RICKY PHOOLKA EXPEDICIÓN EN MOTO POR EL HIMALAYA

Es por eso que, en el momento que se me otorgó la gran oportunidad de emprender este viaje en motocicleta por el Himalaya indio, quedé sumido en un éxtasis inigualable.

Conducir una motocicleta a través de los colosos Himalayas ha sido uno de mis más grandes anhelos. A menudo había construido en mi mente los majestuosos y lejanos panoramas que atravesaría, las diversas almas que hallaría y la embriagadora sensación de la odisea por descubrir.

Es por eso que, en el momento que se me otorgó la gran oportunidad de emprender este viaje en motocicleta por el Himalaya indio, quedé sumido en un éxtasis inigualable.

Había trazado la ruta de mi travesía, con la cual exploraría los senderos más remotos y desafiantes en estas célebres cordilleras, la cual en su mayoría resultaría en un viaje solitario. Inmerso entre los recios montes del Himalaya y Karakoram, Ladakh es uno de esos parajes; a veces denominado la “Morada de la Luna Rota”, es un lugar increíble por sus paisajes lunares.

La BMW R nineT Scrambler hubiera sido mi motocicleta predilecta para esta aventura, más BMW Motorrad preparó una sorpresa: me proporcionó una BMW 850 GS, la cual suscitó en mí una emoción desbordante, sin embargo, necesitaba ser sometida a modificaciones que le permitieran desafiar el terreno accidentado y enaltecer el disfrute de mi travesía. La GS, con su poderoso motor y su elevada suspensión, me brindaría el valor para atravesar los terrenos off-road bajo las condiciones más adversas. Además, instalé un escape de-cat para obtener mayor potencia, cambié los neumáticos de carretera por los off-road; así, el agarre en aquel escenario resultaría más óptimo. 

Se agotaba el mes de octubre, me encontraba en una carrera contra el tiempo. La infame incertidumbre climática de la región me inquietaba, ya que, por supuesto, pronto me vería frente a ella.

Haberme provisto de todo mi equipo, tanto para los climas cálidos como los gélidos, se convirtió en una bendición.

Mi odisea se inició en Patiala, ciudad del sureste de Punjab. Bajo el sol, emprendí un largo día de marcha, a través de los exuberantes campos verdes, rumbo al épico Himalaya. Al atravesar las congestionadas calles de la ciudad hacia la carretera, me encontré inmerso en un laberinto de vehículos, camiones y bocinas, que crean una sinfonía frenética.

Mantuve mis sentidos alertas detectando posibles peligros mientras las reglas del tránsito parecían desvanecerse. A medida que me adaptaba al ritmo del tráfico, me maravillaba de cómo en medio del caos prevalecía un orden oculto, que permitía que los vehículos continuarán fluyendo.

En medio de la tarde, llegué a Dalhousie, una pintoresca ciudad en la montaña, resguardada por las majestuosas cordilleras de Dhauladhar.

Me adentré por sinuosas carreteras, cautivado por vistas impresionantes, hasta que la noche cayó y finalmente la obscuridad me alcanzó Bairagarh, la última parada antes del Paso Sach, situado a 7,050 pies sobre el nivel del mar.

Aquí, el río Chandrabhaga se entrelaza con el valle de Pangi, y una excitante emoción se apoderó de mí al acercarme a mi destino final.

Paso Sach a Valle Panji: una de las carreteras más peligrosas del mundo.

Al amanecer, me planté frente a mi mayor desafío hasta este momento: la travesía por el célebre Paso Sach, majestuosamente situado en las alturas del Himalaya, a una vertiginosa altitud de 14,500 pies sobre el nivel del mar.

Con el corazón desbordante de emociones, proseguí mi andar mientras el paisaje transmutaba de frondosos bosques a ominosas montañas pétreas, y el aire se tornaba ligero.

Inspiré hondo, consciente de aclimatarme a la extrema altitud y desafiar el peligroso camino.

El sendero se inclinó súbitamente, ascendiendo hasta la cumbre de la cordillera Pir Panjal. En ese momento el paisaje me dejó boquiabierto, ya que al otro lado del Paso Sach se desplegaba una nueva gama de cimas montañosas, cubiertas con un imponente manto de nieve.

