EL MILAGRO DE ISABEL SUPPÉ

Isabel Suppé: Las cruzadas de una idealista

A punto de alcanzar la cumbre del Condoriri, en la Cordillera Real de los Andes Bolivianos, la montañista argentina/alemana Isabel Suppé cayó desde una altura mayor que la del edificio Empire State; se golpeó un sinfín de veces contra las rocas antes de quedar tirada entre la nieve, con una pierna fracturada y una hemorragia que no podía contener.

Ahí permaneció durante dos días a la intemperie, con quince grados bajo cero por las noches. Con todo en su contra, Isabel sobrevivió y muy pronto volvió a las escaladas. De su aventura había de surgir el libro Noche estrellada, una novela de acción y reflexiones.

El encuentro con los Andes

Isabel Suppé nació en Múnich y muy tempranamente se sintió atraída por las letras. A los 22 años llegó a la Argentina para cursar el posgrado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires, tras haber estudiado en Francia y en los Estados Unidos.

Según declaró en el programa “Levando anclas” de Radio Euskadi, el 28 de agosto de 2012, no conocía entonces Latinoamérica, y eligió la Argentina simplemente porque le gustó cómo sonaba el nombre del extenso país. El contacto con el montañismo comenzó a los seis años, cuando acompañaba a sus abuelos, en Alemania. Pero fue en tierras sudamericanas donde por fin descubrió que se trataba de mucho más que una afición.

Con los ahorros que tenía destinados a comprarse un refrigerador, emprendió un viaje a la Patagonia. Era el otoño, portaba un equipo inadecuado, padeció frío y fatiga. Pero no le importaba, había descubierto su vocación. Los Andes fueron un hallazgo decisivo en su vida, “amor a primera vista”, dice Isabel, quien cambió su domicilio de Buenos Aires a Mendoza, para tener más cerca la cordillera.

“El montañismo era el gran protagonista de mi vida”.

Así comenzó a recorrer cada país del cono sur en busca de cumbres para escalar; se transportaba en autobús, en aeroplano, en aventón, en lo que fuera con tal de seguir el llamado de la cordillera. En el verano de 2010, junto con el montañista australiano Peter Cornelius, Isabel Suppé emprendió el ascenso del macizo de Condoriri. Su objetivo era el pico Ala Izquierda, con 5,532 metros de altura. Siguieron una ruta de su cara sud-este, cubierta de nieve y hielo, con inclinaciones de hasta 80º, después del medio día del 29 de julio, cuando Peter dio un traspié.

Los montañistas habían fijado tres seguros en el hielo, pero ninguno permaneció en su lugar. Comelius arrastró a Isabel Suppé hacia el abismo. Sufrieron una caída de 400 metros y un sinfín de golpes contra el hielo. Cuando el equipo de rescate partió en pos de los montañistas, no pensaba en salvar a dos personas con vida, sino en recuperar los cuerpos de dos víctimas. Pero Isabel y Peter estaban con vida; Isabel, muy maltrecha, con su fractura expuesta. Peter, peor todavía con las dos piernas fracturadas y una herida en el rostro.

Tiempo después, cuando recordó su aventura en los micrófonos de Radio Euskadi, Isabel contó que el sólido casco protector y la voluminosa mochila le ampararon contra los golpes.

Tiempo después, cuando recordó su aventura en los micrófonos de Radio Euskadi, Isabel contó que el sólido casco protector y la voluminosa mochila le ampararon contra los golpes. Incluso así, la montañista no dudó en considerar que se trató de un milagro: “Debo tener un ángel guardián que trabaja las 24 horas”.

Durante la caída nunca perdió la conciencia. El tiempo parecía dilatarse hasta comprender una eternidad, durante la cual su pensamiento procesaba lo que había sucedido, lo que pasaba ante sus ojos. Cuando estaba entre la nieve, Isabel sabía que era ya un milagro haber sobrevivido a tal caída desde una altura mayor a la que tiene la Torre Eiffel, pero también sabía que de nada iba a valer si no conseguían ambos mantenerse con vida a pesar de la temperatura, que durante la noche descendía a 15 grados bajo cero.

