UNA AVENTURA EXTENUANTE E INOLVIDABLE

Maratón des Sables: Una aventura extenuante e inolvidable

La sola idea de correr a través del Desierto del Sahara parecería absurda para muchos; si añadimos que la distancia es de 203 km con una mochila de nueve kilos a la espalda, y que la pura inscripción cuesta 3,150 euros (poco menos de 60 mil pesos), sin contar otros gastos como el avión y el equipo, el asunto resulta demencial. Pero la prueba existe: es el Maratón de las Arenas.

Los preparativos

El Maratón de las Arenas es una prueba de supervivencia: cada corredor es responsable de cargar en su mochila un saco de dormir, ropa, brújula, extractor de veneno, utensilios para cocinar, lámpara, papel sanitario, bengala, espejo de señales, libreta de ruta, y principalmente víveres para siete días, con un mínimo de dos mil calorías diarias.

Los organizadores franceses son muy estrictos y bajo ninguna circunstancia uno puede recibir asistencia de ninguna persona; lo único que puede aceptar es: tres litros de agua por la mañana, 1.5 litros en cada puesto de control durante la carrera, y 4.5 litros al término de cada etapa. Se pernocta en tiendas de campaña “Berber”, para ocho personas: hay frío, ronquidos, suelo pedregoso, y malos olores. Es imposible dormir de forma continua.

Llegó el 26 de marzo de 2009. Por avión llegué a Ouarzazate, Marruecos y en autobús, al Hotel Club Hanane; a las 8:00 AM, otro autobús me llevó hasta el primer campamento, no sin antes darme el último baño en una semana.

Un clima sin palabra de honor

En esta ocasión se sumaron a la aventura cuatro nuevos amigos: Nahila Hernández, Joan Vila, Víctor Sierra y Miguel Vinguardi.

El 27 de marzo, a eso de las 8:30 AM, salimos rumbo a Daya, a unos 250 kilómetros. Empezó a llover Eso era muy malo. Me dormí. Tras vadear trabajosamente un riachuelo, en Erfoud se nos informó que el campamento estaba inundado. Los organizadores se las arreglaron para distribuir a los 812 corredores y a sus acompañantes en varios hoteles de la zona.

Por el mal tiempo, la primera etapa que se iba a correr entre Daya y Erg Chebbi, con una distancia de 30 km, se canceló. Nil Bohigas, nuestro representante ante la organización, nos informó que por la mañana se iban a cumplir las verificaciones técnicas y que al día siguiente la competencia iba a dar comienzo.

El 29 de marzo, por fin, escampó, fuimos a la verificación: primero se entrega la maleta, que no se volverá a ver hasta el final de la carrera; después se pasa por una revisión de la mochila y todo lo que esta lleva. Se revisa que traiga todo lo que él reglamente exige; se entrega el dorsal o número del competidor, unas pastillas de sal y una luz de bengala, solo para emergencias, y que tiene que devolverse una vez terminada la justa.

Tras obtener el certificado médico requisito que se complicó por la barrera idiomática, algunos fueron a los masajes, yo simplemente me dediqué a descansar y prepararme para el día siguiente. Esa noche todos se fueron a dormir temprano, para quedar listos para la primera etapa.

Ya me urgía empezar a correr…

Primera Etapa, Erg Chebbi/Erg Znaïgui: 33 km

Por fin llegó el día. A las 10 AM en punto arrancamos los 812 corredores en la primera etapa de 33 km. En el kilómetro 1.7, entramos en las admirables dunas de Erg Chebbi, y tomamos la dirección 159° durante casi 13 km. Al principio me dolieron las pantorrillas, algo que comúnmente me sucede cuando dejo de correr por varios días.

Por fortuna mi invento-modificación de los tenis “Pearl Izumi Peak XC” y las polainas contra arena “Inov8”, funcionaron de maravilla y no se me metió nada de arena. Aunque el clima era bastante agradable para correr, desde un principio fui tomando un trago de agua cada diez minutos, y cada 45, una pastilla de electrolitos “Saltstick”.

En el km 14.5 llegué al primer punto de control (CP1), donde me sellaron mi tarjeta y me entregaron una nueva botella de 1.5 litros. El CP2 estaba en el km 23.8; entre ambos pude pasar a varios corredores y empecé a sentirme cada vez mejor. Hacia el km 29 ya no vi marcas y seguí una ruta equivocada. Eso me costó correr tres km más. Perdí unos 15 minutos.

Finalmente, crucé la meta de la primera etapa en lugar 51, con un tiempo de tres horas, 34 minutos, fácilmente me pasaron como 20 corredores por mi error de navegación ¡Ya ni modo!

Una vez cruzada la meta, comienzan otras labores, como cavar un agujero para encender el fuego, calentar agua y preparar la comida; hay que ir por ramitas secas, lo que debido a la lluvia fue bastante difícil; también hubo que quitar las piedras que estaban debajo del tapete donde íbamos a dormir.

Cuando llegué a nuestra jaima número 37, ya estaban ahí Jorge Aubeso y Gabriel Santamaría, el primero, campeón español de los 100 km durante muchos años, y Gabriel, un gran corredor de montaña.

Scroll al inicio