Detuve mi camino para mirar el paisaje, tomar un respiro y contemplar todo el camino que aún me quedaba por recorrer.

Un descanso que podría ser traicionero y sorprenderme en cualquier momento al ser un precipicio angosto salpicado de rocas sueltas. Tras cruzar el río Chenab, arribé a Killar, un recóndito poblado al borde de un abismo profundo que conduce al río Chadrabhaga (Chenab), sintiéndome completamente fatigado y desalentado por la falta de alojamiento en Killar; con valentía seguí adelante hacia Udaipur.

Un giro inesperado: de Killar a Udaipur

El sinuoso camino junto al río Chenab se convirtió en una pesadilla, el viaje más angustiante que había experimentado.

La oscuridad cayó velozmente, mientras el sol parecía hundirse en las montañas más temprano que nunca. Avanzaba con impetu, pero el frío se convirtió en un enemigo implacable. Fue entonces, tras dos largas horas, cuando vislumbré el desolador panorama: el camino se hallaba obstruido por colosales rocas titánicas, las rocas eran más grandes que un automóvil. Udaipur aún se hallaba a 25 kilómetros de distancia.

No me quedó más opción que regresar a Killar. Fue a la mañana siguiente, cuando me dispuse a emprender el trayecto de 96 kilómetros hacia Jispa, que sobrevino la calamidad.

A escasos dos kilómetros de Tandi, un estruendo me sobresaltó. Al mirar hacia abajo, advertí un desgarrón masivo en mi neumático trasero. Mi corazón parecía desplomarse en ese instante; el neumático estaba irremediablemente dañado, apenas podía creerlo. ¡Esto sucedía justo al inicio de mi travesía! Un millón de pensamientos se agolparon de súbito en mi mente. Algo estaba claro: debía llevar la motocicleta a Udaipur, aunque sin cobertura telefónica y sin posibilidad de obtener neumáticos nuevos, ¿qué camino debía seguir? Al parecer la mejor opción parecía ser avanzar 22 km con el neumático averiado, una tarea lenta pero, con suerte, segura.

Afortunadamente, encontré una señal de telefonía en el camino y me puse en contacto con la compañía proveedora de mis neumáticos. Me aseguraron que podrían enviarme dos neumáticos nuevos en un lapso de dos días. ¡Un enorme alivio! A partir de ese instante la misión sería llevar la motocicleta a Manali a tiempo. Tras un lento y agotador recorrido de 5 km, al fin encontré a un conductor de camión que estuvo dispuesto a transportar mi preciada moto.

En este punto solo pude pensar ¿Qué depararía el destino? Este era un misterio por desvelar.

Manali: El suspenso

Lo que había comenzado como aguardar con esperanza dos días se transformó en una semana entera de expectación.

Al fin, tras tomar las riendas de la situación, recibí los anhelados neumáticos, solo para encontrarme con la noticia de que todas las sendas que conducían a Ladakh se hallaban cerradas a causa de la reciente nevada.

Ante esta noticia, sintiéndome envalentonado, me adentré en el viaje hacia Jispa; aferrándome a lo que parecía un hilo frágil de esperanza, me rehusé completamente a detener más tiempo mi travesía.

Cada segundo que pasaba yo lo sentía como una eternidad. El tiempo se estiraba como una banda elástica, desafiando mi poca paciencia en ese punto y poniendo a prueba mi temple.

Sin embargo, en mí, se avivaba aún más el fuego de la determinación, alimentando mi espíritu de aventura.

Sabía que en medio de tanta incertidumbre y a pesar de todas las dificultades por las que había pasado hasta ahora, yacía una oportunidad extraordinaria de forjar una historia épica, de superar todos los límites impuestos por las circunstancias adversas.

Jispa al paso Shinku-La: sobre las nubes 

Al día siguiente, en Jispa, una densa niebla se había asentado sobre las montañas, y las carreteras seguían bloqueadas. Estaba más que desesperado mientras conducía cautelosamente hacia el puesto de control de Darcha, donde oré por un milagro.

De repente, a las 3:30 pm, un leve susurro de esperanza pasó rápidamente cuando se abrió el puesto de control. El cielo se tornó obscuro, llenándome de temor; con la oscuridad que se avecinaba, las probabilidades de que mi viaje tuviera éxito eran escasas.

