deportistas olímpicos por su pasión y entrega; yo sabía que no se llega a esos niveles así porque sí; que tales atletas daban mucho más que los otros, que nada los detenía. De ellos aprendí que si uno quiere ser verdaderamente bueno en su actividad, debe tener mucha entrega, pase lo que pase.
Pasaron los años y llegué a representar al Distrito Federal, pero por ciertas circunstancias no llegué a más en ese deporte. A mis 14 años dejé la gimnasia por sentirme ya muy grande y pasé al Atletismo; durante dos años competí en 100 y 400 metros con y sin vallas. Me fue muy bien. Lo tuve que dejar por una lesión, pero nunca abandoné del todo el deporte. Seguí nadando y practicaba cuanto deporte pudiera.
La tentación del mar
A los 24 años, mientras estudiaba en la ciudad de Boston composición musical, conocí un nuevo deporte para mí, la vela. Durante un verano, en un velero muy grande, aprendimos a navegar y al mismo tiempo teníamos que hacer una investigación. Yo trabajé sobre el sonido adentro del mar. La travesía duró un mes y cambió por completo mi vida.
Aquel deporte significaba no tener contacto con nada más que con el océano y con la fauna marina durante semanas. Un día en especial, durante mis horas de descanso, estaba en la cúspide del mástil. Observaba el atardecer y los delfines que a esa hora nos rondaban. No sé qué fue exactamente, pero tomé conciencia de que yo pertenecía a ese mundo. Me sentía en casa.
De vuelta a los estudios, me asignaron leer una biografía y elegí la de una velerista estadounidense, quien le dio la vuelta al mundo sola en su embarcación. Después de cinco capítulos me dio muchísima curiosidad. Me pregunté qué significaría estar sola a la mitad del océano y si yo lo podría lograr. Así fue como comenzó mi sueño de cruzar el Océano Atlántico, sola en un velero.
La preparación
Por aquel entonces yo no sabía navegar y me dije: “No tiene que ser de un día al otro; al principio, todos los que ya cruzaron el Atlántico en solitario, tampoco sabían navegar a vela, tal como sucede en este momento conmigo, y lo consiguieron con entrenamientos y dedicación; así como aprendí a hacer mortales en la gimnasia, aprenderé a llevar un velero sola”.
Los siguientes siete años me dediqué a navegar a vela, a viajar como voluntaria en las travesías para ver cómo lo hacían quienes ya sabían gobernar un velero; no me importaba lo que yo fuera a hacer en el navío, lo que quería era aprender de la experiencia. También tomé el curso adecuado para a obtener la licencia requerida, el cual abarca varias materias como navegación, meteorología, motores, medicina, rescate y supervivencia en el mar.
Durante esas travesías viví muchos malos momentos, puesto que no conocía a las tripulaciones y casi todas estaban formadas por puros hombres; yo me acomodaba durante varios días en un espacio muy pequeño, soportando jornadas de vientos muy fuertes y días sin viento alguno. Todo me daba igual, para mí lo importante era cumplir mi propósito de aprender a navegar a vela muy bien.
Navegué en el Mar Mediterráneo casi todo el tiempo. Durante esos años radiqué en Barcelona, puesto que ahí compré mi primer velero, “Petit Princep” (El Principito en Catalán) un navío especial para una competencia Transatlántica, con 6.5 m de eslora y 13 m de vela. Como siempre, me inicié de la manera más difícil, puesto que esa nave era muy difícil de gobernar. Al principio solo me le quedaba viendo en el puerto, pensando cómo sería que se lleva esto y aquello en el mar. Poco a poco, sin pena, comencé a preguntar y uno de los mejores navegantes en solitario de España comenzó a enseñarme a usar esa embarcación, y a darme muchos nortes para navegar sola. Fueron dos años en los que me entrené en aquel velero, buena parte del tiempo lo compartí con una amiga catalana, con quien cubrí muchas travesías.
Ella me enseñó a no competir en un velero, sino a disfrutar del simple hecho de estar ahí, de emprender travesías por gozo, manejando bien mi nave, pero sin que compitiera contra alguien más. Me enamoré de esa experiencia en el océano.
Entre los reconocimientos que ha obtenido Galia Moss, se cuenta el del Ayuntamiento de Culiacán “Visitante Distinguida de la Ciudad y Municipio de Culiacán”; Revista Mujer Ejecutiva “Líder 2006 en Deportes Reconocimiento por destacada labor deportiva”; Instituto Nacional de las Mujeres-CONADE V Reconocimiento Nacional a las Mujeres en el Deporte; Secretaria de Comunicaciones y Transportes “Reconocimiento por Desempeño Destacado en beneficio de la Marina Mercante Nacional”; Miembro de Club de Triunfadoras de Mujer Ejecutiva; Miembro de Club Líderes del Futuro, Líderes Mexicanos. Tiene la Licenciatura en Composición Musical (1999-2001) por el Conservatorio de Nueva Inglaterra.
Sin embargo, para expresar brevemente su personalidad, esta navegante se retrata en las siguientes frases: si ella fuera un automóvil sería un Audi, un reloj sería Chaumet, un país sería Suiza, un animal sería un pez, una fruta sería un mango; si fuera música sería clásica, si fuera color sería azul oscuro; si fuera tela, poliéster dry fit; una marca de ropa, Max Mara. Su elemento es el agua. Una característica especial: es dedicada y voluntariosa.