Isabel luchaba contra la hipotermia y contra la tentadora somnolencia que la podía sumir en “el sueño eterno”, contra las alucinaciones, contra la sed y el dolor. La noche era su enemiga mortal y, sin embargo, sumida en aquella desolación, con la remota esperanza de que un equipo de rescate la encontrara, la belleza del cielo estrellado la cautivaba. “Poder pensar que podemos emocionarnos por la hermosura de la naturaleza cuando se está al borde de la muerte, me permite sentirme más humana” le dijo la alpinista al público que la escuchaba por la radio vasca. De aquella visión había de surgir el título del libro en que la montañista teutona habla de su aventura, Noche estrellada.

La lucha por la supervivencia

La valerosa Argentina/alemana intentó ayudar a su camarada: para protegerse a sí misma del suelo helado, usó su propia mochila. Para proteger a Peter, intentó utilizar una cuerda hecha ovillo, pero el australiano estaba tan mal que no podía cooperar. Con la noche la temperatura descendió en forma constante, hasta los 15º bajo cero. Para no sucumbir, Isabel procuró que ambos se mantuvieran despiertos; colocándose en unas posturas incómodas, consiguieron aguantar la primera noche. Amaneció e Isabel localizó un lejano charco, a unos trescientos metros de distancia.

Comprendía que era indispensable beber agua para que la deshidratación no los acabara. Pese al dolor insoportable, Suppé consiguió llegar a su objetivo y llenó su botella, pero el día trascurrió sin que llegara la ayuda tan esperada. Los montañistas tuvieron que prepararse a pasar otra noche helada. Isabel sufrió alucinaciones; había dormido un poco durante la mañana, cuando el riesgo de morir por hipotermia era menor, pero estaba agotada. Dos alpinistas madrileños, que habían llegado a la zona para emprender la escalada, Benjamín Rubio y Daniel Alcojor, relataron más tarde que Isabel se las arregló mediante un truco para no quedarse dormida: colocaba su cabeza sobre la punta de un bastón de marcha, de modo que cada vez que la vencía el sueño, sufría una sacudida y despertaba Peter Cornelius no consiguió superar la segunda noche. Cuando apareció el grupo de rescate, el escalador australiano había sucumbido. A cierta distancia, Isabel permanecía con vida.

Benjamín Rubio relató a la radio española que él y su camarada Alcojor se habían unido al grupo de rescate. Según el deportista peninsular, no se esperaba encontrar con vida a ninguno de los dos accidentados. Asombrados ante lo que consideraron como un verdadero milagro, se organizaron para llevar a Isabel lo más segura y rápidamente posible hasta la civilización.

La noche estrellada

Los socorros trasladaron a Isabel Suppé a un hospital en La Paz, Bolivia. Ahí la montañista comenzó a concebir su libro Noche estrellada. La autora no planteó su libro como una crónica de su accidente.

Isabel tiene mucho de filósofa y concibió la parte sustancial de Noche estrellada como una serie de reflexiones acerca de las preguntas que se plantea todo ser humano: el sentido de la existencia, la libertad, la muerte, la necesidad de sobrevivir en las circunstancias más adversas.

Isabel se había planteado estas cuestiones mucho tiempo antes de que sufriera su accidente, pero su experiencia la puso frente a frente con sus reflexiones. Nueve meses después de la aventura, apoyada con unas “muletas de alta montaña”, Isabel emprendió una expedición al Nevado de Cachi, con 6,380 metros.

En el primer aniversario de la caída, la indomable argentina/alemana ascendió al Serkhe Khollu, en Bolivia, junto a Robert Rauch, mientras Noche estrellada tomaba forma. Como parte de su terapia, Isabel ha recorrido el viejo mundo a bordo de “Rocinante”, la veterana bicicleta que le prestó su abuela; en su equipaje portaba una computadora con el borrador de Noche estrellada.

Extrañamente, la memoria de su gran caída acercó de nuevo a Isabel a la vocación por las letras. Noche estrellada fue finalista del Premio Desnivel 2011, y su autora imparte frecuentes conferencias para motivar al auditorio en sus esfuerzos cotidianos, pues en las ciudades la gente también tiene que enfrentar desafíos, caídas y peligros.

En su sitio www.isabelsuppe.com, mantiene al público al tanto de sus nuevas aventuras, mientras lucha por recuperar la funcionalidad de su tobillo. Quienes la conocen no le regatean reconocimientos a su entereza y su valor. Isabel Suppé simplemente comenta: “Miro mis pies y siento ganas de caminar mis propias palabras”.

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