Mi corazón se aceleró mientras subía por el traicionero Paso Shinku-La, el aire era más delgado que el papel, lo que me sumergió en una desesperación absoluta, sentí que mis pulmones estaban a punto de estallar a causa de mi acelerada respiración por falta de oxígeno. La temperatura se había desplomado de -4 °C a -7 °C, pero mi chaqueta y guantes me mantuvieron caliente. Tan pronto como descendí al otro lado del paso, quedó claro que este sería el desafío más formidable al que me hubiese enfrentado.

Las pistas fuera de la carretera se habían convertido en hielo negro resbaladizo. Me embargaba el miedo; un movimiento equivocado y podría caerme fácilmente al borde del acantilado. Mi supervivencia dependía de mantener mi enfoque en medio del caos; cada segundo exigía, pero si permanecía decidido, había una posibilidad de llegar a Zanskar.

Del remoto y milenario Reino del Himalaya al valle zanskar

El gélido invierno había extendido sus glaciares sobre la tierra. Copos de nieve engalanaban las rutas montañosas, más yo proseguía impávido, sin temor alguno, pues me hallaba inmerso en una búsqueda, persiguiendo mi ensoñación de explorar el ancestral reino del Himalaya de Zanskar.

Al recorrer el valle de Kurgiakh en Zanskar y ascender hasta el precipicio de Gumbok Rangan, a 17,454 pies sobre el nivel del mar, estaba casi seguro de haber ingresado a otro mundo.

El trayecto, traicionero y largo, rebosaba de belleza y maravillas ocultas a quienes no tengan la osadía para llegar a este punto.

Vislumbré un modesto refugio, donde tomé una taza de té. Demasiado pronto para notarlo, la oscuridad descendió y en este punto yo desconocía los peligros que me aguardaban, por lo que decidí acampar allí.

En medio de la atmósfera semidesértica de Zanskar, cinco ríos cruzaban el territorio: Henle, Khurna, Sandbar, Zanskar y Suru, todos ellos nutriendo al poderoso río Indo. Las ancestrales tradiciones y costumbres de Zanskar cautivaban de tal forma que un aire de asombro ancestral impregnaba el ambiente.

Al transitar por Purne, Padum y Rangdum, me maravillaba la atemporalidad de este valle. Las montañas, cubiertas por capas de nieve en el horizonte brumoso, se erigían como un bello contraste con los pueblos de piedra y los antiguos monasterios que salpicaban el paisaje. Sentí que había retrocedido en la historia, a cuando la vida transcurría a un ritmo más apacible que en los tiempos modernos.

No obstante, fue hasta que estuve en la cúspide del Paso Pensi-La donde verdaderamente se apoderó de mí el completo asombro, al contemplar el glaciar Drang-Drung rodeado de algunos de los paisajes más magníficos que la Tierra pueda concebir.

Ladakh: Recorriendo el reino de la luna rota

Al adentrarme en Kargil, advertí las bulliciosas arterias de tráfico de autos, una puerta de ingreso a la civilización; en cierto sentido, comenzaba a echar de menos la simplicidad de la existencia en Zanskar.

Tras descansar durante la noche, emprendí mi viaje por la ruta Srinagar-Leh, franqueando
algunos de los panoramas más notables que mis ojos jamás hubiesen divisado, el Paso Namika se alza a 12,139 pies sobre el nivel del mar, mientras que el Paso Fotu se halla a 13,478, el terreno me desafió cambiando en cada kilómetro, obsequiándome perspectivas singulares de cada uno de los soberbios paisajes.

Por fin, alcance Lamayuru, que es la morada de un afamado monasterio budista y cautivadores paisajes lunares. Inmortalizar aquellas vistas me inundó de inmensa dicha; no obstante, sabía que era hora de seguir si anhelaba llegar a Leh antes de que la oscuridad cayera.

Arribé a Leh, la urbe más colosal de Ladakh, donde dediqué los dos días siguientes a obtener los permisos internos para los forasteros deseosos de explorar la región.

Shangri-La Nubra: El valle del olvido

En el lejano y casi olvidado valle de Nubra, donde reposa el idílico “Shangri-La” Nubra, distante a 125 kilómetros de Leh, el viaje se adentra en los terrenos más hostiles.

