Según Julio Verne, en Islandia se encuentra el sendero secreto hacia el centro de la Tierra. Lo cierto es que para mí, Islandia ha sido una de las experiencias más excitantes de toda la vida. Su gente, sus paisajes, su flora y sus carreteras, convirtieron a este viaje de una semana en una aventura de otro mundo. Y digo esto literalmente.
Es otro mundo porque no se hace de noche durante el verano, y porque la isla tiene un tercio de la edad de la tierra. Todo es “nuevo” ahí, solamente tiene unos 55 millones de años.
Un país gélido inmerso en vapores
Existen diversas versiones acerca del significado del nombre de Islandia. La más común es “Tierra de Hielo”, aunque también se interpreta como “Tierra de los dioses”.
Islandia se ubica en el Atlántico del Norte, muy cerca del Círculo Polar Ártico, a unos 300 km de Groenlandia. Su territorio es de origen volcánico, abarca una superficie de 102,819 kilómetros cuadrados, unos 16 mil 829 menos que el estado de Durango. Su basamento de lavas ácidas data del periodo Terciario. Hay más de 200 volcanes, 30 de ellos activos, que los islandeses aprovechan como fuentes de energía geotérmica para sus calefacciones domésticas.
Casi el 93% de sus aproximadamente 300 mil habitantes, vive en las ciudades, como la capital, Reikiavik, Kópavogur, Hafnarfjördur y Akureyri. El resto de los finlandeses reside en el campo, muy cerca de la costa. La densidad de población apenas llega a los tres habitantes por kilómetro cuadrado. La República Mexicana alcanza los 53 habitantes por kilómetro cuadrado.
Los famosos fiordos septentrionales datan de la era tectónica cuaternaria; pese a que gran parte de su territorio permanece bajo cero durante siete meses al año, Islandia vive envuelta en vapores, gracias a sus incontables géiseres y a más de 200 fuentes termales alcalinas, que se aprovechan para la industria. La Deildartun Guhver, es la principal fuente de esta clase en el país: arroja aproximadamente 200 litros de agua hirviendo por segundo. Las corrientes subterráneas, amén de aprovecharse para fines de calefacción, facilitan el funcionamiento de los invernaderos donde se cultivan diversas hortalizas.
En contraste, hay en Finlandia más de 100 glaciares, que cubren aproximadamente la octava parte del territorio. El más grande, el Vatnajökull, ocupa casi todo el sureste de la isla, con cinco mil 226 km². Abundan asimismo los pequeños ríos y lagos.
En el año 861 de nuestra era, el navegante noruego Naddod descubrió Islandia; Ingólfur Arnarson emprendió la colonización en el 874, y dio origen a la ciudad de Reikiavik, que quiere decir, “Cala de los Humos”, por los abundantes vapores.
Los islandeses se enorgullecen del primer parlamento democrático del mundo, el Alþing (la Asamblea Nacional) fundado en el año 930, en Þingvellir. El 23 de mayo de 1944, Islandia declaró su independencia de Dinamarca, Sveinn Björnsson fue su primer presidente.
Entre los islandeses célebres se cuentan el premio Nobel de Literatura Halldór Laxnes, la primera mujer presidente en Europa, Vigdís Finnbogadóttir, y la cantante Björk.
Luces y sombras de una tierra de pescadores
El pais vive de las exportaciones de minerales y pescado. El turismo es también esencial para la economía. Los deportes del motor y la pesca atraen a numerosos visitantes, al igual que las excursiones por los glaciares en jeeps y camionetas tipo van modificadas: por doquier se ven llantas de 40”, suspensiones de largo recorrido y dispositivos de sujeción.
Cada excursión a los glaciares incluye unas vueltas en moto de nieve, que se considera más una herramienta de trabajo que un vehículo; en el verano, cuando no cae la noche, salen las motocicletas. Las de nuestro tour eran las BMW F 650 GS, con motores de 800 cc. Muy buenas máquinas, ágiles y versátiles, digamos que son las motos ideales para esa ruta.
Islandia es uno de los paraísos mundiales de la pesca. Los ríos son privados y se alquilan para este deporte. Solo se puede pescar por la mañana y otro ratito por la tarde. Pero son esas las horas “buenas” de pesca, cuando el animal come, “cuando se ceba”, como dicen los pescadores. La licencia se compra diariamente y los cotos están limitados en cuanto al número de personas en cada tramo del río. No nos atrevimos a tirar las cañas porque la mentada licencia cuesta entre seis mil y diez mil dólares (sí, leyeron bien entre seis y diez mil).