Para alcanzar Nubra, debía sortear el poderoso Khar- dung-La. El camino me trasladó a alturas vertiginosas con vientos gélidos. Khardung-La es puerta de entrada al valle de Shyok y Nubra, con una altitud de 18,380 pies sobre el nivel del mar, lo que la convierte en una de las carreteras transitables más elevadas del orbe.

Recientemente, una nueva vía se erigió a 19,024 pies sobre el nivel del mar, en el Paso Umling en Ladakh, convirtiéndose así en la carretera motorizada más elevada del mundo.

Al otro lado del paso se despliega el valle de Nubra, un “Shan-gri-El casi olvidado, hogar de camellos jorobados, dunas, panoramas escénicos y monasterios. El valle de Nubra constituye la parte más cercana al norte de Ladakh. ¡Su geografía es una amalgama única de montañas, ríos y desiertos!

Rozaba la euforia al descender desde el paso motorizado más alto del mundo hacia las dunas del valle de Nubra, siguiendo el cauce del río Shyok, hasta alcanzar Turtuk, un diminuto poblado situado en el extremo de Ladakh, próximo a la frontera entre India y Pakistán; de ahí regresé a Hunder, donde pernocté en un hospedaje.

Al día siguiente, el tiempo había cambiado y se podía avistar una colosal tormenta que envolvía las montañas. La nieve se había mostrado implacable, cubriendo la región con un manto blanco.

Por ello, el Paso Khardung-La permanecía cerrado.

Necesitaba emprender el regreso, o bien, me arriesgaba a quedar atrapado en Ladakh hasta abril del próximo año.

El camino hacia Manali ya se encontraba intransitable, así que mi única opción era atravesar Cachemira, aunque ello dependía de si los pasos seguían abiertos.

Al día siguiente, rumores de una breve apertura del Paso Khardung-La llegaron a mis oídos; solo era accesible para aquellos que ataran cadenas a sus vehículos. Decidido, me dirigí al puesto de control de Pullu Norte, donde me detuvo un control militar.

Sin otra alternativa, cargué mi motocicleta en un camión para franquear el paso. Aunque ya había recorrido este sendero en el pasado, ahora parecía completamente extraño: una capa fresca de nieve se había depositado en su superficie, tornándose extremadamente resbaladiza y traicionera.

Tomando la carretera de Leh a Cachemira

Tras una noche inquieta en Leh, tomé firme el timón de mi travesía rumbo a Srinagar, Más tarde, en el puesto de control de Kargil, me informaron que el paso de Zoji-La permanecía cerrado. Sin embargo, por un milagro de los dioses, al siguiente día la senda se abrió y rápidamente me dispuse a emprender el viaje.

Los caminos glaciares del paso de Zoji-La me abrumaron con su desalentador aspecto. Las montañas, con un manto blanco, enmarcaron mi ruta mientras avanzaba con la adrenalina en mis venas. El trayecto se tomó solitario y desafiante,

una travesía apartada en medio de resbaladizas carreteras. Tras horas de espera, logré cruzar el paso de Zoji-La hacia Cachemira, cubierto de nieve.

No obstante, mi prueba más ardua aún no quedaba en el olvido, pues tuve que soportar un agotador viaje de 12 horas desde Srinagar hasta Patiala, la etapa más larga de toda mi odisea. Sin embargo, con inquebrantable perseverancia, traspasé los límites del agotamiento y finalmente regresé, saboreando la dulce victoria.

Una indómita vivencia

El viaje de ida y vuelta, imbuido de un sinfín de experiencias. Los desafíos físicos, ahí radica la cúspide, sobre todo ante el aire tenue que permea las grandes alturas donde peregriné.

Pero la magnificencia que embargó mi ser, al alcanzar la cumbre de un paso montañoso particularmente arduo, fue una recompensa inigualable.

Al recorrer los sinuosos senderos, experimenté un genuino deleite de logro, aunado a la sensación de libertad y un vínculo irrevocable con el paisaje que me circundaba.

La expedición fue una travesía inolvidable, colmada de panoramas espectaculares, un sentido aventurero y seres sublimes.

Verdaderamente, este viaje fue un completo acopio de singulares aventuras que solo se experimentan una vez en la vida. Y estoy profundamente agradecido por haber tenido la fortuna de saborearlo.

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