Se pesca sobre todo salmón y algo de trucha, que los pescadores venden en los pueblitos cercanos. Su trofeo es la foto, más que la presa. Cierta noche nos dieron de cenar salmón de río pescado por la mañana. El mejor salmón que he probado en mi vida.
El verano es frío, entre los 18 grados de máxima y los cinco de mínima. Sin embargo, en Islandia conocí el día más largo. En el mes de julio, el sol sale a las 4.20 am y se pone a las 10.45 pm. Nunca se llega a la noche cerrada, incluso cuando no hay luna. Esa luz de las once de la noche a las cuatro de la mañana es una penumbra similar al alba. El sol desaparece apenas durante unas horas y vuelve a salir casi por el mismo sitio. Lo contrario ocurre en invierno, cuando la noche es permanente. No es de extrañar que abunden las enfermedades depresivas y el alcoholismo. En invierno la gente sale poco, por el frío y porque no se ve nada.
En la carretera
Nuestro viaje comenzó en Nueva York. Islandia está un poquito a desmano del resto del mundo. No hay osos ni reptiles, hay pocas especies de pájaros y de insectos. La fauna es muy poco variada, pero está muy protegida por lo remoto de la isla, que a excepción de las ciudades, está casi inhabitada. Las aldeas son escasas y pequeñas. Su tamaño es directamente proporcional al de sus factorías de bacalao y al número de sus barcos pesqueros.
La carretera principal es la número uno, que circunvala y comunica a toda la isla. Por ella circula todo el comercio. Recorrimos gran parte de esta ruta; anduvimos mucho también por terracería. Tomamos un programa especial de seis días organizado por Biking Vyking. Al frente de la expedición estaba el guía Aitor. Para llegar a los glaciares, cascadas, y paisajes imponentes hay que hacerlo por terracería. Todas las carreteras están impecables, a pesar de lo rudo de los elementos. Constantemente las reparan, tanto el pavimento como la terracería.
A ratos el pavimento se estrecha, sobre todo en los puentes. No importa. ¡Es tan poco el tránsito! A veces pasaban más de diez minutos sin ver un coche en la dirección opuesta.
La carretera cambiaba a cada kilómetro, por un río, por el paisaje detrás de una curva, por el campo verde a un lado, o por la manada de caballos que se nos quedaban mirando. Durante esta época del año los colores son espectaculares: una mezcla del gris de la roca, los verdes, marrones y negros de la hierba, amén de los azules del agua y del cielo.
El primer día fuimos hacia el este de la capital, un área de mucha actividad geotérmica. Conocimos una central donde producen electricidad a partir del calor del suelo, mediante un ciclo cerrado del agua. Por un lado, la inyectan de un lago al subsuelo; el fluido corre hasta llegar a las capas calientes de roca, donde se convierte en vapor y sube a la superficie; se le colecta en esta central térmica, y una turbina transforma ese vapor en energía. El vapor, convertido en agua al enfriarse, regresa al lago de donde salió.
Húsavik, un puerto de apenas dos mil 300 habitantes en la norteña bahía de Skjálfandi, es la capital europea de la observación de ballenas; desde Húsavik zarpan unos barcos de roble que llevan a los turistas “armados” con sus cámaras para “capturar” a los cetáceos.
Por gran actividad turística, Islandia ha desarrollado una variada infraestructura hotelera: lo mismo hay hoteles modernistas, con arquitectura contemporánea, qué conjuntos de cabañas, desde donde se disfruta de unas vistas inigualables hacia los lagos y las serranías.
En lo gastronómico, hay básicamente dos vertientes: la del pescado y la del cordero. El salmón ahumado y el bacalao gozan de justificada fama; el hákarl, uno de los platillos nacionales, lleva carne de tiburón. En cuanto a las carnes rojas, es tradicional la cabeza de carnero ahumada. No faltan las carnes obtenidas mediante la caza, como el reno.
Termina así este viaje a vuelo de ave por Islandia, que para nosotros los mexicanos puede parecer más desconocida que la Luna, tan habitual en nuestro cielo nocturno.